Expediente W

Capítulo 3-C

En lo que suben Albus y Linda, alcanzas a decirle algo más al joven, cosa que escuchan a medias los otros.

–Cualquier cosa, estoy para ti. También soy policía. Puedes confiar en mí, muchacho –expresas con una pequeña sonrisa. El sospechoso se sonroja, pues detrás de tus anteojos, pudo notar que hay legitima dulzura e inquietud por su seguridad.

–Gracias, oficial–emite el joven, sonrojado–. Soy Eliazar Keeves. Mucho gusto. –Esto te hace sonreír, con el corazón más tranquilo.

–El gusto es mío, Eliazar. –Luego de la presentación, tanto Linda como Albus se terminaron de acomodar en el vehículo, se colocaron los cinturones y arrancaron el coche, yéndose del lugar. El detective Albus marca al comisario para avisarle de la situación en la que están, aunque te parece un tanto inadecuado, pues no mencionó el método que usó para capturar al chico.

El comisario Keneth, sin respingar, acepta volver a la comisaría, donde se encuentra con el equipo luego de unos momentos, junto a otros oficiales que se encargaron de bajar a Eliazar del auto.

Escoltados hasta donde el chico suricata será interrogado, el comisario y detective anunciaron el procedimiento al resto del equipo de Albus. Luego, ambos entraron a la sala de interrogatorios para comenzar a hacerle preguntas al joven, observado todo desde afuera por Linda y Janeth, quienes estaban atentas.

–Pon mucha atención a lo que diga. Seguro Albus lo usará más delante y debes estar consciente de qué habla –explica Linda al colocarse a tu lado, tras el cristal de la sala de interrogatorios. Pones toda la atención posible gracias a ello.

–Buenas noches, señor Eliazar Keeves. ¿Qué edad tiene, disculpe? –pregunta el comisario, para luego el joven voltear temeroso a ver hacia Albus. Éste le sonríe y asiente con su cabeza al sospechoso. Pronto aquel agacha la mirada y responde.

–Tengo diecinueve, recién cumplidos, señor comisario –dice el joven mortificado y asustado, cosa que hace suspirar a Keneth de momento.

–Hijo, déjame ser claro. No tienes por qué temer. Cualquier cosa que hayas hecho, sé que puedes zafar de ello con un buen abogado. Se nota que sólo seguías órdenes y que no algo grave entre manos. Así que vayamos al grano. Detective Albus, por favor. –El lobo se acerca y da inicio al interrogatorio.

–Me dijiste que tu jefe te ordenó vigilar la casa. ¿Quién es dicha persona? –cuestiona el lobuno con ambas manos sobre la mesa que separa a los oficiales de Eliazar, observados los ojos del chico directo por el extranjero.

–Ernesto Henn, el juez de barrio. –Aquello provoca que tanto Albus como el comisario se vieran a la cara preocupados, al igual que Janeth.

–Disculpe, Lector/a. ¿Qué es un juez de barrio? –Pregunta la secretaria vulpina, a lo que respondes de inmediato.

–¡Oh! Es una persona encargada de los asuntos internos de las colonias, tanto políticas como vecinales. Es elegido por las personas de la comunidad o por las autoridades del municipio. Comúnmente se trata de gente mayor la que asume el cargo –explicas con firmeza, lo que Linda de inmediato agradece sin cambiar su fría expresión.

–¿Por qué a Ernesto le interesa que vigilen dicho lugar? –interroga el detective, a lo que Eliazar contesta algo preocupado.

–La casa abandonada siempre se llenaba de drogadictos y vagabundos, al igual que vándalos. Ya rompieron todas las ventanas, garabatearon las paredes y robaron varias cosas de la misma. Acordamos que la vigilaríamos por la seguridad de los vecinos, sobre todo de los niños que viven cerca de dicha morada solitaria. Es sólo que sabemos es ilegal entrar, por lo que preferí correr antes de venir aquí. Lo siento –expresa el joven, algo que provoca un poco de decepción en las autoridades.

–También mencionaste que el antiguo vigía fue eliminado. ¿Por quién y cómo? –Antes de responder al lobo, el muchacho lo ve directo a los ojos, indeciso, mas el poder dominante del detective puede más que él y termina hablando.

–Carlos Aguirre. Es un hibrido de carnero que descubrimos hace poco tiene adicción a la hidrocodona, medicina que tomaba su difunta madre para el dolor. Usaba la casa en las mañanas para drogarse sin que nadie lo viera, hasta que uno de nuestros vecinos, el señor Hermet, lo encontró en dicho estado. –La noticia dejó a los policías extrañados, continuado el interrogatorio por el comisario.

–¿Cómo es el señor Hermet?

–Es una hiena de unos treinta años. Trabaja como gerente en un hotel que está en el centro de la ciudad. Es un hombre de apariencia un tanto ruda, pero es muy buen sujeto –aclara el chico, entendido aquello por ambos adultos.

–Sólo una cosa más –acierta a decir Albus al hacer una pausa dramática y caminar por detrás del joven–. Todo lo que nos cuentas suena muy bien, pero me pareció extraño que te hayan dado el turno nocturno a pesar de que eres de una especie diurna. ¿A quién estabas suplantando en la noche? –Al hacer esa pregunta, Albus se coloca detrás de Eliazar y pone ambas manos en el respaldo de su silla, susurrada la pregunta al oído del joven, pero suficiente para que se escuche en la grabación, así como lo oigan los demás presentes.

–Robbie Gaez. Es un murciélago dos años mayor que yo a quien le toca de noche. Me ofreció dinero si lo cubría hoy. Me dijo que tenía asuntos personales qué atender –contesta el chico, retirado Albus de su lado, continuado su paso alrededor de la mesa.

–Y ese tal Robbie, ¿a qué se dedica? ¿Estudia? ¿Trabaja? ¿Se queda en casa? –El cuestionamiento deja nervioso al chico, era obvio que temía hablar sobre a quién suplantó.

–N-no lo sé. Sólo sé que pertenece a una pandilla del barrio. Lo siento, detective, comisario. –Después de eso, Albus pone su mano sobre la cabeza del muchacho y revuelve su cabello de forma tierna.

–No te preocupes, lo has hecho muy bien –resalta el extranjero, cosa que le dibuja una sonrisa al pequeño.

–Puedes llamar a tu familia para que vengan por ti. Hablaré con el juez de barrio sobre la situación, por lo que no quiero volver a verte en esa casa de momento. Si te sorprendemos ahí, te arrestaremos de verdad. ¿Queda claro? –El muchacho, casi llorando, asiente con su cabeza, para pronto Albus retirarle las esposas y dejarlo ir con otros policías que lo guían al teléfono.




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