El día carecía de luz, todo estaba sombrío y lúgubre, solo escuchaba a lo lejos el ulular del viento y el siseo de la lluvia, la cual formaba una gran cortina que me impedía vislumbrar aquello que se encontraba detrás de la misma, caminé sin vacilación y atravesé aquel visillo de agua que brotaba como una cascada desde lo alto del cielo, pero mientras ejecutaba este movimiento tuve la sensación de chocar contra un muro de ladrillo sólido y firme que se tendía frente a mí, en el momento quedé un poco desconcertada producto del golpe recibido por el impacto, pero al recomponerme, decidí observar aquello con lo que me había estrellado y para mí sorpresa un joven de unos ojos jade claro y cabello rubio cenizo se encontraba sosteniéndome de los brazos evitando que me cayera de bruces y me estampara contra el suelo dejando mis dientes incrustados en el mismo. A lo largo de mi existencia había oído a las personas decir que solo se necesita una mirada para perderse en la pupila de otro ser y quedar tan profundamente admirado por el fulgor en sus ojos que a partir de ese momento tu vida queda atada a la de él para siempre, sellada por una cuerda irrompible. Jamás creí en tales aseveraciones hasta que mis ojos se encontraron con los suyos y una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo extremeciéndolo de una forma inédita. Desde aquel preciso instante me hallé completamente suya y comprendí que a veces dos almas están destinadas a encontrarse y fusionarse en una sola.