Fayrah

Capítulo nueve

“Órdenes del Príncipe” le anunciaron a Jazmín al día siguiente cuando se le desnudó y volvió a vestir, y cuando preguntó para que eran esos preparativos, se le informó de que esa noche iba a servir al Príncipe en la mesa principal. 

Harper, claramente desaprobando el hecho de que Jazmín se le considerara compañía refinada, pronunció una estrafalaria reprobación mientras caminaba de un lado a otro en la cámara. Pocos esclavos y mascotas eran invitados a servir a sus amos en la mesa principal. Para ofrecerle esa oportunidad, el Príncipe debía ver algo en Jazmín que superaba la comprensión de Harper. No tenía sentido instruir a alguien como ella en los rudimentos de la etiqueta, pero debía tratar de mantenerse en silencio, obedecer al príncipe y abstenerse de molestar a alguien. 

Según la experiencia de Jazmín, ser sacada de su habitación a petición de Giovanni nunca terminaba bien. Sus tres excursiones habían sido al anfiteatro, a los jardines y a los baños, con una visita complementaria al lugar de flagelación. 

Su espalda a estas alturas ya estaba totalmente curada, pero la siguiente vez que fuera golpeada no sabría lo qué sucedería. 

Jazmín tenía muy poco poder de maniobra, pero había una grieta que dividía por la mitad a aquella Corte. Si Giovanni no quería ayudarla, debería dirigir su atención a la facción del Rey. 

Por hábito, observó la seguridad fuera de su habitación. Estaban en el segundo piso del palacio, y el pasillo que recorrían tenía una serie de ventanas cubiertas por rejas que daban a un precipicio poco atractivo. También rebasaron a varios hombres armados, todos con el uniforme de la Guardia del Príncipe. Allí estaban los soldados que no había en la Casa del duque. Un sorprendente número de hombres «¿Giovanni mantenía este nivel de seguridad ahora que se encontraba en el palacio?» 

Atravesaron un par de puertas de bronce ornamentadas y Jazmín descubrió que la habían llevado a los propios aposentos del Heredero. 

Los ojos de Jazmín recorrieron el interior con sorna. Esas habitaciones eran todo lo que había esperado de un “principito” excesivamente mimado, extravagante, más allá de la razón. La decoración lo invadía todo. Las baldosas decoradas, los muros con intricados relieves. La vista era encantadora; esta sala del segundo piso tenía una galería de arcos suspendidos encima de jardines. Se podían ver a través de una arcada de la alcoba. La cama estaba envuelta en cortinas suntuosas, un refugio de ornamentación lujosa y madera tallada. Las únicas cosas que faltaban eran un rastro de arrugada y perfumada ropa esparcida por el suelo, y una mascota yaciendo esparcida sobre una de las superficies cubiertas de seda. 

No había tal evidencia en la habitación. De hecho, en medio de la opulencia, solo había unos pocos objetos personales. Cerca de Jazmín había un sofá reclinable y un libro abierto con miniaturas y guardas centelleando debido al dorado de la hoja. La correa que Jazmín había usado en los jardines también reposaba sobre el sofá, despreocupadamente. 

Giovanni emergió de la alcoba. Aún no había cerrado la delicada banda que formaba el cuello de su camisa, y los cordones blancos colgaban, dejando al descubierto parte de su garganta. Cuando vio que Jazmín había llegado, se detuvo debajo del arco. 

—Déjennos —ordenó. 

Se dirigió a los supervisores que la habían llevado hasta allí. Estos liberaron a Jazmín de sus ataduras y se fueron. 

—Ponte de pie —mandó. 

Jazmín se levantó. Estaban solos y sin ninguna restricción en absoluto, como lo habían estado en los baños. Pero había algo que había cambiado. Se dio cuenta que en algún momento ella había empezado a suponer que estar a solas con Giovanni en una habitación era peligroso. 

Giovanni se separó del umbral. Cuando estuvo cerca de Jazmín, su expresión se agrió, y sus ojos verdes reflejaron disgusto. 

Giovanni dijo: 

—No hay acuerdo entre nosotros. No hago tratos con esclavos e insectos. Tus promesas valen menos para mí que la suciedad ¿Lo entiendes? 

—Perfectamente —dijo Jazmín. 

Giovanni la miró con frialdad. 

—Amar de Candia puede ser persuadido para solicitar que los esclavos partan con él a Cristal como parte del acuerdo comercial que se está negociando con mi tío. 

Jazmín frunció el ceño. Esa información no tenía sentido. 

—Si Amar insiste lo suficiente, creo que mi tío estará de acuerdo con algún tipo de préstamo o, más exactamente, un acuerdo permanente expresado en forma de préstamo, lo cual no ofendería a nuestros aliados en Candia. Según tengo entendido la sensibilidad de los Candianos es igual que los de Cristal. 

—Lo es. 

—He pasado la tarde sembrando la idea en Amar. El acuerdo se cerrará esta noche. Me acompañarás al agasajo. Es la costumbre de mi tío hacer negocios en un ambiente relajado. 

—Pero... —dijo Jazmín. 

—¿Pero? —Interrumpió glacialmente. 

Jazmín pensó en ese enfoque particular. 

Le dio la vuelta a la información que se le acababa de brindar. La reexaminó. Le dio la vuelta otra vez. 

—Qué le hizo cambiar de opinión? —preguntó Jazmín cuidadosamente. 

Giovanni no le respondió. Se limitó a mirarle con hostilidad. 

—No hables, a menos que se te haga una pregunta. No contradigas a nada de lo que diga. Esas son las reglas. Rómpelas y alegremente dejaré que tus compañeros se pudran. —Y luego añadió —: Tráeme la correa.  

—Si, mi señor —contestó Jazmín. 

—Ya no soy más un señor. Desde ahora me llamarás su alteza —dijo Giovanni con una gélida mirada. 

—Si, su alteza. 

La varilla a la que la correa estaba fijada era de pesado oro macizo. La frágil cadena estaba intacta; había sido reemplazada o reparada. Jazmín la recogió, no muy velozmente. 

—No estoy segura de poder confiar en ninguna de las cosas que me ha dicho —expresó Jazmín. 



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En el texto hay: romance, drama, aventura

Editado: 22.08.2021

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