El incómodo silencio había reinado en ese lugar, no podían creer lo imprudente que era su amiga con esa clase de comentario, más aún, al ver que Nathalie era una mujer casada. La joven esposa mordió levemente sus labios y comenzó a jugar con el ramo de flores que su esposo le había obsequiado.
Esa era su manera de mantenerse enfocada en lo que era verdaderamente importante, además, él solo era un amigo, ¿no era así?, el tenerlo frente a ella despertaba esa sensación de nostalgia, la curiosidad acerca de qué podría haber pasado si se hubieran mantenido juntos.
Eran sentimientos encontrados que, definitivamente, Nathalie deseaba ignorar.
—Lo siento, Eliane es un poco… curiosa —la regañó Ivette entre dientes, llevándose a su amiga un poco lejos para poder regalarla con libertad.
Ambos personajes se quedaron en un silencio sepulcral, mientras intentaban verse sin desviar las miradas, cosa que terminaba en un completo desastre. Era cierto que los dos salieron cuando estaban en la secundaria; sin embargo, las cosas no habían terminado de una buena manera, o por lo menos, no se le dio el cierre que a toda relación debería dársele al llegar a su final.
—Ha pasado demasiado tiempo, Timothy.
—Sí, luces completamente diferente, ¿qué tanto ha cambiado tu vida?
—Me casé —contestó con una pequeña sonrisa, mostrando el anillo que se encontraba en su dedo.
—Lo sé —afirmó.
A una distancia considerable, estaba cruzando de manera bastante oportuna la sanguijuela, la cual no dudó en enviarle una fotografía a su «mejor amigo». Ese era uno de los chances que había estado esperando, pues, despertar la inseguridad de Leo era primordial. Ese matrimonio estaba destinado a fracasar, o esa era la idea que la sanguijuela tenía.
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Los dientes de Leo crujieron, en ningún momento su esposa le había hablado acerca de un nuevo amigo o compañero de trabajo; sin embargo, decidió tragarse un poco su molestia, no podría permitir que celos arruinaran lo que construyeron durante ese corto periodo de tiempo.
Ellos estaban reconstruyendo las ruinas de su relación, bueno, reparaban esas paredes que estaban agrietadas, esos suelos llenos de lodo.
Fue cuando la pareja estuvo cara a cara durante la cena, esa misma noche, que él no soportó ignorar más el no saber de quién se trataba; si la confianza era la base de una relación, entonces Nathalie debería decirle quién era, ¿o no?
—Anne me envió algo —aclaró su garganta. —Se me hace familiar —mintió —no recuerdo dónde fue que lo vi por última vez, o si solo nos cruzamos en la calle.
Una pequeña sonrisa apareció al ver la fotografía de ella junto con Timothy, pues, el hecho de que hubiera sido enviada por Anne, era un mal presagio. Ella asintió sin dejar a un lado su seguridad y clama.
Podría enojarse, hacer una escena de por qué ella les mandaba esas cosas a su marido; sin embargo, era consciente de que una guerra se ganaba con la mente, no por las artimañas.
—Es Timothy —afirmó con serenidad. —Te hablé de él, llegó junto con Ivette.
Ella notó cómo el gesto de su marido se demudó un poco, él, en ocasiones, era como un libro abierto frente a sus ojos, por lo que, sabría cuándo le estaba mintiendo, cuándo le hablaba con la verdad; eso no significaba que manifestaría cada uno de sus hallazgos, sino que, esperaría pacientemente a que fuera el momento oportuno.
»Le dije que me había casado, le mostré mi anillo, mira —afirmó al asegurarse de que se trataba de ese mismo instante. —Si gustas, puedo mantener la distancia con él, cortar la poca comunicación que tenemos ahora que nos reencontramos.
Leo iba a decir que sí, deseaba decir que sí, no quería que ella estuviera cerca a otro hombre que no fuera él.
»A cambio de eso, harás lo mismo con Anne.
Y, con eso, sus intentos de decir algo, se esfumaron.
—Dijiste que la confianza era la base de cualquier relación, confío en ti de la misma manera en la que tú confías en mí.
A pesar de que las palabras de Leo sonaran tan seguras, desde ese mismo día, comenzó a prestar más atención en el comportamiento de su esposa y las interacciones que tenía con Timothy. Sabía que el pasado que existía entre ambos era demasiado grande, que él había sido su primer amor, y, como todos sabemos, el primer amor jamás se olvida.
Nathalie lo sabía, gracias a sus amigos era consciente de que toda la atención del hombre estaba centrada en ella y en cada uno de sus movimientos y a los lugares a los que asistía; lo que indicaba que Anne no tenía aquello que tanto le gustaba tener.
Por eso mismo, tanto la gárgola como la sanguijuela se atrevieron a acelerar el siguiente paso de su plan.
En la noche, cuando aun Nathalie no llegaba de su trabajo, Anne tocó desesperadamente la puerta de casa, sus ropas estaban casi rasgadas, su piel con moretones y un poco de sangre en el labio, tocaba con tanto desespero que Leo corrió a la puerta para ver qué sucedía.