Lo primero que Jazmín notó fue que en la habitación a la que fue llevada habían guardias que no conocía. No llevaban la insignia del duque. Tenían capas rojas, rasgos disciplinados y rostros desconocidos. La llegada provocó una fuerte discusión entre el médico real y un hombre nuevo, uno que Jazmín nunca había visto.
—No creo que deba moverse —dijo el médico de la corte. Con el ceño fruncido y preocupación en su rostro. —las heridas podrían abrirse.
—A mí me parece que están bien —replicó el otro —. Puede ponerse de pie.
—Puedo soportarlo —asintió Jazmín. Demostró una notable suficiencia. Creía saber lo que estaba pasando. Solo un hombre, además del duque, tenía la autoridad para despedir a la Guardia del duque.
El rey (Regente) entró en la habitación con gran tumulto, flanqueado de sus guardias de capa roja y acompañado de sirvientes con otros hombres de mayor rango. Despidió a ambos hombres junto a Jazmín quienes le hicieron una gran reverencia y desaparecieron. Luego despidió a los criados y a los demás, excepto a los dos hombres que habían entrado con él. Su consiguiente falta de séquito no le restó poder o autoridad. Aunque técnicamente (según lo que había oído) sólo ocupaba el trono para administrar hasta que su sobrino cumpliera veintiuno, se dirigían a él con el título honorífico de “Alteza Real” a comparación del duque que era “Señor”; se trataba de un hombre de la estatura y presencia de un rey.
Jazmín se arrodilló. No cometería con el rey el mismo error que había cometido con el duque. La agitación que sentía hacía el duque emergió de nuevo; sobre el suelo, a su lado, se amontonaba la cadena que llevaba en su muñeca. Si alguien le hubiera dicho que se encontraría en esta situación hace seis meses, se reiría.
Jazmín observó que uno de los hombres que acompañaban al rey era el consejero quien ahora sabía que se llamaba Aiden y a su lado el embajador Owen. Cada uno poseía un medallón macizo colgando de una cadena con gruesos eslabones, retrataba su cargo.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo el rey
—Este es el regalo de Sir. Arwen a mi sobrino. La esclava maldita —dijo el embajador Owen, con sorpresa. Un momento después, sacó un pañuelo de seda y se lo llevó a la nariz, como para defender su sensibilidad —¿Qué le pasó en la espalda? Que bárbaro.
«Lo era», pensó Jazmín; esa fue la primera vez que oyó la palabra «bárbaro» para describir otra cosa que no fuera Jazmín o su maldición.
—Esto es lo que Giovanni piensa de mis palabras —dijo el rey —. Le ordené tratar al regalo de sir Arwen con respeto. En cambio, ha azotado a la esclava casi hasta la muerte.
Pasó seis meses sin saber el nombre del duque, ahora lo sabía «Giovanni»
—Sabía que el duque era caprichoso. Nunca pensé que fuera tan destructivo, tan salvaje —expresó Owen con voz sorprendida y amortiguada debajo de la seda.
—No hay nada de salvaje en ello. Esto es un ejemplo de provocación intencional dirigida a mí. A Giovanni no le gustaría más que luchar en contra de mis deseos. Lo vocifera en público y en privado.
—Ya ves, Owen —dijo Aiden —. Es como el rey nos advirtió.
—Tal defecto de carácter esta profundo en la naturaleza de Giovanni. Pensé que lo superaría. En cambio, se vuelve cada vez peor. Algo debe hacerse para disciplinarlo.
—Estás acciones no se deben apoyar —asintió Owen —. ¿Pero qué se puede hacer? No se puede reescribir la naturaleza de un hombre en diez meses.
—Giovanni desobedeció una orden directa mía. Nadie lo sabe mejor que la esclava. Tal vez le deberíamos preguntar a ella que se debería hacer con mi sobrino.
Jazmín no se imaginó que estuvieran hablando en serio, pero el rey se adelantó colocándose justo frente a ella.
—Mira hacia arriba, esclava —ordenó el rey.
Jazmín miró. Observó nuevamente el pelo rubio y aspecto imponente, así como el ligero gesto de desagrado que habitualmente Giovanni parecía provocar en su tío. Jazmín recordó que había ponderado la ausencia de parecido familiar entre Giovanni y el rey, pero ahora veía que no era del todo así. Aunque tenía el pelo dorado, sus ojos presentaban algunos destellos verdes y la nariz recta que poseía Giovanni.
—He oído que trabajabas en una farmacia —le dijo el rey —. Sin embargo, deberías saber algo sobre el castigo que se obtiene cuando un hombre desobedece una orden del rey ¿Cómo sería castigado?
—Sería azotado públicamente y expulsado —respondió Jazmín.
A pesar de que Jazmín vivió toda su vida estudiando libros de hierbas medicinales, también se topó con uno o dos libros sobre la corte real de Georgia.
—Una flagelación pública —señaló el rey, volviéndose hacia los hombres que lo acompañaban —. Eso no es posible. Sin embargo, Giovanni a crecido de una manera tan ingobernable en los últimos años que me pregunto que le ayudaría... Qué pena que los plebeyos y los duques rindan cuentas de manera diferente.
—Diez meses antes de su ascensión...¿Es realmente un momento prudente para castigar a su sobrino? —pronunció Owen detrás de la seda.
—¿Debo dejarle crecer en estado salvaje, haciendo caos en los tratados, destruyendo vidas? ¿Incitando guerras? Esto es mi culpa. He sido demasiado indulgente.
—Tiene mi apoyo —dijo Aiden
Owen asentía lentamente.
—El Consejo estará con usted cuando se enteren de esto. Pero ¿Tal vez deberíamos hablar de estos asuntos en otro lugar?
Jazmín observó como los hombres salían. La paz duradera en Georgia era algo obviamente que el rey estaba tratando de lograr.
El médico regresó haciendo un alboroto innecesario mientras los sirvientes acudían para ponerla cómoda, y luego salieron. Finalmente, Jazmín se quedó sola en su habitación para reflexionar sobre el pasado.
Mientras la batalla contra Alta sucedía hace seis años, el príncipe heredero de Georgia falleció con una daga en su pecho, en uno de los burdeles más reconocidos del país. No se supo por qué el príncipe heredero se encontraba en aquel lugar mientras la guerra se estrellaba en Georgia.