Es curioso como un sentimiento o una persona puede llegar a cambiarlo todo, creías que las cosas eran de una manera, pero no. Y es entonces cuando la realidad te golpea con tanta fuerza que te rompe en mil pedacitos.
He vivido toda mi vida rodeada de dolor y ya sabía lo que era, he experimentado dolor incontables veces, pero no estaba preparada para un dolor así. El peor dolor que había experimentado antes que este, fue el de la pérdida de un ser querido. Lloré, evidentemente, era un dolor tan irreal que llegó a parecerme una broma de mal gusto, pero aprendes a vivir con ese dolor, lo acabas superando. Llega el día en que ves una fotografía y no lloras de tristeza por no poder estar con esa persona si no que, sonríes, porque recuerdas todos los buenos momentos que te dio. Pero perder a un amor, es sin duda el peor de los dolores. Perder a alguien que sabes que no se ha ido, que sigue por ahí y tu no puedes hacer nada para estar con él, esos son los dolores que realmente matan.
Es un dolor asfixiante, abrasador, que te va matando lentamente, y no puedes hacer nada al respecto, porque la única persona capaz de apaciguar ese dolor, es la misma que te lo causó. Y ya sabía lo que era perder a alguien, sabia lo que era el dolor, y también pensaba que sabía lo que era perder a alguien al que querías; pero en eso me equivoqué, porque uno no sabe lo que es perder realmente a una persona, hasta que pierdes a alguien al que has amado más que a ti mismo.