Arcar. 29 de abril.
Tiaby aferraba con fuerza el libro entre sus dedos mientras contemplaba la calle a través de la ventana.
Allí abajo, acompañado por una treintena de guardias, estaba el capitán Terred. Tiaby no podía verle el rostro desde allí, pero estaba segura de que en su frente habría un ceño de frustración; de todas formas, sus gestos imperiosos y enfadados se lo decían sin necesidad de verlo.
Lo último que había esperado al despertarse esa mañana era que le llegara un mensaje de lord Aron indicándole que no saliera a la calle porque el capitán había llegado a Arcar de improvisto. Aunque Tiaby no tenía ninguna esperanza en las capacidades de Galogan para encontrarla, definitivamente no pensaba igual de Terred. El hombre la conocía bien y, a pesar de todo, era leal a su padre: si el rey le había ordenado encontrarla, él lo haría y la arrastraría al palacio de nuevo. La sola idea le ponía los pelos de punta.
Tiaby se apartó de la ventana casi trastabillando, con miedo de que el capitán levantara la mirada y la viera allí.
Los chicos, al recibir el mensaje de los Aron a primera hora de la mañana, se habían marchado para intentar obtener toda la información posible sobre lo que estaba ocurriendo, aunque Tiaby también pensaba que se habían ido para no tener que estar cerca de ella después de la discusión que habían tenido el día anterior. Cuando Tiaby les había contado todo lo que había pasado con lord Aron, con ese vampiro y con el extraño bibliotecario, había sentido sus miradas preocupadas, como si pensaran que se había vuelto loca. Entonces les había enseñado el libro y sus miradas habían pasado de preocupadas a horrorizadas al entender que no les estaba mintiendo ni que tampoco era una alucinación suya.
Basra y Mikus prácticamente se le habían lanzado encima para intentar convencerla de que era una idea horrible que se marchara sola; Efyr se había mantenido callado, pero Tiaby había notado como la juzgaba con los ojos. Ninguno de los tres había aceptado que Tiaby deseara marcharse sola, aunque su razón fuera que debía hacerlo sola. Odiaría saber que los había puesto en peligro por algo que ella había decidido hacer.
Después de la discusión, no habían hablado en lo que quedaba de día y al despertarse, solo Basra se había acercado a ella para explicarle lo que iban a hacer esa mañana. Mikus la había mirado desde la puerta justo antes de irse y Tiaby no había sabido decir si estaba triste, enfadado o preocupado; tal vez las tres cosas a la vez, no lo sabía. Había veces, en las que le era muy difícil leer a Mikus. Era como si se pusiera una máscara y, aunque Tiaby podía distinguir ciertas cosas en su rostro, no era capaz de saber qué era lo que realmente estaba sintiendo. Le molestaba que Mikus le ocultara cómo se sentía, sobre todo porque ella siempre era sincera con él.
«Ahora no vas a ser sincera con él —le susurró una molesta voz en su mente».
Tiaby suspiró y acarició el libro entre sus manos. El cuero estaba viejo y gastado y resultaba suave bajo sus yemas. Se había pasado toda la noche leyéndolo, absorbiendo toda la información que contenía en sus páginas. En su mayor parte eran leyendas y cuentos; algunos de ellos Tiaby los recordaba de cuando era pequeña. Tenía el vago recuerdo de su niñera contándole esos cuentos, o al menos una versión dulcificada de ellos. Los que había escritos en el libro eran mucho más crueles, más crudos. Tiaby se tuvo que forzar a seguir leyendo, pero había logrado terminar todas las historias y ahora…
Seguía igual de perdida que antes.
¿Qué se suponía que lord Aron quería que extrajera de ese libro? Todavía se lo estaba preguntando, pasando los dedos por la tapa del libro, cuando unos golpes nerviosos aporrearon la puerta. Su cuerpo se tensó como la cuerda de un arco. ¿Sería otro mensaje de lord Aron?, ¿o era el capitán Terred dispuesto a atarla y devolvérsela a los brazos de su padre y de su prometido? Nerviosa, Tiaby se acercó a la ventana, pero no vio rastro de los soldados. Era imposible que Tiaby no hubiera escuchado a treinta y un soldados armados hasta los dientes subiendo por las escaleras, por muy distraída que estuviera; el ruido habría sido ensordecedor.
Dejó el libro en el poyete de la ventana y se acercó a la puerta. Sacó una daga de su bota mientras, quien fuera que estuviera al otro lado, seguía insistiendo y aporreando la puerta con furia. Parecía estar poniéndose nervioso.
Tiaby abrió la puerta de un tirón y levantó a toda velocidad la mano, dispuesta a poner el cuchillo bajo la garganta de su nada querido visitante.
Pero una mano fuerte le sujetó la muñeca y antes de que pudiera hacer nada para impedirlo, la arrastró hacia el interior del piso, cerrando la puerta tras de sí con una patada. La zarandeó hasta que la daga se le escurrió de los dedos; cayó al suelo cerca de sus pies, pero la figura le dio una patada y la envió al otro lado de la habitación.
Su rostro estaba cubierto por una capucha marrón sucia de polvo, pero por su figura, Tiaby estaba segura de que era un hombre.
Se debatió para librarse de su agarre, le pateó con fuerza, pero de alguna forma logró esquivar todos sus golpes. Tiaby alzó la mano libre e intentó golpearle en el rostro, pero lo único que consiguió fue que también le sujetara por esa muñeca.
Levantó la rodilla e intentó darle un golpe en la entrepierna, pero él se apartó y, con un gruñido bajo, obligó a Tiaby a darse la vuelta, torciéndole los brazos tras la espalda hasta que notó que los hombros le ardían de dolor. Se mordió los labios para no gritar mientras las lágrimas le llenaban los ojos.
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Editado: 12.08.2024