━━━━━━ ◦ ❖ ◦ Hace unos veintitantos años atrás ◦ ❖ ◦ ━━━━━━
La gran tempestad reinaba en esa noche, todos se encontraban en medio de sus cenas, en su cálido hogar, todos a excepción de una mujer que corría desesperada con su pequeña bebé en brazos, la cual era perseguida por un hombre que casi doblaba su altura.
El terror se notaba en la velocidad de sus movimientos, en lo agitado de su respiración.
Se apresuraba a los callejones, con la esperanza de poder perderlo de vista, sin embargo, eso terminó siendo un gran error; terminó en un callejón sin salida, su cuerpo estaba empapado por el agua, escurría tanta que su cuerpo se sentía pesado gracias a la humedad.
La única cosa que estaba en la mente de la mujer, era el salvar a ese pequeño ser que estaba entre tus brazos, a esa pequeña niña que, a pesar de haber sido su luz en la oscuridad, fue también el comienzo de su tormento.
Sentía que ese hombre la encontraría en cualquier momento, así que hizo lo primero que le vino a la mente: esconder a su hija en medio de la basura. No era la idea más sensata, pero sí la única que encontró en medio de su desespero, pues, del caso contrario, las probabilidades de que su hijita no continuara con vida, eran altas.
No pasó mucho, sintió cómo unas manos grandes la tomaban por la cintura, luego, cómo cubrían su rostro y una gran punzada en uno de sus costados. Sus ojos estaban tan llenos de lágrimas que le costaba ver por última vez a esa pequeña que dependió de ella para vivir.
Ahora, la pequeña Nathalie, corría a merced de la suerte.
━━━━━━ ◦ ❖ ◦ Actualidad ◦ ❖ ◦ ━━━━━━
—¡¿Eso le da el derecho de abalanzarse sobre mi esposo?! ¡¿Crees que eso está bien?! ¡¿Qué harías si Timothy me abrazara de esa manera?! —exclamó Nathalie con el rostro enrojecido a causa de su molestia.
—No es lo mismo… ¡No es lo mismo! ¡Intenta entenderla! —respondía su esposo intentando hacer que se tranquilizara, pero, al mismo tiempo, elevaba el tono de su voz al final de las frases.
—¡No! ¡No tienes que justificarla! ¡No quiero entenderla!
Nathalie en ese momento se encontraba frustrada, estaba tan molesta de que, a pesar de que él hubiera roto su promesa; que hubiera traído a esa mala mujer a su casa; que permitiera que tanto ella como su madre tuvieran voz y voto en su relación; ahora debía soportar que ella era la que estaba mal en todo lo que sucedía.
Ahora ella era la mala, la que trataba de manera injusta a esa mujer que por poco se le abalanza a su esposo sin casi nada puesto.
Sin embargo, no esperaba que esas palabras salieran de los labios de su esposo, ni que tuvieran el poder de dañarla profundamente.
—Por supuesto que no la entenderías… ¡Tus padres te arrojaron a la basura, apenas tuvieron la oportunidad!
Una nueva bofetada resonó, los ojos de Nathalie estaban llenos de lágrimas, los de Leonard estaban abiertos con amplitud, ella jamás se atrevería a levantarle la mano a nadie, hasta ahora.
Su mirada se apagó, en su rostro se notaba el estrago que esas palabras causaron en su interior. Era la segunda vez que Leonard, rompió su promesa, la segunda vez en un mismo día.
»Nath, lo siento, yo no quería… no tenía que…
—¿Tanto la quieres? Rompiste tu promesa de nunca mencionarlo otra vez… Está bien… yo… vete al carajo.
Secó con molestia las lágrimas de sus mejillas y se encerró en su habitación.
Sus pensamientos estaban revueltos, se sentía herida, traicionada. Se sentía una completa estúpida por creer que él había decidido darle prioridad a su matrimonio.
Era un completo tarado, descerebrado, uno que no merecía la felicidad de tener a alguien que de verdad lo amaba a su lado. En ese momento, Nathalie desea acabarlo de todas las maneras hadas y por haber, ella se encontraba ofuscada.
A pesar de que Leonard tocara una y otra vez la puerta, intentaba explicarse, o, por lo menos, poder recibir el perdón de su esposa. Ella estaba cerrada en su habitación, y no solo de manera física, sino que su mente estaba tan cerrada en esas palabras de Leonardo, que le impedían escuchar una voz más.
Durante todos esos años se culpó a ella por el hecho de que sus padres la abandonaron a su merced; luego, pasó otros tantos culpándolos a ellos. Tanto tiempo esperando que alguno regresara y le dijera la razón por la que la dejaron en ese lugar, ¿por qué la habían tratado cómo basura?, ¿cómo si fuera un desecho humano?
A las afueras de la habitación, Leo se encontraba tocando la puerta con desespero, esperando que esta se abriera para darle un chance de explicarse. No tenía por qué haberlo hecho, ¡jamás se le había ocurrido decirle algo así a su esposa!
Él conocía perfectamente el efecto que mencionar a sus padres biológicos causaba en ella, esa sensación de impotencia, insuficiencia. Sabía perfectamente cómo ella acostumbraba a culparse, a pesar de que, en ese tiempo, ella no pudiera haber hecho nada para defenderse, mucho menos haber hablado, o pedido por ayuda.
—Lo siento, León, yo no quise… —dijo Anne en ese sereno tono de voz, que deseaba envolverlo como si fuera el canto de una sirena.