Arcar. 17 de mayo.
El brujo la empujó escaleras arriba, agarrándola del brazo con tanta fuerza que cuando la soltara, Itaria estaba segura que tendría las marcas de sus dedos como recuerdo en la piel. Había una sonrisa de suficiencia en su rostro que Itaria tan solo quería borrar de un puñetazo. Dos soldados más cerraban el grupo, golpeando las espaldas de Aethicus y Rhys para que siguieran avanzando.
—Los dejaremos aquí —anunció Gavin, deteniéndose delante de una puerta cerrada. Sacó una llave de su bolsillo y la abrió con cuidado.
La arrojó al interior. Itaria estuvo a punto de trastabillar, pero logró mantener el equilibrio de alguna forma. La habitación estaba vacía, sin un solo mueble o cualquier decoración en las blancas paredes.
—Trae las esposas —le ordenó a un soldado, un hombre joven con el cabello rojo y el rostro lleno de pecas; los ojos avellana miraron a Gavin con una especie de miedo y desprecio, pero obedeció. Regresó unos minutos después con varias esposas y cadenas entre los brazos.
Los obligaron a sentarse en el suelo y les esposaron las muñecas. A Aethicus le colocaron cadenas también en los tobillos. El capitán se debatió todo el tiempo, casi gruñendo como un animal salvaje al que intentaban domar. Una vez estuvo hecho, Gavin despidió a los soldados con un gesto de la mano.
El brujo se acercó a ella, su sonrisa más ancha que nunca. Se acuclilló delante de ella; Itaria estuvo a punto de escupirle en el rostro, seguro que así dejaba de sonreír.
—Estás de enhorabuena, princesita —le dijo Gavin, acercándose más de lo que Itaria hubiera querido. A su lado, Rhys se tensó, pero Itaria lo detuvo con una mirada de reojo. Quería saber de qué iba todo aquello, por mucho que le desagradara la presencia y la cercanía de Gavin.
—¿De qué estás hablando?
—¿De qué? De que vas a morir a manos de la mismísima Myca Crest —susurró, su sonrisa se ensanchó de una forma desagradable, demasiado grande, demasiado exagerada, como la sonrisa de un psicópata—. Es todo un honor, un honor que no te mereces. Si no hubieras huido de esa maldita torre, te habría matado personalmente, pero ahora vas a tener el regalo de que lo haga Myca, mientras que yo me llevé una reprimenda por haberte dejado escapar. Pero no me preocupo mucho, ahora tendré mi recompensa por haberte atrapado por fin.
—¡Fuiste tú! Fuiste tú quién atacó a Ceoren.
Itaria no se lo podía creer. Tenía delante al responsable de que tanto ella como Mina hubieran tenido que huir de la torren, al responsable de que tuvieran que separarse de Ceoren. Si la bruja hubiera estado con ellas, Myca Crest nunca se hubiera hecho con Mina y su hermana seguiría con vida. Itaria se retorció, el metal de las esposas se le clavó en la carne de una forma dolorosa, pero le dio igual. Lo único que le importaba en ese momento era poder golpear a ese malnacido.
Quería matarlo, golpearle en los labios y quitarle esa sonrisa del rostro; seguro que no sonreiría tanto con los dientes rotos.
—Ah, sí, la zorra de la Reina. —Gavin se rio, como si lo que acabara de decir fuera muy divertido. Itaria apretó las manos en puños. Tenía suerte de tenerla encadenada o ya se habría lanzado contra él—. Es una traidora, ¿lo sabes? Te ha vendido a Myca por protección. Y ahora la Reina la cuida y no deja que nadie se acerque a ella, sobrevolándola como un águila. Pero da igual, la mataré personalmente en cuanto en desgracia. No tardará mucho en cansarse de ella, eso seguro. Cuando se aburra de tenerla en su cama y la eche, Ceoren Ardan se arrepentirá de haberme dejado con vida en esa torre.
—¡Eres un mentiroso! Ceoren jamás me habría vendido, ni a mí ni a Mina. ¡Solo sabes mentir!
Gavin soltó una carcajada. Itaria se echó hacia delante, dispuesta a mandarlo al suelo como fuera y ahogarlo con sus propias cadenas, pero algo la detuvo. Se giró y descubrió a Rhys agarrándola de un codo con tanta fuerza que sus uñas se clavaban en su piel.
Itaria tironeó para intentar desasirse de su agarre, pero Rhys tan solo la sujetó con más fuerza, mientras Gavin seguía riéndose. Sin embargo, se levantó, alejándose unos pasos de ella, como si por fin hubiera descubierto que estar cerca de ella no era seguro. No por primera vez, Itaria deseó tener los poderes de su hermana. Poder matar con tanta facilidad como respirar le sería más útil que su propia magia.
—¿En serio te crees que Ceoren no te ha vendido? —preguntó Gavin—. ¿Sabes cómo encontraron a tu hermana? —Bajó la voz hasta que no fue más que un susurro, como si le estuviera contando un secreto—. Ceoren se lo dijo a Myca. Cuando le arrancaron el corazón a tu pequeña y rabiosa hermana, Ceoren estuvo delante, viéndolo junto a Myca. Y no hizo nada para impedirlo. Se quedo parada a su lado y cuando Myca se marchó, ella la siguió como un perro.
Gavin suspiró y negó con la cabeza, como si no pudiera creerse lo estúpida que era Itaria. Entonces, sacó un papel de su bolsillo y lo quemó. «Mensaje de fuego —pensó Itaria—. ¿A quién estará llamando?» No lo quería saber. Gavin se marchó unos minutos después, después de comprobar que las esposas de los tres estuvieran en su sitio. Itaria quiso alargar las piernas y tirarlo al suelo, pero las miradas de advertencia de Rhys y Aethicus la detuvieron. Cuando antes se marchara Gavin, antes podrían buscar una forma de escapar.
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Editado: 12.08.2024