—¡Rafael me está engañando! —gritó Romina, azotando la puerta de la habitación.
Valeria, quien se encontraba retocando su maquillaje, saltó de un brinco al suelo.
—¿Por qué piensas eso?
—Últimamente lo siento muy distante, no contesta mis mensajes con rapidez y, además, lo he visto cerca de otras chicas en el campus de la universidad.
—En primer lugar, necesito que te tranquilices. Créeme que estando paranoica no vas a solucionar nada y, en segundo lugar, creo que estás siendo demasiado celosa.
—¿Celosa? ¿Yo? —respondió Romina con cierta incertidumbre.
Valeria tomó las manos de su roomie e intentó calmarla.
—Entiendo cómo te sientes, pero lo peor que puedes hacer es crearte escenarios imaginarios en tu cabeza. ¡Es un martirio! Lo mejor sería platicarlo con él y, si realmente no te sientes a gusto, puedes dejarlo ir.
—No entiendo por qué últimamente me he sentido insegura. Quizá tengas razón, Vale. No sé qué haría sin ti y sin tus consejos. Te quiero mucho —respondió mientras ambas se daban un fuerte abrazo.
La plática se extendió por un momento hasta que los deberes del día se hicieron presentes. Valeria, por su parte, continuó con su rutina de maquillaje. Posteriormente, de su closet sacó un outfit violeta que consistía en una falda corta y una blusa de punto, además, complementó con un collar de perlas ajustado y unos botines blancos.
Salió rápidamente de su cuarto y se dirigió hacia el parque más cercano de su vecindario. El reloj marcaba las tres en punto de la tarde; Valeria al llegar a dicho punto buscaba a alguien con mucha inquietud hasta que, de repente, un automóvil de color rojo tocó el claxon para llamar su atención. Sin pensarlo dos veces, se acercó a la ventana semiabierta.
—¿Sebastián? —cuestionó al mismo tiempo que revisaba que fuera el mismo chico de las fotos.
—Es correcto, ¿y tú eres Valeria? ¿Verdad?
—Así es. Un gusto en conocerte.
Después de intercambiar unas cuantas palabras la invitó a subirse y comenzaron a platicar de una gran diversidad de temas, parecía ser que ambos se entendían bien. En un principio, Sebastián parecía el príncipe azul cliché de cualquier cuento de hadas.
—¿A dónde te gustaría ir?
—No lo sé, tal vez podemos pasar por un helado o ir al cine. Me encantan las películas de terror y se acaba de estrenar una muy buena —sugirió un poco nerviosa.
—No me interesa nada de eso —respondió desinteresadamente.
—¿Por qué no? ¿Tienes alguna otra idea?
—Mira, no sé cómo explicarte, pero... desearía que nuestra cita sea más discreta. ¿Me entiendes? —tartamudeaba al hablar—. Podemos pasar a un hotel y estar ahí el tiempo que tú quieras.
La sonrisa de Valeria se esfumo rápidamente.
—Realmente creí que eras diferente, en serio, creí que tus intenciones eran distintas. Eres igual que el resto —respondió desilusionada.
—No quiero que te enojes. Respeto mucho tus preferencias y lo único que quiero es que te sientas cómodo, perdón, cómoda. Lo que quiero que entiendas es que prefiero que nuestras salidas sean discretas, ya sabes, para evitar las críticas de la gente.
Valeria no podía creer lo que estaba escuchando. Aquella imagen que tenía de Sebastián se derrumbó por completo, aquel chico apuesto parecía ser el indicado, resulto ser un completo inútil que carecía de poca información acerca de la identidad de género.
—Detén el auto. No quiero ir a ninguna parte contigo —gritó Valeria desesperadamente.
—No te enojes, no quise faltarte al respeto. De verdad me gustas mucho.
Las insistencias de Valeria cada vez aumentaban, pero el automóvil seguía su curso sobre las carreteras de aquella ciudad y no tenía intenciones de detenerse. Cada vez se sentía más temerosa e insegura hasta que llegaron a un semáforo. Sin pensarlo, abrió la puerta y se bajó rápidamente para huir de su cita fallida. Sebastián gritaba que regresara junto a él, pero Valeria siguió su camino sin un rumbo fijo. Al cabo de unos minutos logró perderle el rastro, pero se notaba desorientada, puesto que no reconocía ninguna de las calles en las que se encontraba caminando. Por si fuera poco, el clima había pasado de un bonito día soleado a una oscura tarde con una fuerte lluvia en camino.
Valeria se apresuró a solicitar un taxi, pero las nubes dejaron caer grandes cantidades de agua sobre la ciudad y en cuestión de segundos, se encontraba totalmente empapada y con el maquillaje corrido. Desesperada, buscaba un refugio que la protegiera de la lluvia, en su desesperación logró reconocer una hermosa cafetería; parecía ser su única opción.
—Buenas tardes, señorita. ¿Gusta revisar nuestra carta? —sugirió la mesera amablemente.
—Solo deme lo más barato que tenga, porque tengo que pagar un taxi que seguramente me costará un ojo de la cara, ya que me encuentro lejos de mi casa —respondió alzando la voz.
La mesera se quedó totalmente callada y solo frunció el ceño al ver que la chica se dio la vuelta para sentarse.
Valeria se encontraba totalmente mojada y temblando de frio. Mientras intentaba entrar en calor inspeccionaba la cafetería que estaba decorada con luces amarillas; los asientos eran color crema y el piso de madera brillante. De fondo, se escuchaba música de piano para amenizar la visita de los clientes. A su izquierda, se encontraba un chico que vestía una chaqueta de cuero y unos pantalones holgados de color caqui. Tenía el cabello largo, con apariencia ligeramente atlética y se encontraba totalmente hipnotizado en su celular. Valeria le dio poca importancia, ya que lo único que le importaba era secarse. Así que procedió a quitarse la blusa de punto que llevaba para solo quedar en un top blanco. Dicha acción provocó que uno de sus aretes rodara por el suelo hasta llegar a los pies de aquel chico misterioso.
—Aquí tiene su bebida señorita.