Fábulas I

Capítulo 20

Myria. 15 de mayo.

Era noche cerrada. Tiaby notaba el viento cálido en la piel, un cambio agradable después de haberse pasado casi dos semanas lloviendo sin parar. La tierra todavía estaba húmeda y los caminos, la mayoría mal adoquinados, eran un peligro para su caballo. Una vez, había estado a punto de caerse cuando el animal había resbalado por culpa de una piedra tan erosionada que no tenía agarre y por el suelo mojado.

Tiaby se bajó del caballo para descansar. Cuanto más se alejaba de Zharkos, más segura se sentía y había empezado a cabalgar desde el atardecer, cuando al principio solo se arriesgaba a avanzar una vez había caído la noche. Por la mañana siempre descansaba, buscando refugio en cualquier taberna. Había pagado de más para que la gente se mantuviera callada y había pasado todo el tiempo con el cabello cubierto. El pelo blanco era su rasgo más distinguible y Tiaby no era tan estúpida como para creer que, por mucho más dinero que les hubiera pagado por las escasas habitaciones y la comida rancia, no dirían nada si Galogan si presentaba con bolsas llenas de dinero. Lorea podía permitirse gastar el oro de esa forma, Tiaby no.

Se había detenido a unas pocas horas del amanecer. Estaba agotada, con los músculos agarrotados después de pasarse más de cuatro horas en el camino sin detenerse. Por lo menos, la ropa se le había secado y ya no tenía el cuerpo tan frío, aunque había cogido un resfriado en algún momento. Ahora ya estaba mejor, pero se había pasado dos días en los que no se había podido mover, encerrada en el cuartucho de la taberna en la que se había hospedado.

Estaba en un pequeño claro, muy cerca del río Verde. Si se acercaba a la orilla y miraba hacia su izquierda, podía ver el pueblo de Myria. A Tiaby le picaban las manos de los nervios; después de dos semanas en el camino, estaba a punto de llegar a su destino, aunque no tenía ni idea de qué haría una vez allí.

En realidad, ni siquiera sabía qué estaba haciendo. Seguir su instinto, suponía.

Se había dirigido a Myria porque, mientras leía el libro que el elfo le había dado, se había fijado en una cosa: todo ocurría en ese pequeño pueblo. Myria había sido el centro de todas esas leyendas, el punto de unión de ellas. Si Myca Crest y sus seguidores querían hacer daño a las Guardianas para conseguir sus objetivos —fueran cuales fuesen—, Myria tal vez tendría un papel importante. Tiaby no iba a permitir que esa bruja consiguiera llevar a cabo sus planes. Tiaby no podía proteger Zharkos desde dentro, desde el trono, pero lo haría desde fuera. Protegería a Mikus, Efyr, Basra, Aaray y Cass evitando que Myca Crest llegara hasta las Guardianas, porque tenía claro que eso no era solo importante para los ocultos. El futuro de Sarath, tal vez del mundo, dependía de que las Guardianas siguieran vivas.

Ni siquiera sabía si su presencia serviría de algo o si encontraría a alguien de la Resistencia allí, pero daba igual. Estaba dispuesta a intentarlo.

Dejó que el caballo bebiera agua antes de llevarlo a un árbol cercano y atar las riendas a una de las ramas más bajas. Pensaba quedarse allí y descansar hasta que se hiciera de día y entonces se dirigiría hacia Myria.

Tiaby se dejó caer en la hierba y estiró las piernas frente a ella con un suspiro de alivio. Hacía tiempo que no cabalgaba tanto; en realidad, nunca se había pasado tanto tiempo encima de un caballo. En las pocas ocasiones en las que viajaban, su padre siempre la obligaba a ir dentro de un carruaje, así que lo máximo que Tiaby había cabalgado era en las pocas ocasiones en las que le dejaban ir hacia Arcar o por los alrededores de Mirietania.

Paseó la mirada por el claro y un escalofrío le recorrió el cuerpo, aunque no hacía frío. Frunció el ceño y se levantó con cuidado, esperando que sus piernas doloridas la sostuvieran. No sabía el qué, pero había algo extraño en el sitio. La luz de la luna y de las estrellas iluminaban con suavidad el lugar, y Tiaby recorrió cada rincón con los ojos. Rodeándolo por dos de sus tres caras, el contorno oscuro del bosque le ponía los pelos de punta. ¿Habría alguien espiándola desde allí? Tiaby no era capaz de decir qué era lo que la había puesto en alerta, solo que había algo allí que hacía que su cuerpo se tensara como la cuerda de un arco.

Tiaby caminó por el claro, intentando acallar las voces de su cabeza que le decían que huyera de allí. No había nada extraño en los alrededores, nada que le hiciera sospechar…

Su pie derecho impactó contra algo duro.

—¡Ay! —Tiaby se agarró el pie, manteniendo el equilibrio a duras penas. Cuando el dolor remitió y comprobó que no se había roto ningún dedo, miró hacia abajo y encontró una piedra alargada y baja, de color blanco sucio, con la parte superior perfectamente alisada; estaba escondida entre la hierba y tenía una pequeña curvatura en su forma.

Frunció el ceño. No era una piedra natural, eso estaba claro, si no que más bien parecía la base de alguna estructura. Tiaby había estado concentrada mirando el borde del bosque, pero no se le había ocurrido mirar hacia el suelo. Pasó las manos por la piedra fría y todo su cuerpo se estremeció con la misma sensación que antes.

Era eso, era esa piedra. Recorrió el suelo con la mirada y encontró más piedras desperdigadas por aquí y por allá y también algo más. Cerró los ojos con fuerza, esperando que tan solo fuera una ilusión de su mente, pero cuando los volvió a abrir seguía allí. Es más, se hacía cada vez más visible, más real.




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