¿Ese chico era espía o acosador?
¿A qué punto puede llegar?
Mis siguientes días, fueron de mal a desastre, se convirtió en mi sombra y en un presuntuoso porque tenía el favor de todos los profesores. Nuestras horas coinciden hasta para ir al baño. Es tanta la coexistencia entre ambos, que un día iba saliendo del este, después de lavar mis dientes y lo encontré a la distancia saliendo él de los baños de los hombres.
—Oye, roba pupitres ¿no tienes algo mejor que acosarme? —Tomé una postura firme descansando mis manos en las caderas.
—Ya quisieras —Comentó burlón y yo rodeé los ojos. Era increíble que pueda entablar una conversación tan fácil con el sin nombre, pasan los días y no sé cómo se nombra o apellida, solo sé que lo apodan Baguette.
Caminé deprisa a mi última clase del día, la última vez mi padre me regañó por el primer altercado con el inspector. Si bien era muy despreocupado por mis notas, no por la falta de criterio. El pasado lunes tuve lo peor de lo peor; llevé una lavadora a la muerte, mi mamá se enojó y Julieta tuvo que regresar con resfriado. Subí las escaleras del tercer piso en el ala éste y mi nariz percibió un perfume varonil muy sutil, bastante conocido e intangible.
—A tu derecha —Miré la izquierda.
—¿Ah? —Y pasó por mi lado, corriendo—. Oye.
Ya era de costumbre que me robara mi puesto, por culpa de él debo estar al medio de la clase, donde los olores se impregnan como cámaras de gases. Corrí detrás como alma que se lleva el diablo. El corazón me palpito y mi vida sedentaria, recobró su esfuerzo de años. Los pasillos solitarios era los únicos susceptible a nuestros ruidos. Llegamos a la puerta y lo empujé cuando la abrió, este retrocedió metros atrás. Era flacucho. La sala estaba vacía, igual que los puestos. Corrí por el mío, pero me detuvo con su mano sobre mi muñeca, frenando mis pasos y retrocedí más atrás.
—¡Oye, eres un tramposo! —Grité fuerte.
—¡Tú me empujaste! —Me devolvió el gruñido igual de tosco y se sentó sobre mi pupitre.
«Esto no acaba»
Me tiré sobre él, tratando de que por consecuencias y por física, acabara en el suelo caído y derrotado, pero aquello no sucedió, no podía ni con su altura y con su delgado cuerpo.
—¡Eres un flacucho! —Gruñí, tirando del suéter horrible del colegio.
—Y tú, una débil.
Era una ida de peleas, tiras y aflojas. Un día más sentada en el medio, sintiendo ese horrible olor en la nariz. Cansada puse mi mochila sobre la mesa, acomodándola y descansé mi rostro en ella. Me quedé mirándolo, sin las ganas de cerrar mis ojos. Siempre era así, refugiándonos en nuestras propias burbujas, entendiendo que la única compañía éramos los dos mutuamente. Lo veo sacar de su mochila negra, un lápiz a carbón y un libro, apoya su codo contra la madera barata y su mejilla descansa sobre su mano, refugiándose entre su mundo. Si bien ese chico con algún nombre en este universo, era prepotente y arrogante, fue como ver un reflejo de lo que soy. Así de terrible, llegué a la conclusión.
Las clases comenzaron, calculo era horrible para mi concentración. Llevé una gomita a mi boca, saben perfectas, aunque estuvieran deformes por culpa del horrible calor de California. No es por nada, pero yo y el azúcar nos llevamos tan bien que deseo comer más.
—Si vas así, no vivirás mucho —A medio comer, giré mi cabeza hacia el lado.
No era de su incumbencia darme lecciones cuando se la pasa todo el día dibujando.
—Descuida —Me encogí de hombros—. No tengo mucha expectativa de vida.
Tal vez pensé así porque era un fracaso para mi familia disfuncional o porque cada vez que hago las cosas bien, terminan más peor que mal. Tiré el empaque en el basural de mi mochila y saqué mi libro de anotaciones.
—¿Sabes? Eres única entre tu especie —Lo escuché comentar con simplicidad.
—¿Sabes? Qué... —Quise atacar, pero me pillo con el jodido nombre—. No entiendo como aún me diriges la palabra y sigo sin saber tu nombre... Ya llevamos una semana, peleando por mi puesto y hablando, ¿cómo es que no sé tu nombre?
—Será porque no has preguntado.
Toqué mi mentón con mis dedos manchados de colorante.
—Tal vez —Un silencio nos embargó—. ¿Cuál es tu nombre?
—¡Uh! Nombre... —Esperaba ansiosa por su respuesta y soltó una sonrisa burlona—. No.
Arqué las cejas.
—¿Tu nombre es "no"? —Hice una mueca—. ¿Qué nombre es ese?
—Es no te lo diré, tienes que ganártelo.
—¿Y quién te hace pensar que quiero ganármelo? —Alineé mis labios, enojada. Me insulta y me habla, sin siquiera saber qué tipo de ser humano es—. No hablaré más contigo.
—Pero lo estás haciendo —Sonrió burlesco.
—Desde ahora no.
Me giré con la intensión de evitarlo y sin pensarlo, presté atención en clases. Tal vez necesitaba más de estas peleas. La teoría no era tan horrible como supuse, la entendí al pie de la letra. Copié algunos ejercicios, subrayé palabras claves, y pronto el timbre nos golpeó el tímpano. Tiré mi cuaderno y el lápiz por un tiempo reducido, cogí la mochila y fui a la cafetería.
El día está perfecto para tener una horrible migraña por tanto calor. Por suerte en la cafetería existe el aire acondicionado. Cogí una mesa lejos de la multitud, saqué la mitad del sándwich que preparé para comer y me senté a observar. Era normal tener esa rutina de ver todo y ser nadie. Cada mesa era interesante y ordenada de forma particular. La primera mesa era la más "importante" Los Coleman, si bien esa familia rica y adinerada en L.A, era perfecta, tuvo un contratiempo cuando la mamá de los tres Coleman, murió. El mediano de los tres, Jonathan, se convirtió en un gran fastidio para las clases. Estuvo en las mías, era un grano en el culo, pero comprensible. Luego lo volvieron a ascender porque su padre pasó dinero extra y no nos vimos más.
La siguiente mesa, eran de las chicas populares. Eso de creer que son platicas y solo piensas en maquillaje, es una rara controversia. Son inteligentes, hermosas y porristas. El mundo perfecto, encabezado por la novia de ese grano, cuyo nombre es Sasha. Y todo termina con los deportistas que, como animales perversos, está Ryan. Diferentes grupos iguales de divididos, pero ¿a quién le importa?
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Editado: 27.11.2021