Por cada segundo que pasaba sentía que era más difícil respirar.
—¡Ah!
El dolor que invadía mi cuerpo debido a todas esas cortaduras me tenían en medio de la agonía como si ese descenso hubiera sido solo el principio de algo mucho más grande.
¿Cuánta sangre había perdido como para poder seguir avanzando?
¿Acaso sería capaz de seguir con vida hasta antes del anochecer?
No lo sabía, pero de lo que sí estaba seguro, era que me desmoronaría en algún momento, incluso, dudaba si iba despertar.
—¡Doce! —pero el muchacho estaba cerca para evitar que hiciera contacto con la tierra, me hablaba en el trayecto, amable—. ¡Por el amor de Dios, Doce! ¡Trata de resistir un poco más! ¡Sólo faltan quince kilómetros y llegaremos para contarlo!
Obviamente no iba poder. Apenas lograba mantenerme en pie, todo mi cuerpo me ardía y me sentía mareado. Mis piernas parecían frágiles, como fideos, me era difícil el mantener la cabeza arriba y no dejaba de escupir sangre continuamente.
No iba llegar. Yo sabía que después de todo, de aquella tonta trampa, no iba a contarlo, ni siquiera vería a mis otros compañeros.
—Lo siento —le dije al chico—. Pero no creo que pueda resistir…
—¡No hables así, Doce! ¡Estamos cerca de llegar a casa! ¡Casa!
—Me… duele… todo el cuerpo —mi voz fue apagándose enseguida.
—Trata de pensar en otra cosa, ¿sí? En algo positivo y hermoso. Por ejemplo: El sol. Mira el sol —me dijo, pero yo apenas podía esbozar una sonrisa y mirar la bola de luz destellante y amarilla—. Te prometo que a donde te llevo encontraremos lo que necesitamos para curarte. ¡Solo no te desmayes!
Era muy optimista, pero yo sabía que él no podía hacer mucho por mí. Mi cuerpo se estaba vaciando, literal, de… sangre.
De todos modos, lo que llamaba "casa" solo podía tratarse de alguna cueva o cabaña donde mi mayor fortuna sería recostarme sobre una superficie firme e incómoda, tomar quizás algún líquido caliente, como Holly hizo conmigo. Mi cuerpo tenía demasiadas heridas como para ser sanadas con solamente un té de hojas mágicas o como sea que eso se llamara.
Necesitaba estar en “La Zona” al lado de todos esos doctores y máquinas especiales para que pudieran sanarme inmediatamente, en cuestión de segundos, pero nada de eso sería posible porque estábamos abandonados, olvidados por ellos.
Si “La Zona” quería que yo muriera, pues lo estaba logrando.
—¡Doce! ¡No! —solo escuchaba aquella voz como en eco, consecutivamente, y esta vibraba en mí para hacerme no solamente compañía por el camino firme que pronto iba a dejarme…
Todo se fue apagando, mis piernas se detuvieron, ya no sentía el aire recorriendo mis pulmones, el cuerpo me pesó más, hasta que caí sin siquiera sentirlo.
—¡No! ¡Doce!