Siguiendo los requerimientos de Jan, salí de mi habitación poco después de él, para darle tiempo de llegar a mi pasillo y recibirme. La luz de mi aparición me dejó verlo un instante. Su sonrisa cómplice, que competía en tono con su polera blanca, se mantuvo en mi mente, incluso después de que la oscuridad la tomara de rehén.
Necesité acercarme a Jan, mi piel me gritaba lo necesitada que estaba de él. Con seguridad me atrapó en sus brazos. Su delicioso perfume me embriagó de atracción.
—Hola, hermosa —murmuró a unos centímetros de mi boca. Su aliento fresco contorneó el tercio bajo de mi rostro.
Sin mayor reparo, levantó mi barbilla y me depositó un pequeño beso en los labios. Su sabor me hizo olvidarme de la situación que estábamos viviendo. En su boca, la oscuridad era exquisita y el peligro solo le daba un toque afrodisiaco.
Pero el momento no fue recordado por duradero, sino por asfixiante. Pues no tardamos en ser interrumpidos por un rugido fúnebre y animal, que taladró nuestro silencio. No nos dio tiempo de nada; algo monstruoso se acercaba hacia nosotros.
Por instinto retrocedí, pero los bramidos también procedían de esa dirección. Estábamos rodeados. Jan se había equivocado al deducir que no nos atacarían.
—Regresa —pidió con evidente temor en la garganta.
Sin embargo, por primera vez en todo el viaje nuestras pulseras fallaron. No nos dejaron volver. Con la angustia en el pecho, saqué de mi pantalón ambas dagas y le pasé una a Jan. Tomamos una posición de defensa.
Cerré los ojos para darme seguridad, si bien no hacía una diferencia real, me dejaba imaginar que la oscuridad era mi decisión y que podía controlarla. Sin embargo, cuando el ruido desapareció supimos que ya nos habían alcanzado.
Nuestras dagas quedaron incrustadas como decoración, en el primer invasor que me atacó. De un momento a otro, me encontraba en suelo con una presencia grotesca encima de mí, inmovilizando mi cuerpo. Ya no era el aliento de Jan el que me recorría la piel, en su lugar; lo hacía un hedor frio que brotaba de una superficie rasposa y dura.
El peso de aquella cosa incrementaba con el paso de los segundos, presionando mi pequeño cuerpo. La respiración se me volvía cada vez más difícil. Era consciente de los intentos de Jan por ayudarme, pero ni sus gritos ni sus golpes hicieron alguna diferencia. Sin embargo, yo ya no sentía miedo, mi mente estaba ocupada razonando eventos inéditos.
Aunque no podía verlo; lo reconocí de inmediato. A todos ellos. Me habían visitado muchas noches durante mi infancia, me atormentaban al dormir al punto de hacerme despertar con el pijama mojado. Habían regresado, pero con una notable diferencia; ya no estaban contenidos en mis pesadillas.
Cuando superé los episodios de parálisis del sueño, reprimí en mi mente su horrorosa imagen real, en su lugar los había transformado en monstruos semejantes a insectos. Recuerdo alterado, que a la larga me provocó tenerle a los reales. Pero en ese momento su imagen verdadera se desbloqueó en mi mente.
Mis episodios los sufrí como doce años atrás. Como fueron en el tiempo de conocer a Rebeca, mi psicóloga los atribuyó al estrés. Pero en ese momento, comprendí que había una razón mucho más fuerte. O había tenido una especie de visión, o estuvimos atrapados con ellos desde mucho tiempo antes de saberlo.
»¿Qué eres, asquerosa bestia?« me pregunté en mis pensamientos. Mi piel se había vuelto pegajosa con su contacto y mis ojos apuntaban en su dirección.
Entonces hubo un destello de luz. A la par, el peso del demonio me aplastó por un segundo. A pesar del corto periodo de tiempo y de no ser el peso completo, gruñí del dolor, sintiendo mis huesos comprimirse al ser aplastados. De inmediato la carga cedió y mis músculos se contrajeron al intentar recuperar el aire.
Lo primero que noté al recuperarme no fue a Jan a mi lado, fue a Stella; deslumbrante y guerrera atacaba a un invasor atrás de ella. De él lo único que veía; era su piel bulbosa convulsionarse bajo el arma de nuestra alíen. Ella brillaba más que nunca.
Stella se giró para encararnos, antes de que nuevas bestias llegaran, tomó mi muñeca y la de Jan. Un segundo más tarde, estábamos en la seguridad de una habitación vacía.
—¿Estas bien? —preguntó mi novio con ambas cejas arrugadas. Por su frente se deslizaban gotas de sudor frio, que terminaban cayendo por sus mejillas y después al piso. Las manos con las que sostenía mi cabeza también estaban húmedas y temblaban.
Seguíamos en la misma posición que adquirimos en el pasillo; yo parcialmente acostada en el piso y él sentado atrás de mí, dándome soporte.
—Excelente —respondí, respirando con esmero. Por fortuna realmente estaba bien, no había sufrido un daño real. Sostuve su brazo con fuerza para compartirle serenidad, que bien le hacía falta—. La verdad no me hizo nada, solo me mantuvo cautiva, ¿por qué no me hizo nada?
—Porque no le dio tiempo —respondió abrumado—. Lo siento mucho, mi amor. No sabes cuánto lo siento.
Nunca me había llamado “mi amor”. Ese pequeño acto me hizo sentir mejor, pero no era momento para ponernos sentimentales. Aun así le dediqué una mirada de ternura.
—No es tu culpa —murmuré conmovida por su preocupación.
—Yo te dije que saliéramos. Pensé que como a mí no me habían hecho nada, a ti tampoco te lo harían. Me equivoqué.
—¿A ti no te hicieron nada ahora tampoco, cierto?
—Nada, y no quería que a ti sí. Créeme.
—No es un reproche Jan, claro que te creo. Solo no lo entiendo, ¿por qué a mí sí?
—Chique —exclamó Stella, recordando su presencia en la habitación. Ella estaba sentada frente a los dos, era el motivo por el que podíamos vernos. Le sonreí con ternura.
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Editado: 31.08.2020