Un barco había naufragado, llegando a la playa a trozos, estaba totalmente deshecho. Los mástiles ya no estaban en su sitio, sino tirados por la arena. Botes rotos arrastrados por las olas. Todo había sido culpa de una terrible tormenta que les había alcanzado.
Dos hombres y una mujer habían conseguido sobrevivir a tal impacto. Y ahora se dirigían a pie a adentrarse en ese bosque.
—Mi señora, tiene que andar más deprisa. —Un hombre joven se cabellos rubios iba delante, preparando el camino para que la joven que iba en el medio fuera protegida—. No queremos que los piratas que estaban buscando un botín en vuestro barco os encuentren, si descubren que habéis llegado al País antes del llegar al castillo podíais tener problemas.
—Tonterías lord Baryad, los aldeanos respetarán a su reina. —Contestó la doncella, llevaba una capa que le cubría el rostro, pero se la escapaban unos mechones pelirrojos.
—No a una reina que no la ven desde que tenía apenas pocos meses de vida. — Respondió el joven al que la pelirroja había llamado por el nombre de Lord Baryad. Este negó con la cabeza.
El otro hombre que había con ellos, algo más mayor, iba el último por si algún ladrón se atrevía a atacar por la retaguardia.
—Lord Baryad miré—la chiquilla señaló algo en el suelo entre los arbustos. Sin esperar la pelirroja salió corriendo a ver de qué se trataba, no le importó las miradas de desesperación de sus dos acompañantes.
—Tendrías que tener más cuidado majestad—pronunció por fin el otro hombre que les acompañaba cuando llegaron a su lado.
— ¿Pensáis que esta criatura me podría haber hecho algo? — La mujer la miró con curiosidad. Perecía joven, aunque no alcanzaba a ver su cara.
—Lleva unas prendas muy extrañas mi señora—respondió asustado el rubio.
—A lo mejor proviene de un país lejano lord Baryad— contestó la chica de la voz dulce de nuevo.
—O podría ser obra de su prima. Tenemos que tener más cuidado.
La chica se giró hacia su otro acompañante.
—Lo dudo mucho. Nadie salvo nosotros sabía de mi llegada en ese barco, aparte, lord Armagc, vos y lord Baryad me protegeréis, confío ciegamente en ello.
—Mi señora, ya la dije que me llamara por mi nombre— respondió con tono de desesperación el más joven de los dos.
—Lo se mi querido Stéphane, pero vos tampoco me llamáis por el mío.
—No es lo mismo, vos sois mi reina.
—No digas bobadas Stéphane, soy su amiga por encima de todo—el rubio, se tocó el pelo a modo de desesperación.
La muchacha que estaba tirada en el suelo entre los arbustos se comenzó a mover a lo que los dos hombres desenvainaron sus espadas y colocaron a la reina pelirroja tras ellos en señal de protección.
—Mi señora, parece que se está despertando— Luis de Armanrg la cogió del brazo—. Más vale que se aparte por si acaso.
— ¿Y qué creéis que me puede hacer una doncella en esas condiciones? — La joven reina la señaló y se adelantó para retomar la posición que tenía.
La chica, con largos cabellos oscuros llevaba lo que parecía unas enaguas muy modernas, pensó la joven pelirroja. La parte de debajo, muy rasgada, de un color azul vivo y una camisa blanca que apenas era existente. Aparte de estar manchada de barro. Los zapatos eran muy extraños, aunque la joven reina solo podía ver uno de ellos que no se encontraba en el pequeño pie de la morena.
—Por favor no se agache, no vaya ser que la ataque.
—No seas tan miedoso Stéph, no me pasara nada.
—Pero mi señora....
—Que te he dicho, llámame por mi nombre, se lo suplico.
La muchacha comenzó con dificultad a abrir los ojos. La pelirroja seguía agachada esperando a que se girara y pudiera ver su cara.
Tras unos segundos esperando por fin la doncella se consiguió levantar la cabeza.
—Bienvenida. — La chica pelirroja sonrió como si la conociese de toda la vida.
— ¿Dónde estoy? — Fue lo único que Jane pudo pronunciar. Ese sitio no era su hogar. ¿Estaría soñando?
—Estas en los bosques de Escocia. — La joven reina sonrió de oreja a oreja, mientras que a la vez que sorprendida la miraba con curiosidad y la ofreció su mano para levantarse. Cuando Jane lo intento, sintió un fuerte dolor en la cabeza. Su mano fue directa a tocar ese terrible pinchazo y cuando se fue a mirar la mano vio sangre.
—Stéphane, la joven está herida, démosla agua— ordenó.
Ambos se quedaron de piedra ante la amabilidad de la reina, y ante el aspecto de aquella mujer.
—Es que no me habéis escuchado, ¡agua! — Volvió a ordenar. Esta vez Luis de Armanrg la dio una especie de bota que llevaba colgada a su cinturón—. Toma y bebe. — ordenó a Jane mientras que le pasaba esa cantimplora tan antigua, para los ojos de Jane.
—Gracias— la morena la cogió y bebió. Estaba desorientada.
Editado: 27.12.2018