11. Consentido
Si bien el lugar al que traje a Fray está algo apartado, no está libre de la curiosa mirada de mis soldados o de Félix. Sé que nos espían. Resuelvo ese inconveniente con tan solo una mirada, para que entiendan que no deben molestarnos.
Fray ya lleva mucho tiempo entrenando, aprende rápido, pero por el momento no hay nada más que pueda aprender. No quiero que sus músculos se dañen, no quiero que esté adolorido, le indico que se detenga.
—¡Es suficiente!
—¿Sí? ¿Cómo lo hago?
—Bien.
—General, ordéneme hacer algo.
—¿Qué?
—El día del asedio cuando me dio esa orden. “Ven aquí, dame la lanza”, mirándome tan frío y con esa voz de mando…
—Lo siento —¿En aquel momento le hablé de esa manera? No puedo recordarlo con claridad, era un momento crítico y debía… Oigo el entusiasmo de Fray que continúa hablando.
—¡Me encantó! Es que si es usted quien las dicta, yo acataría todas las órdenes. ¡General, deme órdenes!
—Fray —Quiero que se detenga, porque no puede decirme esas cosas, no sabe lo que podría hacerle. Yo no sé lo que podría hacerle.
—¿Qué ocurre?
No resisto, debo hacer algo. Observo rápidamente el entorno y lo decido.
—¿Qué hay? —Fray también observa alrededor sin comprender qué busco.
—Ven.
Me encamino hacia un espacio que sé que está abandonado, allí sí estaremos solos, estoy más que seguro. Fray corre tras de mí y me alcanza.
—¿Qué hay aquí?
Lo recibo y lo sostengo, lo alzo en mis brazos y lo llevo dentro. A Fray se le adhiere una tela de araña, señal de que este sitio no es visitado por nadie. Nadie vendrá aquí. Ahora se retuerce creyendo que la dueña de esa tela de araña camina por su rostro, pero son solo ideas de él. Me adentro en el recinto y luego de atravesar restos de la construcción, dejo que pise el suelo. El impulso de tenerlo solamente para mí, hizo que lo alzara en brazos y lo apartara del resto, pero ahora… ¿Qué haré? Evito mirarlo. Me siento en un banco y Fray me sigue. Dudo, pero me atrevo y le sostengo las manos. Necesito saber por qué cuando le dije a la reina que Fray era mi pareja, él me negó. Estoy pensando cómo decirle, debo decir algo. Quiere saber qué estoy haciendo.
Pregunta: —¿Qué?
—Fray, me gustas… ¿Por qué me negaste ante la reina?
—¿Qué? Porque… yo dije que me iría. ¿Por qué quieres desperdiciar el tiempo en esto? No tiene sentido esta conversación.
Lo que me esperaba, pero ¿por qué siento que esto no es lo que piensa realmente?
—No quiero que te vayas.
Le sostengo las muñecas con fuerza, la herida en mi mano arde, pero no importa. Quiero obtener otra respuesta de su parte. Fray no habla, decide desatar la venda en mi mano y observa mi herida.
—¿Sabes qué tengo aquí? —Me dice mientras se toca un bolsillo— El ungüento…
Es de esta manera como desvía mi pregunta y me quiere distraer. Se lo permito por el momento. Comienza a aplicarme ungüento y alivia mis dolores. Quiere utilizarlo todo en mi mano, lo detengo y me apresuro a vendarme nuevamente. Debe conservar para sus heridas.
Retomo la conversación anterior: —Fray… yo no quiero… ser solo tu aman…
—Ya hablamos de esto… Ni siquiera pasamos de los besos… Dices de ser pareja pero yo no…
—Quiero ser tu mejor amigo también…
Fray me evita ahora, no me mira, en cambio, yo sí lo observo. Quiero una respuesta que me complazca, pero es difícil obtenerla.
Habla otra vez: —¿Pero qué dices? Eso lleva tiempo.
—No importa.
—Apenas nos conocemos, yo no…
Intento no hacerlo, pero le grito: —¡Escúchame!
Fray no parece asustado, creo que le gusta que le grite, porque me presta atención y me observa con sus ojos brillantes: —¡Sí!
—No quiero darte órdenes.
—Pero puedes, te lo permito.
—No quiero. ¿Por qué no me oyes?
—¿No me darás órdenes?
—¿Qué quieres que te ordene?
—Lo que desees.
—¡Quédate conmigo!
—Eso no es una orden, es una súplica.
Mi estado es algo nervioso y deseoso, Fray me provoca, aunque aún temo de avanzar más con él. Debo ser prudente. Mi cuerpo se calienta.
—¿Por qué quieres una orden?
—Porque… me emociona oír tu voz de mando, me asusta… pero también hay algo, que no sé lo que es.
Fray toca mi pierna y cierro los ojos para contenerme. Le doy una orden con la intención de salvarme y salvarlo a él.
—¡De pie!
Fray me obedece, pero ahora está tocándome el rostro y debo abrir los ojos para mirarlo.