Al comienzo del nuevo curso, Charlotte se sentó sola, su compañera Sarah se había ido de vacaciones a su provincia de origen; no se incorporaría sino tal vez una o dos semanas después de iniciadas las actividades académicas.
-Me puedo sentar aquí? Inquirió.
- O estás guardándole el lugar a tu amiga?
Miró a ambos lados a ver si era con ella.
¡No podía creerlo! El desconocido de las miradas furtivas en los pasillos se estaba dirigiendo a ella.
-No está ocupado, fue lo que atinó a responderle, mientras su corazón latía aceleradamente.
-Inscribí esta materia en el lapso anterior pero no pude cursarla porque me coincidía con otra en el horario, dijo Maximiliano.
Ella asintió con un gesto, temía que si hablaba se notaría su nerviosismo por la cercanía del ahora nuevo compañero de curso.
-Me llamo Maximiliano y tú?
-Soy Charlotte.
El profesor empezó a dictar su asignatura, entonces ella procedió a tomar las anotaciones en su libreta.
Al concluir la clase, Charlotte guardó sus útiles de estudio, se levantó del asiento, Maximiliano hizo lo propio y espetó:
-Vamos a la fuente de soda.
Caminaba erguida con su grácil figura esbelta sobre sus hermosas y bien torneadas piernas y el contonear femenino de su silueta, saludando a otros compañeros que se cruzaban en el pasillo.
Sonreía interiormente imaginando los comentarios que haría su amiga Sarah cuando le comentara sobre la experiencia: “No sé qué le ves. Es un tipo desgarbado, sin musculatura, la ropa no le luce bien, su cara tampoco es atractiva,”
Maximiliano era carente de atributos físicos, pero Charlotte se decía internamente: “Es lo que llaman la química del amor, porque el amor es ciego”.
Niccole y Charlotte conversaban animadamente en la habitación que compartían las dos hermanas.
Era una pequeña pero primorosamente decorada, tenía dos camas adosadas a la pared, una cómoda, sendas mesitas de noche, butaca y espejo. A través de los visillos de la ventana se filtraba la claridad, brindando tonalidades rosa y blanco a las paredes.
-Así que el chico tan guapo que te trae enloquecida, es ahora tu compañero de estudios, expresó Niccole.
-Ya te he comentado que no está nada guapo.
-Y entonces, ya sabes su nombre.
-Sí, se llama Maximiliano Roderetch.
No me digas, ¿Será de los Roderetch dueños del emporio multimillonario?
-No lo sé, dijo Charlotte, espero que no, porque si es así, no creo que se repita la historia de la Cenicienta.
Ambas rieron.
Así charlaban las hermanas mientras llegaba el momento de ir a la mesa.
Charlotte estaba de visita donde su amiga Natalia.
-Pues te cuento que los tres chicos que siempre andan juntos se han asomado varias veces en la puerta del aula mía y hay uno de ellos que es alto, atlético, bello, tipo europeo; con un mentón de actor de película italiana, sólo que lleva unos lentes de vidrio muy grueso, debe tener mínimo, una miopía de nacimiento.
-Y qué con eso? Preguntó Charlotte.
-Creo que me está buscando la vuelta.
-Cómo luciré yo de su brazo saliendo del Altar?
Estallaron en carcajadas.
Para cuando Sarah se reincorporó a la Universidad, ya Maximiliano y Charlotte eran amigos; a pesar de la diferencia socioeconómica entre ellos. Maximiliano llevaba en su coche a Charlotte de regreso a su vivienda y sabía que vivía en forma muy sencilla; su padre era de condición económica modesta, mientras que Maximiliano era de familia acomodada, con múltiples bienes de fortuna.
Él empezó a mostrar un interés en Charlotte que no era simple amistad. Por su parte, ella se extrañaba que él no le manifestara sus verdaderos sentimientos.
Sarah ya no frecuentaba a Charlotte porque se había hecho novia de Anthony, otro compañero de estudios, por lo tanto, a ésta no le quedaba de otra que ir a la fuente de soda de la Facultad con Maximiliano, quien apenas podía disimular su interés en ella, aunque el lenguaje corporal delataba sus verdaderos sentimientos.
Editado: 05.10.2021