Experimentos Proyecto Escape

XXVII

¡No podía creerlo! ¡Habiendo tantas respuestas que pude haber elegido, tuve que decirle la única que podría darme problemas!

    —¿Qué dijiste? —y Lex la había escuchado con tanta claridad, que su rostro no parecía reflejar el deseo de conciencia.

    ¡No podía ser cierto! ¡Le había dicho la verdad a Lex y parecía no tomarlo en serio! Solo comenzaba a mirarme detenidamente, como si mi respuesta hubiera creado un conflicto en sus emociones. Por fin había probado lo que estuve ocultándole a todo el grupo, pero aun así parecía dudar.

    Y tenía sobre mi cuello sus manos, como si fueran unos grilletes; éstos me impedían moverme, y mis brazos no estaban forcejeándola demasiado. Y al momento que yacía mirando su rostro cerca de mi frente, reflejando la clásica expresión de odio que siempre mostraba, frunció el ceño, enrabiada.

    —Lex. Y-yo.

    —Solo dime la verdad —y apretó todavía más fuerte mi cuello.

    —No p-puedo h-hacerlo.

    —¿Por qué no?

    —Porque lo único que él quiere —mencioné, sintiendo rápidamente que mi voz fluía de nuevo, cuando intenté concentrar toda la fuerza en mis piernas, la única parte liberada—. Es por tu seguridad —y agregué—: por la de todos… —se sorprendió, eso me dio la oportunidad para patearla.

    —¡Ah! —gritó ella, sintiendo cómo le di una patada en el estómago.

    Pude separarme de ella, mantener distancia y levantarme sutilmente en el momento que ella solo se alejó de mí un metro. Yacía molesta y yo me sentía arrepentido de haberlo hecho.

    —Lex, yo.

    —¡Eres un sucio bastardo! ¿Cómo pudiste hacernos esto? Después de todo lo que hicimos por ti —dijo, con un gran odio.

    —¡Lex!

    —¡Te dimos un hogar! ¡Te convertimos en uno de los nuestros! ¡Te dimos todo lo que pudimos! ¡Y decidiste traicionarnos!

    —¡Yo no los he traicionado!

    —¡Entonces por qué sigues mintiendo!

    —¡No te estoy mintiendo!

    —¡Sí lo hiciste!

    —¿De qué estás hablando?

    —Sí hubieras visto a Trent él te diría que me dijeras en dónde está o que me llevaras con él, porque él me ama demasiado como para perderme. Tú por lo contrario estás tratando de alejarme de él —dijo, entrecortada, aunque molesta.

    —Eso no es cierto. Trent te ama y por eso me dijo que hiciera lo que hice —le comenté, viéndola con demasiada tranquilidad.

    —¡Mientes! —pero ella gritó de nuevo, queriendo no comprender.

    —¡No! ¡Él está haciendo todo esto para protegerte! ¡Te protege!

    —¡No es cierto! —Lex me estaba haciendo sentir atrapado, por la mirada penetrante con la que me estaba viendo al instante—. ¡Eres un mentiroso! ¡Eres un traidor! ¡Eres un maldito!

    Era lógico que Lex no me fuera a creer porque era más grande su desesperación por encontrar a Trent que cualquier cosa.

    ¿Entonces qué debía de hacer?

    —Lex. Por favor —le seguí insistiendo—. Tienes que creerme. Trent solo quiere lo mejor para ti, quiero que sobrevivas…

    —¡Eres un maldito! ¿Cómo pudiste guardarnos semejante secreto?

    —¿Qué no lo entiendes? —dije, ya no podía seguir ocultándolo— ¡Trent solo quiere tu seguridad y necesita imperiosamente que sigas creyendo en que él está muerto porque mientras eso pase, “La Zona” no podrá encontrarte nuevamente!

    —¿Y por qué “La Zona” querría encontrarme si se supone que nos abandonó aquí? Nosotros no somos nada para esa organi….

    —Lex, no lo entiendes —entonces tuve que verme más serio—. “La Zona” necesita deshacerse de nosotros cuanto antes, por esa razón es que fuimos enviados aquí, para no sobrevivir.

    —¡Mientes! —pero era lógico que Lex sentía tanto odio como para poder pensar con claridad— ¡Nunca le hemos importado a “La Zona”! ¿Por qué querrían deshacerse de nosotros?

    —Porque nosotros… —dije, aunque no pude terminar de comentar ya que algo a lo lejos, algo que alcancé a ver detenidamente que iba veloz, aterrizó a un costado de nosotros.

    Lex y yo volvimos la mirada y nos percatamos de una conocida vara de bambú, aunque ésta yacía envuelta con plumas de ave y un cuero brillante, algo que no era nada factible.

    —¡Doce!

    «¡Mierda!»

     Por cómo estaba la lanza, parecía firme, como sí hubiera aterrizado y salido de la nada, pero tanto Lex como yo, sabíamos qué significado tenía aquella escena ineludible, peligrosa.

    —Lex —dije, cuando los arbustos comenzaron a moverse estrepitosos, al mismo tiempo que ambos sentimos cómo la presencia de otras personas se hicieron presentes más al fondo—. ¡Lex! ¿Me escuchas? —le grité esta vez, pero no escuchaba nada de lo que le decía debido al shock del momento—. ¡Lex! —insistí, pero ella estaba como muda, anonadada.

    Solo estaba enfocándome en sus ojos brillantes que se delataban sorpresivos, pero entonces, al ver que ella bajó despaciosamente la mirada, pude ver la razón por la que silenciaba.



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En el texto hay: mentiras, dinosaurios, jungla

Editado: 18.10.2020

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