Un gemido de dolor salió de sus labios, una punzada atacó sus estómago y pronto se repitió.
Se levantó con dificultad sintiendo algo mojado en su entrepierna, y al levantarse, en su cama había una mancha de sangre, similar a la de hace unos meses, cuando perdió a su primer hijo.
Gritó desesperada con dolor, mientras su mano sostenía su vientre, trató de caminar pero se tropezó cayendo al suelo haciendo más daño en su abdomen.
Sus ojos estaban aguados por tanto dolor.
—¡AYUDA! ¡POR FAVOR! ¡AYÚDENME! —gritó con todas sus fuerzas, llorando, esperando que alguien la escuchara
Deseando ser atendida
Escuchó los pasos acercarse a ella, su puerta fue abierta con brusquedad por Elisabeth que entró asustada.
Se paralizó al ver a la emperatriz tumbada en el suelo, tratando de levantarse y con lágrimas en sus ojos, pronto llegaron más damas a atenderla.
Elisabeth fue por ella tomándola en sus brazos mientras las demás se acercaban para cargarla, la que tuvo más fuerza fue una de las guardias que alertada por las damas fue por su ayuda.
Estaba sudando, llorando, gritando de dolor, con sus manos en su vientre y sangre que marcaba su entrepierna.
Estaba volviendo a vivir esa pesadilla, estaba nuevamente en el dolor más grande de su vida.
Su vista se estaba nublando por la cantidad de lágrimas que cristalizaron sus ojos, los cerró con fuerza dejando ver la oscuridad mientras escuchaba diferentes voces a la vez.
Los médicos no tardaron, la ayuda llegó, pero fue demasiado tarde.
«No importa cuantas veces quede embarazada, el dolor del aborto siempre me perseguira» pensó en su nebulosa oscura
Como era de esperarse… la desgracia pasó, cuando ella abrió sus ojos.
Estaba acostada en la cama, con sábanas nuevas, con dolor, con tristeza y un vacío en su corazón.
Un sollozo se escapó de sus labios, y pronto las lágrimas llegaron a sus mejillas.
La puerta de su habitación se abrió, a ella entró Bennett que esperaba verla desde esta mañana cuando sucedió el aborto.
Se acercó a ella sentándose en el lado libre de la cama, subiendo a ella y acomodándose en el espaldar.
Evito verlo a toda costa, girando su cuerpo con cuidado, aun estaba adolorida.
—Alysa —nombró suave su nombre, acariciando su cabeza
Estaba sería, mientras las lágrimas no se detenían, no emitía ningún sonido que demostrara su tristeza, además de sus lágrimas.
—Alysa, no me ignores —pidió
Bennett sentía aquel dolor, se sentía deprimido, observó su rostro y una lágrima se cruzaba por su nariz, la atrapó con su dedo y se quedó con ella durante unos minutos, sobando su cabeza haciendo un masaje para que se quedara dormida.
No quería verlo, no deseaba ver su rostro y entre más sobaba su cabeza, un enojo impotente se presentó en su ser.
Se movió sentando en la cama con debilidad, observó a Bennett con lágrimas y el ceño fruncido.
—Bennett, vete, no quiero verte —comentó con un tono de voz fuerte
—Sólo quiero brindarte consuelo —contestó
—¿Consuelo?, consuelo cuando embarazaste a otra, ¡CONSUELO CUANDO IGNORABAS TODA BENDICIÓN! —grito mostrando sumo enojo —No me haga esto su majestad, no me diga que ahora si quiere sentirse atento. ¿Sabes que quiero ahora mismo? —tomó un cojín cercano golpeando a Bennett con él —¡QUIERO QUE TE LARGUES!
Asustado por el comportamiento de la emperatriz se bajó de la cama corriendo a la entrada cuando el cojín fue lanzado a él.
La puerta se cerró con fuerza por él, su pecho subía y bajaba por la emoción sentida en el cuarto de la emperatriz, se relajó acomodando su cabello para luego irse como si nada hubiera pasado.
Dentro de su martirio, con las manos cubriendo sus ojos mineras las lágrimas se derraman no fue capaz de contener el llanto, se sentía fría, solitaria y con un vacío en su interior inexplicable.
Fue en ese pequeño momento que recordó la piedra mágica que le dio Adrian, fue a buscarla con dificultad en los cajones donde estaba guardada, con quitar unas prendas ella se manifestó con brillo.
La tomó en sus manos, yendo a la cama y como lo dijo el rey, presionó esa piedra en su corazón para sentirse acompañada.
—Adrián, te extraño —dijo con una sollozo
El calor de la piedra era similar al calor del hombre, casi podía sentirlo junto a ella.
Estaba tan concentrada, en una nebulosa depresiva por la pérdida, que no noto cuando la puerta de su habitación fue abierta y cerrada.
Escuchó el golpe de un bastón el cual la alertó y la hizo levantarse de inmediato.
—Debes sentirte terrible en estos momentos —Rodolfo se acercó a ella de una manera un tanto sombría
—Padre —trato de levantarse de la cama pero Rodolfo la detuvo
—No te levantes, la sustancia abortiva es fuerte, por lo que cualquier mal movimiento podría debilitarte con más facilidad —rodeo la cama tomándola de los hombros, la ayudó acostarse nuevamente
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Editado: 24.01.2024