FRONTERA DE DANIOS — CAMINO ROCOSO
El chillido de un animal resonó en medio del bosque e inmediatamente una silueta que traía la capucha hasta la altura de la nariz, emergió en medio de los arbustos y caminó en dirección a la pequeña criatura de ojos saltones que la observaba.
Aquella persona, aplicando la pequeña ceremonia que se le había enseñado, cerró los ojos, le pidió perdón al pequeño animal y agradeció lo que estaba apunto de proporcionarle. Una vez que estuvo frente a la pequeña trampilla, lo sujetó con rapidez del suelo, y para evitar que sufriera más de la cuenta, en un solo movimiento limpió dobló su cuello y guardó el cuerpo dentro de una cesta que traía en la espalda elaborada de mimbre.
—Bien, creo que esto será suficiente —dijo a la par que se quitaba los tirantes para remover las cosas que había dentro.
Al observar al cielo vio como las nubes cargadas de color negro se posicionaron sobre su cabeza, y en cuanto sintió la primera gota de lluvia impactar sobre su mejilla, corrió hasta situarse debajo de un árbol para evitar que la comida que traía se empapara.
Una vez que estuvo debajo del tronco retiró su capucha y dejó a la vista su cabello tenido semi desteñido de color rubio que ya estaba dejando a la vista sus raíces de color negro. Suspiró al ver como el color pigmentaba su vestido marrón, y posteriormente introdujo la mano dentro de una pequeña bolsa de tela que traía al lado; tomó un pequeño frasco que contenía una pasta amarilla y comenzó a untarla desde las raíces hasta la parte final.
Desde que prácticamente se había encontrado sola había tenido que conseguir los materiales para el pigmento por su cuenta, cosa que no había sido para nada fácil, pero había algo dentro del procedimiento que realizaba que estaba mal y este no duraba la misma cantidad de tiempo de antes.
—Aún no entiendo que es lo que hago mal —soltó a la nada mientras volvía a suspirar de forma pausada, pero en cuanto lo hizo, una pequeña mueca de dolor se posicionó en su rostro.
Al ser consciente de que el efecto de las hierbas medicinales que se había colocado ya había perdido el efecto analgésico, tomó el frasco del ungüento, subió el borde de la falda hasta la altura de sus muslos y en la pierna derecha dejó expuesta una herida que le llegaba hasta la rodilla que venía cicatrizando. Como todos los días inspeccionó la zona para percatarse si esta se infectaba o no, y al ver que todo estaba bien, comenzó a aplicar nuevamente aquella preparación para que de alguna forma atenuara el dolor del corte.
En cuanto terminó tomó el mapa que siempre traía consigo que tenía el camino marcado a Velmont y volvió a observar a lo lejos. El camino se le hacía cada vez más lejano. Luego de que evitó que ese muchacho fuera asesinado la fuerte corriendo del rio los terminó llevando atrás, en el proceso ella había sido lastimada en la pierna, pero al menos todavía podía movilizarse, aunque su acompañante no había tenido la misma suerte.
—Es momento de volver —acotó mientras observaba como la lluvia repentina volvía a disiparse, si no aprovechaba ahora, era probable que el aguacero continuara en poco tiempo.
Caminó con rapidez en medio de los caminos hasta que llegó a la entrada de una cueva que tenía una pesada roca rodeada de enredaderas que impedía el acceso al interior. Observó a los lados y únicamente cuando se percató de que nadie la estaba siguiendo, con mucho esfuerzo logró mover a penas la pesada puerta improvisada y se introdujo al interior.
Una vez dentro vio que su nuevo compañero aún se mantenía echado y con los ojos cerrados en la misma posición que lo había dejado. La pequeña fogata a penas proporcionaba la luz suficiente, pero era mejor no arriesgarse a aumentar más las brazas por si había algún enemigo cerca.
Sin prisa ella caminó hasta una esquina de la cueva, dejó la cesta de mimbre en el suelo y comenzó a sacar los alimentos que había encontrado: Algunos pescados, el cuerpo del animal muerto, unas frutas silvestres y varias hierbas medicinales que necesitaba para hacer más ungüento.
Al terminar tomó a la pequeña criatura, se acercó hacia su compañero y entre abrió sus labios con los dedos. Una de sus garras afiladas se dirigió a la altura del cuello del animal, realizó un corte y la sangre que iba cayendo se fue introduciendo dentro de la boca del muchacho. Por reflejo involuntario este terminó bebiendo y ella aguardó a que toda la sangre fuera drenada.
En cuanto terminó observó nuevamente el muro de piedra que traía unas franjas talladas y contó diez en total. Si bien el muchacho no se la había pasado durmiendo desde que llegaron allí, los momentos en los que despertaba eran escasos y la mayor parte del tiempo la fiebre elevaba lo hacía delirar y no le permitía tener la fuerza necesaria para poder comer algo, así que ella, siendo consciente de que él necesitaba nutrientes de alguna forma, y recordando lo que su anterior acompañante le había dicho que hiciera en caso ella se encontrara herida, comenzó a buscar animales que le proporcionaran la sangre que él necesitara.
—Diez días desde la última fiebre —dijo mientras tomaba un paño humedecido con agua de su cantimplora y limpiaba los rastros se sangre que había—. Tienes que despertar, morirás si no comes algo más que esto.
Tras decir esto ella se acercó más a las brasas, y tomando una pequeña navaja comenzó a retirar la piel y los órganos de la criatura para posteriormente empalarla y dejarla cerca al fuego ya que se había dado cuenta de que la carne cocinada y reseca duraba más tiempo que la cruda. Mientras esto pasaba volvió a su pequeña alacena de alimentos y comenzó a devorar los pescados que había conseguido. Que la carne estuviera cruda no le molestaba el lo absoluto, es más, por alguna extraña razón disfrutaba mucho más que esta no estuviera cocinada.