Mis emociones estaban aceleradas cuando llegué a la habitación, aun habiéndome dado una hora extra para meditar a solas. Muchas ideas pasaban por mi mente. Las ideas de Samanta específicamente.
—Reunión. Todos vengan —pedí apenas aparecí.
Francia estaba cantando una canción mientras tocaba una guitarra, su voz era muy bella pero se detuvo con mi anuncio. Alex, Rebeca, Iker y Marissa se encontraban a su alrededor, sobre la plataforma más alta de la habitación.
Todos bajaron con ayuda de la ausencia de gravedad, de la misma forma que la usé yo la última vez; sin el uso del botón. Al parecer ellos ya dominaban esa habilidad. Noté que Iker y Marissa se sostuvieron la mano hasta tocar el piso.
—Qué alegría que llegarás Mad —comentó Francia sonriente—, ¿Cómo te fue?
—Cardiaco, Francia —expresé agitada—. Necesito que crean en mí. Que sepan que no los dañaré.
Rebeca tensó los labios, incómoda.
—¿Ahora quieres que bajemos la guardia? —inquirió sin inmutarse.
—No, has lo que quieras —respondí restándole importancia—, chicos me llamo Maddie Armendáriz Ozuna. Quiero que me conozcan. Mi fruta favorita es la zarzamora, soy chica hogareña y solitaria. Mi mejor amiga en la primaria me llamaba MAO, ustedes pueden llamarme así también si quieren. En su honor, porque la perdí en la enfermedad —narré sin perder la cordura— ¿Saben que apesta? No me siento triste, no puedo. Le lloré mucho pero desde que desperté del trance no había vuelto a sentir tristeza, miedo o desconfianza. Creo que ninguno de los dirigentes. Nos quitaron eso para poder subirnos sin mayor problema y una vez arriba todo volvió, menos la tristeza. A ustedes no les hicieron eso porque hacen lo que nosotros queremos y ahora...
Solté el aire acumulado de mis pulmones. Todos estaban serios y pensativos. Me detuve de pronto. Solo un momento. ¿Estaba bien decirles que podía verlos desde afuera? Ellos por si solos jamás se enterarían, pues no pueden salir. Enterarse solo los haría sentir aún más vulnerables. Tal vez la mejor decisión era callar. Pero, ¿Y si por accidente revelaba algún dato que se supone que no debería saber? ¿Y porque los espiaría, para empezar? Mi cabeza daba vueltas.
—¿Ahora qué? —me incitó a continuar Marissa—, ¿qué te pasa Maddie?
—Encontré a una mujer, Samanta, la que mencionó Jan. Al principio no me prestaba atención y después supe que era porque no tenía información útil que darle, pero al final me dijo algo que me inquietó —relaté rápido, mis palabras se tropezaban unas con otras—, ¿saben lo que es el sadomasoquismo? Ella obligó a los suyos a ser sus sumiso, ella dice que les ordenó que lo disfrutarán y que eso lo justifica y que ahora podemos hacer lo que sea.
Mi ansiedad estaba clara, me sentía culpable con ellos, aunque no tenía claro el porqué. Una parte de mí sabía que yo no había hecho anda malo.
—No quiero pensar así chicos, yo no soy así —continué—, no lo del sexo sino sentir que puedo disponer de ustedes cómo si no fueran personas. No quiero eso. Me da temor llegar a serlo. Solo eso. Y sé que no debería mostrarme insegura con ustedes pero es demasiado para mí. No quiero perderme. Y creo que para no hacerlo puedo comenzar siendo sincera con ustedes.
—Relax Maddie —dijo Marissa acercándose a mí y sujetando mi hombro—, tranquila. Solo tienes una crisis de identidad. Y qué bueno que eso sí puedas hacerlo, ¿Verdad?
Eso era cierto. Lo agradecí.
—Gracias por decírnoslo —añadió Francia—, hoy hablamos mientras no estabas. Una plática profunda, ya sabes.
—Creemos en ti —continuó Alex— Además, ya estamos aquí y lo que no se adapta termina desapareciendo. Lo resolveremos juntos, porque no solo tú descubres cosas nuevas. Nosotros también, ¿verdad Iker?
—Ya díganle, idiotas—se limitó a decir sin demasiado entusiasmo.
—Iker vio que Samanta te besó —admitió Marissa sin ocultar lo divertido que le parecía—, "relájate tú también" y ¡zaz! tremendo beso. Él estaba conmigo pero solo él te pudo ver. De hecho antes estábamos un poco tristes y eso nos alivianó.
Quedé sin palabras.
—¿Incómoda de que alguien tenga cierto control sobre ti? —cuestionó Alex—, ya te tocaba.
Me reí.
—Si, mejor platicamos que tal besa la morena —sugirió Marissa y todos rieron, incluso Rebeca.
—No es solo carrilla —aseguró Francia coqueta, como siempre—, es bueno porque así podrás mostrarnos como es afuera. Solo hay que aprender a hacerlo a conciencia.
El ambiente se relajó. Mi ansiedad fue disminuyendo conforme ellos hablaban, hasta desaparecer. Entonces decidí que ellos también merecían la información que yo tenía. Si los 5 podían verme era más justo.
—Si, hay que practicarlo Iker. Ahora mismo suena bien —Para procurar no dar una orden modifiqué mi afirmación—; en mi cama puede ser un buen lugar ¿no crees?
—¿Quieres practicar conmigo las técnicas de la morenaza? No suelo ser el sumiso, te aviso de una vez —respondió asomando un rastro de alegría en su voz, pese a esto aún no estaba del todo bien.
—Lo tendré en cuenta.
Francia retomó su guitarra y los otros la alentaron. Una vez estando en mi cama consideré como sería tener a Iker en una situación sexual, tenía un cuerpo bastante prometedor. El pareció leerlo en mis ojos y levantó ambas cejas.
—No —alegué sin motivo aparente—, no quiero practicar Iker. En realidad debo confesarte algo que aún no les digo a los otros. Y como en las camas el sonido es aislado me pareció el lugar perfecto.
—Me honrras —contestó serio, tratando de descubrir de que se trataba viéndome a la cara. Su silencio me hizo continuar.
—Te escuché con Marissa. No fue intencional. Estaba pensando en ustedes con gran insistencia y de pronto apareciste frente a mí. Estabas con Marissa. No quise decirle a los otros antes justo por respeto a lo que escuché y por no aterrarlos también.
—Vaya —exclamó sin expresión facial alguna— no te diré que me sorprende.
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Editado: 31.08.2020