Fábulas I

Capítulo 21

Myria. 15 de mayo.

—Siguen ahí —anunció Itaria. Estaba sentada en el poyete de la ventana de su habitación. Rhys y ella llevaban recluidos desde primera hora de la mañana, cuando habían visto aparecer a los soldados de Lorea.

Itaria estaba irritada, y no solo por no poder salir de su habitación, ni porque Jamis y Tallad hubieran tenido que huir de los soldados. Rhys los había visto escaparse por la ventana y huir al bosque para esconderse. Sí, todo eso la había enfurecido porque era muy injusto que tuvieran que marcharse para que no les hicieran daño, pero había algo más. Cuando el Reino de Etrye había empezado su guerra civil, Lorea se había aprovechado de su debilidad y lo había atacado por la espalda. Tallad se lo había contado todo en esos últimos días. Le había contado como Lorea había fingido llevar tropas a su padre para ayudarle a detener los enfrentamientos y como había aprovechado para hacerse con lo que quedaba de su reino. Habían matado a su padre y a Marissa cuando intentaron salvarse.

Ahora, tenía a uno de sus príncipes ahí mismo, en la taberna, tomando copas con Aethicus. Itaria escuchaba reír a los soldados que estaban dentro; cinco de ellos se habían quedado a las puertas de la taberna y vigilaban que nadie se acercara a su señor. Era gracioso que la única persona que seguramente quisiera matar al príncipe estuviera en el mismo edificio que él y no fuera.

Notó las manos cálidas de Rhys en sus hombros, un peso reconfortante entre sus amargos pensamientos.

—Poco puedes hacer ahora, Itaria —le susurró. Acercó sus labios a su mejilla y dejó un beso suave en ella—. Además, el príncipe Galogan no tiene culpa de lo que hicieron sus antepasados.

—Cierto, pero se beneficia de lo que hicieron. —Itaria apretó los dientes durante unos segundos, conteniendo su propia ira. Rhys no podía entender lo que sentía en ese momento. Lo más seguro era que solo Jamis y Tallad pudieran entenderla, pero no estaban allí. Pero Rhys tampoco tenía la culpa, pensó. Destensó la mandíbula y continuó—: Deberías haber visto como era Etrye, Rhys. Era un reino fuerte, estoy segura de que habría podido salir de esa guerra. ¿Qué habría pasado si Lorea no hubiera apuñalado por la espalda a mi padre? Mi padre habría ganado, estoy segura. Él y Marissa hubieran vivido, tal vez incluso hubieran tenido más hijos que los hubieran sucedido en el trono. Ahora tendría una familia, un hogar al que volver. —Itaria clavó la mirada en uno de los soldados; vestían de metal, aunque Itaria no recordaba que los soldados de Lorean hubieran llevado armaduras en su época. Debía ser algo reciente—. Gracias a su familia, no tengo nada, Rhys.

—Lo siento.

—Tú no tienes nada de lo que disculparte —le dijo, encarándolo por fin. Rhys desplazó sus manos hasta su cintura con suavidad y las dejó ahí—. Tú no eres el culpable de esto.

—Lo sé, pero aun así lo siento. Estás triste y enfadada y odio verte así. —Rhys hizo un mohín con los labios.

—Te pasa algo más.

—Estoy bien…

—No me mientas —le pidió—. Además, no era una pregunta. Sé que te pasa algo más. —Itaria le rodeó el rostro con las manos y sintió el roce de su incipiente barba en las palmas.

Rhys se mantuvo callado. Cuando Itaria ya estaba segura de que iba a tener que seguir insistiendo para que hablara, Rhys dijo:

—Esto va a suponer un revés en la búsqueda de tu hermana, Itaria.

Itaria cerró los ojos, sin saber qué decir. ¿Cómo explicarle a Rhys que ya no tenía ni esperanzas ni fuerzas para seguir buscando a Mina? Sabía que estaba muerta, lo sentía dentro de ella. No estaba segura en qué momento lo había sentido por primera vez, pero ahora era una losa en su pecho, algo que le aplastaba los pulmones y le impedía seguir respirando. Sin embargo, la idea de detener la búsqueda le hacía sentirse horrible. Se suponía que debía buscar a Mina, pero no era capaz de seguir. Su padre la habría odiado si siguiera vivo y supiera que había dejado que se llevaban a Mina de esa forma, sin luchar, sin hacer todo lo posible para rescatarla.

—Itaria, te has quedado pálida —escuchó decir a la voz de Rhys. Abrió los ojos y notó la visión borrosa por las lágrimas que los anegaban.

De repente, Rhys la alzó en volandas y segundos después, la dejó encima de la cama con suavidad. Se sentó a su lado y le apartó unos mechones de cabello dorado que habían caído en su frente sin que ella se diera cuenta.

—Estoy bien, es solo… —Itaria se detuvo y respiró un par de veces en un intento de hacer que desapareciera el nudo de lágrimas que tenía en la garganta—. Mi hermana está muerta, Rhys, lo sé.

Rhys no dijo nada, tan solo se quedó callado, mirándola de reojo, como si tuviera miedo de encontrarse con su mirada.

—Ya lo sabías, ¿verdad?

—Mi madre me mandó un mensaje hace unos días. Dijo que hacía tiempo que no sentía a Mina, pero también dijo que eso no significara que estuviera muerta.

—No intentes darme esperanza. Hace mucho que la perdí. —Itaria se incorporó un poco, lo suficiente para quedarse sentada. Pasó los brazos alrededor de sus piernas y se las abrazó contra el pecho con fuerza. Rhys le puso una mano en la rodilla y le dio un suave apretó, acariciando después sus manos—. Lo único que me gustaría es tener el cuerpo de mi hermana y poder enterrarla, pero dudo mucho que Myca Crest acepte darme el cadáver de Mina si se lo pido. —Soltó una carcajada ácida. La sola idea era estúpida. Si Myca Crest la veía, la cargaría de cadenas y se la llevaría para arrancarle el corazón.




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