El despertador sonó retumbando agudamente en mi cabeza. Lo apagué y luego me senté lentamente en mi cama, paseando la vista por la habitación. ¿Dónde rayos estaba?, esta no era mi habitación.
— ¡Qué horrible despertador!, es como si te apuñalara los tímpanos— dijo una voz que rebotó por la habitación.
Fue entonces, que, al escuchar su voz, recordé todo. Ya no estaba en la habitación de mi casa, sino que en mi nueva habitación en la residencia de la universidad. Por un momento lo había olvidado.
Helen se removió en su cama, y mirando la hora en el reloj que descansaba sobre su mesa de luz me miró enfadada.
— ¡Son las cinco de la mañana! — se quejó mirándome con los párpados pesados y el cabello despeinado — ¡Faltan tres horas para ir a la universidad!, ¡¿Quién se levanta tan temprano?!
— Lo siento, Helen — le dije mirándola desde mi cama — Olvidé cambiar la alarma.
— ¡No puedo creerlo! — refunfuñó dando vuelta en su cama hasta darme la espalda— ¡Ahora déjame dormir lo que resta de la noche!, no quiero dormirme en química, y sabes que necesito subir la nota — la escuché suspirar fastidiada — Gracias Diana.
Me reí por lo bajó, viendo como Helen un minuto después caía dormida profundamente, como si nada hubiera pasado.
Cuando vivía en la casa de mis padres debía levantarme tres horas antes para viajar y llegar a tiempo a la universidad. Ya estaba acostumbrada, y pensar que ahora podría dormir hasta más tarde me ponía una sonrisa en el rostro. Pero ya estaba despierta, y no podría volverme a dormir.
Sentada como me encontraba sobre mi cama, tomé un libro de la mesa de luz para leer, así perdería el tiempo hasta que se hiciera la hora de ir a la universidad.
Abrí el libro donde estaba el marcador y comencé a leer las primeras líneas, e inmediatamente un suspiro escapó de mis labios. En los libros el amor era ideal, el chico perfecto se enamora de ti, y es capaz de matar a todo el mundo para llegar hasta tu corazón, daría su propia vida por protegerte. La realidad es muy distinta, el chico que me trae loca ni siquiera me nota como una mujer, me ve como su hermana, su mejor amiga. Mejor amiga. Pensar en esas dos palabras sacudía mi corazón de manera dolorosa, era como tocar una herida infectada que todavía no se había curado.
Despegué la vista del libro y la paseé por las paredes, dispuesta a distraerme, y no pensar en Nicholas, pero me era imposible, todo me recordaba a él.
Por fin se hicieron las siete y media, y restaba media hora para ingresar a cursar historia del arte. El despertador de Helen sonó con una melodía clásica, las notas de un piano electrónico llegaron hasta mis oídos, su despertador era mucho más tranquilo que el mío, el cual parecía despertarte con una metralleta.
Hoy comenzaba un nuevo cuatrimestre, eso significaba nuevas materias, nuevos profesores y algunos nuevos compañeros.
Helen se levanta de su cama lentamente mientras se desperezaba estirando sus brazos sobre su cabeza, como si fuera un paso de ballet, casi artístico. Luego, caminando como zombie se acercó hasta la ventana, y corriendo la cortina, que llegaba hasta el suelo, descubre lo que parece ser una pequeña heladera.
— ¿Creo que no nos permiten tener esas cosas aquí? — le dije mirando como del interior de la heladerita sacaba dos sándwiches de queso, que se veían sumamente apetitosos.
— Por supuesto que no, por eso lo oculto detrás de la cortina — respondió Helen con una sonrisa picarona en su rostro. Mi amiga es toda una delincuente. Me ofreció uno de los sándwiches que traficaba y yo lo tomé con mucho gusto, pero sintiéndome un bandido al mismo tiempo.
La castaña caminó hasta el placar, y en un movimiento sigiloso abrió la puerta del medio, mostrándome lo que ocultaba allí, donde debería guardar sus zapatos había una pequeña cocina eléctrica y una cafetera. ¿Qué más esconde esta chica aquí?, ¿Un tesoro pirata?
— Supongo que eso también es ilegal — afirmé dándole otro mordisco a mi sándwich, el cual llenó mi paladar de un exquisito sabor, obligándome a lanzar un gemido de placer.
— ¡Vamos!, no soy la única en la residencia que oculta una cafetera. El café del comedor de la universidad es horrible. Nadie desayuna ahí — decía encendiendo el horno, e inmediatamente la tensión de luz bajó por unos segundos, y puedo jurar que creí que quedaríamos a oscuras, pero no, la tensión se recompuso un segundo después, normalizando la intensidad de las lámparas.
— Si estos electrodomésticos están prohibidos, puedo asegurarte que es por una buena razón. Creo que deberías hacerles caso si no quieres estudiar a la luz de las velas — le dije mirando la lámpara sobre mi cabeza con algo de miedo, como si esta pudiera explotar sobre mi cabeza o algo por el estilo.
— ¡Toma tu café y cállate! — me respondió de manera divertida ofreciéndome una taza de café caliente y sabroso.