Extraño Milagro De Navidad

9

Sky me entrega un poco de soda fría en un vaso desechable blanco. Lo tomo y se sienta a mi lado en una mesa de madera redonda con tres sillas. Solo ocupamos dos.

Según me explicó aquí es el área donde los familiares se reúnen a comer o charlar con ellos por un rato. A parte hay un comedor grande, donde todos almuerzan y cenan diariamente.

Él también coloca un pastelito navideño con cubierta dulce roja y unas decoraciones rojas y verdes. La música es suave, solo son instrumentales de las típicas canciones de la época.

—A comer —Sky celebra con una sonrisa antes de darle un mordisco a su pastelito, los labios le quedaron teñidos de rojo por el colorante.

Yo doy un sobo a mi soda y suspiro. Paso mis ojos por el lugar, en una mesa del frente hay una anciana hablando con una mujer de unos cuarenta años y una niña como de diez. Están sonriendo y la niña abraza a quien parece es su abuela.

Mis ojos se mueven a otra mesa, es un señor de cincuenta con un anciano con sombrero. Le está hablando sobre algo mientras mueve las manos, pareciera que le está explicando algún partido de futbol por las señas que haces.

Aquí hay unas seis mesas ocupadas además de donde estamos, giro para ver a través de la ventana que da al interior del lugar. En una banca de madera hay una mujer muy anciana, lleva unos tres suéteres encima y sonríe viendo hacia el techo.

Aunque algunas de estas personas reciben visitas como las que están aquí, deben de haber varios que nadie los visita por meses. Eso es muy triste. Pienso en cómo debe ser vivir una vida entera, conocer a tantas personas y amarlas para que termines los últimos días de tu vida en soledad.

Luego pienso en mí. No quiero sentirme sola por siempre, estoy harta de estar sola pero tengo tanto miedo de abrirme con los demás. No puedo romper mi soledad si no dejo que las personas entren a mi corazón, pero eso me aterra mucho más. Ya no quiero que nadie me haga daño.

Ya nadie lo hará, falta muy poco.

— ¿No tienes hambre? —pregunta Sky.

Volteo para verlo. —Ah, sí, gracias.

Tomo el pastelito y le doy una mordida. Sabe bien, no es lo mejor que he probado pero no está mal. —Petal, ¿Cuál es tu color menos favorito?

Mis ojos suben a él, sus labios siguen rojos y un poco verdes. —No me gusta mucho el anaranjado.

Asiente. — ¿Y cuál es una canción que odias?

No tengo que pensarlo mucho, tengo la respuesta en la punta de mi lengua. —Last Christmas.

Junta sus cejas. — ¿No te gusta? Oh, no te juzgo pero es muy buena.

No la odio porque sea una mala canción, en algún momento me gustó pero ahora la asocio con un horrible recuerdo. Pienso en que no es justo como podemos sentir cierto rechazo por alguna prenda, una melodía o un olor gracias a algo malo que nos sucedió.

Aprieto mis puños. — ¿Qué canción odias?

Recuesta su codo en la mesa. —No creo odiar ninguna canción pero no me gustaba escuchar Dancing Queen de ABBA. Viví al lado de una mujer que la escuchaba todo el día, creo que me fastidió demasiado.

Asiento y tiro de mi cabello. — ¿Qué color no te gusta?

—No me gusta el color gris —afirma—. Cuando el cielo está gris no tengo humor para hacer nada, me gusta que siempre esté el cielo azul.

Niego. —El cielo no puede estar siempre azul.

Entorna los ojos. —Tienes razón, el cielo no puede estar siempre azul pero me gustaría que fuera así —le doy otra mordida al pastelito y Sky sonríe, toma una servilleta y me la entrega. —Te ensuciaste un poco.  

Me limpio. — ¿Ya?

Sky mueve su mano lentamente, toma la servilleta y se detiene frente a mis labios. — ¿Puedo?

Retiro la mirada, él me ayuda a limpiarme. Me siento tonta así que aparto mi cara de él. Mi teléfono vibra sobre la mesa, lo tomo y leo el mensaje de mi mamá.

“Petal, recuerda que hoy vienen tus primos. Nos vemos a las cinco”

Me muerdo el labio, con fuerza. No quiero ver a mis primos, no quiero ver a nadie más. No quiero estar ahí. Quiero estar sola y que dejen de molestarme. Que dejen de hacerme preguntas.

Veo a mi alrededor una vez más, si yo llegara a tener setenta años seguramente sería como la mujer sentada afuera. Nadie me visitaría a mí, nadie me extrañaría y nadie lloraría cuando me muera. Nadie me va a extrañar.

Cierro los ojos, tengo que dejar de pensar en eso ahora o volveré a llorar. No quiero llorar, ¿cuándo va a dejar de dolerme? Regreso mis ojos al teléfono y le hablo a Sky: —Tendré que regresar antes de las cinco, hay una… mis primos, otros primos estarán ahí.

Sky responde: —No hay problema, te llevo ahora si quieres.

Hago una mueca. —Yo… puedo regresar en taxi.

Sky se levanta y toma la basura. —No Petal, soy el conductor designado, de todas formas puedo regresar otro día.

Yo me levanto y tiramos la basura. Sky se despidió de casi todos los ancianos que estaban en las otras mesas, cuando salimos él le dio un abrazo a la mujer sentada en la banca a solas.

Entre más avanzábamos, más personas se despedían de él. Es muy popular entre estas personas. Lo volteo a ver, sonríe sin parar. Debe ser gracioso vernos juntos, mientras él actúa como un chico feliz yo soy la rara con el rostro cansado.

Sky me abre la puerta del auto y entro. No lo conozco nada y no quiero conocerlo pero agradezco que hasta el momento no sea uno de esos tontos chicos más. Ya no quiero lidiar con hombres más del montón.

Sky entra, enciende el motor y su dedo presiona algo en la radio. — ¿Te molesta si escuchamos música?

Niego, él toma su teléfono y busca algo ahí. Pocos segundos después una canción que nunca había escuchado antes se reproduce. Intento entender qué dice pero parece una mezcla de inglés con otro idioma.

— ¿Qué idioma es ese? —le pregunto.

Sky le sube un poco de volumen. —Es coreano, ellos son una de esas agrupaciones que cantan y bailan pero esta canción es muy buena —afirma alegre—. Es una colaboración con Anne-Marie, ¿te gusta?



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En el texto hay: navidad, milagros, navidad y romance

Editado: 22.12.2022

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