Z E F E R
Comencé a correr con desesperación por las calles. Las personas me observaban como si fuera un loco, pero aquello no me importaba en lo absoluto.
Estaba al borde del colapso. Sentía que el aire me faltaba. Mis palmas sudaban, mi corazón golpeteaba con fiereza mi pecho. Por donde quiera que pasaba comencé a ver sombras. El rostro de las personas se fue desdibujando hasta que no quedaba más que una sombra oscura que me observaban con amplias sonrisas dejando a la vista sus filudos colmillos.
La voz de Giorgio se repetía una y otra vez en mi mente. La voz de mi madre diciendo mi nombre. Los gritos de Sirthe suplicando piedad. La voz de Jaft diciendo que era un asesino. Todo esto era un cúmulo de cosas que me lastimaba y me hundía en un pozo oscuro sin salida.
En mi huida tropecé con algo y caí de bruces al suelo, observé mis manos y las vi teñidas de color rojo. Comencé a llorar. Sentía deseos de vomitar. Deseaba… desaparecer.
Me metí a un callejón y comencé a golpear la pared. Mis nudillos se desgarraron por la fuerza que empleé, pero no me importó. Sujeté mi cabeza con fuerza y la apreté mientras me tiraba al suelo y abrazaba mis piernas.
—¡Ya basta! —grité, pero aquel sonido quedó suspendido en el aire.
Detestaba sentirme de esta manera. Era alguien muy patético.
—¿Qué debo hacer? —pregunté en voz baja.
Equivocadamente, creía que había aprendido a convivir con aquel fantasma de mi pasado. Pero luego de escuchar lo que me acababa de revelar William… me hacía dudar acerca de todo lo que ya tenía planeado.
¿Realmente la dejaría?, ¿Sería capaz de dejarla aquí?
Sirthe y Clematis compartían sangre, pero eran dos personas completamente diferentes. Quería creer eso. Necesitaba hacerlo.
—¿Qué pasaría si ella me traicionaba? —me cuestioné— ¿Tendría la suficiente fuerza para hacer cumplir la ley?
No, eso era impensable. Deseaba que ella viviera…
—¿Entonces, aquello significaba que tendría que no importarme su origen?
La simple idea de pensar en que ella pudiera traicionarme me aterraba…
Me quedé en silencio mientras meditaba en silencio, pero lo único que estaba consiguiendo en ese punto era hundirme más en el abismo donde siempre había estado.
—¿Zefer...? —oí mi nombre y enseguida me percaté de quien se encontraba a mi lado. Era ella, quien me observaba con preocupación — ¿Te encuentras bien? Te vi correr hacia aquí, y te seguí —su voz sonaba distante, lejana.
Ante mi quietud, ella extendió su brazo para poderme tocar, pero inconscientemente me hice hacia atrás dejándola aún más preocupada.
—¿Pasó algo malo? Estás muy pálido —veía sus labios moverse, pero su voz sonaba demasiado distante.
La observé sin poder formular ni siquiera una oración coherente, las palabras simplemente se reusaban a dar una respuesta —¿Qué pasaría si ambos terminaban siendo iguales? —. Tenía miedo, y ella podía darse cuenta de esto.
De forma lenta y pausada extendió nuevamente su brazo y sujetó mi rostro mientras sonreía de manera cándida. No recordaba cuando era la última vez que alguien me había observado de esa manera.
En un impulso la acerqué hacia mí y mi rostro terminó posicionándose en el espacio que había entre su hombro y su cuello. Sentí como su cuerpo se tensó debido a mi cercanía, pero contrario a todo ella no me apartó, sus brazos me rodearon y con una mano comenzó a acariciar mi espalda, esperando a que estuviera listo para hablar.
—Lo siento —susurré y ella simplemente me abrazó con más fuerza.
—¿Te sientes mejor? —me preguntó mientras se separaba un poco para observarme a los ojos.
—Ahora lo estoy —le sonreí mientras acariciaba sus mejillas, ella se sonrojó y desvió nerviosamente la mirada— Clematis… ¿serías capaz de lastimarme? —le pregunté y me dedicó una mirada de extrañeza— Tan solo… respóndeme, por favor.
—Nunca lo haría —la seguridad en su voz generó que aquellos demonios que venían emergiendo se esfumaran casi en su totalidad—. No sería capaz de hacerlo —comencé a llorar sin poder hacer nada al respecto, ella limpió mis lágrimas con gentileza con sus dedos y yo cerré los ojos instintivamente.
Ella me sonrió y por primera vez en mi vida sentí paz dentro de mí. Había optado por confiar en ella, algo que jamás había hecho con alguna persona. La amaba y estaba dispuesto a cambiar solo para verla feliz.
No podía dejarla. No quería hacerlo. Le debía mucho, sin saberlo le arrebaté una parte de su vida, por mi estupidez había llorado cada noche en el palacio, por mi negligencia ella había perdido la visión de un ojo.
Seguí observándola en silencio y mi pulgar acarició sus labios, ella se quedó quieta mientras su rostro se encendía. Mordió sus labios, como cuando hacia cuando estaba nerviosa y el mismo impulso que tuve en la biblioteca aquella vez se apoderó de mí.
Me comencé a acercar de forma lenta a ella aguardando su reacción. Mi corazón palpitaba con fuerza al punto de que sentía como este subió hasta posicionarse en mi garganta. Era la segunda vez que esto me pasaba con ella.
Cerró los ojos y finalmente mis labios se posicionaron sobre los de ella. Aquel tacto prematuro fue dulce y gentil, fue la cosa más dulce que haya experimentado alguna vez en mi vida. En ese único beso le expresé todo lo que sentía: mis miedos, mis inseguridades, el amor que sentía y que con cada día que pasaba iba creciendo.