Kyle no había corrido tanto desde que era niño y escapaba de Edmund, el niño bullying de la escuela.
Recuerda que en ese instante pensó que sus pulmones dolían tanto que podría morir solo con tratar de respirar. Viéndolo en retrospectiva, eso fue un día de campo en comparación con lo que pasaba ahora. Al presente había corrido por su vida y eso le había puesto alas en sus pies. Había sido el aliciente que necesitaba para descubrir al atleta que había dentro de él, tan seguro estaba que podría haber dejado a cualquier corredor olímpico pisándole los talones.
Ese día había decidido terminar con su vida antes de que muriera de hambre o fuera alimento de zombie, pero en su lugar terminó encontrándose con que había otro sobreviviente en los edificios de enfrente. Una chica. Una que encima de todo le había dicho idiota cuando intentaba rebanarse el cuello. No tardó mucho en que su mente procesara el que bien podrían escapar, intentar salir de ahí. Buscar ayuda o incluso más sobreviviente, no pueden ser los únicos vivos, ¿verdad? No, tenía que haber más. Y sobre todo encontrar comida, ¡hasta unas barras de energía sería de mucha ayuda! Luego de haber mantenido una distancia comunicación con la chica, improvisó un traje protector esa mañana; rodilleras y coderas tomadas del equipo de ciclismo de su padre, un par de cartones atados con cintas a sus pantorrillas y antebrazos, un casco por si se tropezaba y caía, y un palo de golf para defenderse de cualquier zombie que quisiera morderlo. Oh si, un palo de golf, nada mejor para noquear a un monstruo que quiere morderte como animal con rabia.
El plan era simple; conseguir comida y observar qué tan jodido era el camino hacia la salida, pero claro, era más fácil en su imaginación. Pues cuando lo puso en práctica se dio cuenta que podía morir o volverse un zombie más. Ambas opciones le parecían aterradoras e irónicamente ambas terminaban en morirse.
De su excursión por los departamentos contiguos al suyo había conseguido apenas tomar un par de cosas útiles: tres botellas de agua, comida enlatada que podría demorar una semana como máximo, una soga de escalar, y una botella de tequila. No era exactamente un gran botín, pero al menos le daba un poco de tiempo para pensar que hacer antes de volver a intentar suicidarse, también estaba el asunto con la vecina de enfrente, se comunicaban, pero debían diseñar una mejor manera para hacerlo. Y quizás poder encontrar una manera de salir vivos de ese bloque de edificios. Mientras regresaba a su departamento tratando de ser lo más silencioso posible, aunque eso fue virtualmente imposible, sin proponérselo chocó contra un cuerpo en descomposición. Lo cual pareció no ser del agrado de uno de los zombies. Su vecino, a quien pertenecía la comida, parecía medio comido. Una mordida por aquí, una mejilla faltante por allá. El dueño de la comida había sido un vecino silencioso, hasta donde Kyle podía recordar, pero ahora había cambiado. Tan pronto como notó la intrusión de Kyle, había comenzado a gritar a su espalda expulsando espumarajos de sangre por la boca, los ojos blancuzcos y las manos tendidas hacia él, los dedos trocados en estiletes punzantes que ansiaban hundirse en su carne. Kyle ni siquiera lo pensó dos veces comenzó a correr, lo cual llamó la atención de más zombies, pronto vio como una adolescente zombie mostraba sus dientes y si no fuera por el cartón que traía alrededor de sus brazos lo habría mordido y él sería otro más de los infectados que deambulaban en el edificio.
Kyle cerró la puerta de su departamento una vez que pudo un pie dentro y se desplomó en el suelo. La respiración era inexistente, el dolor en el pecho y el costado, lacerante, pero sus ojos giraban vertiginosamente en las órbitas buscando una salida. Cerró sus ojos tratando de mitigar el dolor. Los alocados latidos de su corazón iban al mismo ritmo.
«Joder, Joder»
Afuera en alguna parte un disparo llenó el aire y los ruidos en su puerta aminoraron. Minutos después un par de gritos reemplazaron el ruido junto al chirriar de unos neumáticos sobre el pavimento.
Había más personas, pero probablemente pronto estarían muertos y serían parte de ese desfile de zombies que tratarán de comérselo a la primera oportunidad.
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Chloe no está segura de que se supone que planea hacer el chico de enfrente, desde el día anterior que le señaló la patrulla han charlado, o bueno, han intentado tener comunicación, lo cual es difícil, en vista que él no tiene buenos binoculares o algo parecido. Pero los pocos mensajes que han intercambiado han servido para conocer su nombre, se llama Kyle, tiene sentido. Puede jurar que su rostro encaja con "Kyle". Al parecer quiere conseguir comida para no volver a pensar en matarse, un plan ambicioso, pero sin duda necesario, lo había visto salir esa mañana con el más ridículo traje que podría alguien improvisar. No está segura si Kyle es bueno corriendo, quizás esa mañana fue la última vez que lo vio con vida. De cualquier manera, ella tenía sus propios problemas, hacía media hora había dejado de haber agua en el edificio y la luz parecía estar fallando, el internet había dejado de funcionar desde la noche anterior. Quizás la idea del chico de enfrente de huir en uno de los muchos autos estacionados en la parte baja no era mala idea.
Buscó sus audífonos, era mejor si se distraía, no quería pensar en la posibilidad de morir en ese lugar o morir abajo tratando de escapar, tampoco quería pensar en su madre y la última pelea que tuvieron ¿Estaría muerta ahora? ¿Qué pasaba con los gemelos? Cerró sus ojos, eran muchas cosas. Chloe estaba por colocarse los audífonos cuando el sonido de unas llantas chirriando en la calle principal la hicieron apuntar sus binoculares hacia el lugar, se escucharon unos gritos, seguido de inmediato por el estrépito de cristales rotos. Unos infectados corrieron hacia la calle principal siguiendo el ruido de los gritos, moviéndose con torpeza, pero con rapidez; la vestimenta con que habían sido enterrados presentaba diversos grados de deterioro. Algunos llevaban unas ropas tan andrajosas que dejaban al aire sus vergüenzas; otros, unos ropajes tan cochambrosos que parecían componerse sólo de poco más que sangre seca y asquerosa. Su carne mostraba una fase más o menos avanzada de putrefacción; la de los fallecidos recientemente tenía un aspecto fofo y verdoso, mientras que la de los que habían muerto hacía tiempo era gris y frágil. Sus ojos y sus lenguas habían quedado reducidos a polvo, y sus labios estaban contraídos en una perenne sonrisa macabra.