BLAIR HOFFMAN.
Cobarde era una palabra que me definía muy bien, pero no era la correcta. Era demasiado humana para dar un paso al frente. Preferí correr porque le temía a la verdad, y el temer y responder a ese temor es lo que me hacía así. Los superhéroes de las historietas eran inhumanos, porque hay que estar demente para arriesgar el pellejo de esa forma. Arya era inhumana y no sabía como podía perderme tanto tiempo en su mirada vacía. Había algo que me atraía de toda esta locura y sentía que podía explotar en cualquier instante. Pero a Arya Morton no le gustaban humanas. Me recosté en mi cama y fijé mi mirada en un punto exacto del techo. Me maldije por ser una idiota y suspiré.
KARLA.
La casa se sentía tan vacía como el día que la había comprado. Y como me arrepiento de aquel día. Especialmente porque fue el momento donde Lucille tocó a mi puerta para enseñarme a sus dos demonios que llamaba hijas. Blair y Emmeline Hoffman mis pobres diablos. De Lucille no esperaba realmente nada, sabía que abrirles la puerta era un problema para mí, pero era mejor idea que pasar el resto de mi vida sentada en el sofá de mi sala masticando un chicle de hace dos días. Me dije a mi misma; al menos no estarás sola. Me gustaría que la Karla del pasado pudiera verme ahora, más sola y afligida que nunca. Le diría; ¡Idiota! ¡Dejaste entrar una tormenta a tu casa que arraso con todos tus sueños! Pero la tormenta te trajo a Emm, y como te la trajo se la llevó.
Observé el reloj de la sala, habían pasado tres minutos; tres minutos menos de vida para mi buena suerte. Dejé de mascar el chicle y decidí tirarlo. No encontraba la caja de cigarrillos, quien sabe donde estaba la maldita, tampoco iba a levantarme para averiguarlo. Giré mi rostro y la mirada de Nefertiti estaba sobre mí.
─ ¿Qué me miras? ¡Las dos estamos aquí enjauladas! A ti al menos te hacen de comer ─protesté, me acomodé en mi sofá y suspiré.
Aún sentía la mirada de la serpiente clavada en mi cuello y comenzaba a desesperarme.
─ ¡No puedo ir! ¿No entiendes? ─le grité, mi pecho comenzó a cerrarse y tosí un par de veces, no sabía que me estaba matando, sí el cigarrillo o la jodida serpiente ─ Debes comprender ─solté las palabras que me comprimían el pecho y con ellas un par de lágrimas ─, yo también la extraño, si no te llevó con ella no fue mi culpa, ¿sabes? A mi tampoco pudo llevarme con ella, pero tú estás ahí, esperando a que yo saque un mapa de galera y nos teletransportemos al paraíso, ¿no? Pues no, mejor olvídalo, a las personas y las serpientes como tú y yo nos toca quedarnos en la Tierra, nos lo merecemos, ¿no lo crees? Míranos, vinimos al mundo con veneno en el cuerpo, y no me mires así que sabes bien que tú si tienes del veneno real. ¡Ya condenada! Emmeline no regresará, date a la idea.
Me levanté del sofá con las fuerzas que me quedaban y caminé hasta Nefertiti, ella seguía inmóvil, entonces la tome entre mis manos y dejé que su cuerpo rodeara mi cuello. No me puse zapatos, no tenía tiempo. Salí de la casa y caminé por el camino de tierra con la serpiente sobre mi cuello y en el paseo de a poco se iba enroscando en mi brazo izquierdo. No le temía, pero la gente que pasaba por instinto se alejaba, murmuraban y murmuraban de mi demencia y del espectacular réptil que se posaba por mis hombros. Yo no les respondí por aburrimiento, y sí al final si estaba loca que les molestaba.
Hacía tiempo que no salía de mi hogar, por la misma razón que siempre, la gente. Los malditos te miraban de arriba a abajo, te analizaban hasta las pantorrillas y te despreciaban con sus comentarios por lo bajo o sus rostros de desagrado, a más de uno le quise escupir en el rostro a ver si le cambiaba la expresión de congestionado por mi apariencia o mis ideas. Lucille me detenía.
La caminata comenzaba a hacerse pesada y mis pulmones no lo podían soportar muy bien. Mis pies estaban adoloridos y Nefertiti no parecía estar asustada. Cuando el camino de tierra se convirtió en césped supe que estaba cerca del lago. El aroma a podrido también me lo había comunicado. A la orilla llegué casi arrastrándome, me senté y crucé mis piernas. Respiré profundamente una y otra vez pero mi salud estaba en decadencia y mis pulmones solo se comprimían un poco más a cada segundo. Puse recuperar el aliento luego de unos minutos de tortura.
Desprendí a la serpiente de mi cuerpo y la dejé sobre un arbusto.
¡Vete, maldita! pensé para mis adentros, minutos más tarde la faraona se había desvanecido entre la fauna y supe que para mí Emmeline se había ido por completo. Me recosté con dificultad sobre el césped y esperé a que el sol se escondiera. Cerré mis ojos y los sonidos del lugar eran mi canción de cuna esa noche calurosa. Hasta que la melodía fue interrumpida por los pasos acelerados de Blair, quien me llevo a rastras a la casa.
─ ¡¿Ya terminarás con tu locura?!─preguntó alterada.
─ Pronto acabará─mencioné con tranquilidad─, cuarenta y tres minutos menos de vida.