Me quedé mirando aquellos ojos muertos por varios minutos, realmente no podía creer lo que acababa de hacer. Que me encontraran besando a un maniquí no era suficiente patético, sino que aun peor, me llevé conmigo la evidencia. No podía devolver la cabeza del muñeco, no, eso develaría que yo había sido la ladrona de los instrumentos de estudio de la sala de anatomía, aun peor, seguramente me verían como una loca pervertida con un raro fetiche hacía los maniquís con los órganos artificiales a la vista.
Guardé la cabeza en el interior de mi bolso, y cerrando la cremallera oculté aquellos ojos cafés, tan apagados, de mi vista.
Salí del cubículo y miré mi reflejo en el espejo del baño momentáneamente. Una risita se escapó de mis labios. Esta situación me resultaba divertida en una pequeña medida. Salí del edificio apretando el bolso contra mío pecho, como si estuviera escondiendo cocaína o un cadáver dentro. Mi objetivo era mi habitación, iría allí sin detenerme, debía deshacerme de la evidencia inmediatamente.
Caminé por el pasillo en dirección a la salida, deseando no encontrarme con nadie que pudiera irrumpir mi misión, pero siendo la persona más desafortunada de la universidad, por supuesto debí chocar con alguien en medio del pasillo.
— Diana, ¿A dónde vas tan apurada?, ¡Te ves sospechosa! — bromeó con una sonrisa radiante. Me detuvo rodeando mi cuello con su brazo. Lo tenía muy cerca, tanto que su perfume masculino inundaba mi nariz hasta el punto que me hacía sentir embriagada.
Mis mejillas se encendieron, y evité sus ojos cafés. Tragué fuerte, intentando estabilizar mi respiración y el temblor de mi mandíbula. Siempre debía respirar profundo una o dos veces antes de volver a la normalidad. No podía dejar que Nicholas descubriera mi debilidad, que obviamente era él mismo.
Cuando sentí que ya podría hablar sin tartamudear, me arriesgué a abrir la boca para proferir palabras.
— ¿No sé a qué te refieres?, sólo estaba de camino a mi habitación.
— ¿Por qué te marchas tan rápido?, ¿No vas a almorzar con nosotros? — levanté la vista para descubrir que su rostro se había tornado con decepción. Con esa mirada sobre mí, agregando que lo tenía pegado a mi cuerpo, no tenía mucha voluntad para oponerme a sus deseos — Puedes dejar para más tarde lo que tienes que hacer. La mesa no sería lo mismo sin ti.
Sus palabras provocaron un vuelco a mi corazón. ¿Eso quería decir que me quería en su vida?, ¿Y que se ponía triste si no estaba?, ¿Cómo podía interpretar eso sino de forma romántica?
— Eh… mmm — tartamudeé un poco — Bueno, en ese caso los acompañaré.
Nicholas sonrió con más fuerza, y aumentó la presión en su agarre a mi cuello, haciendo que me sintiera ahogada, comencé a toser con desesperación, pero Nicholas siguió abrazándome de igual manera.
— ¡Yo sé que eras una buena amiga y que no ibas a abandonarme! — se rió llevando una mano a mi cabeza para despeinarme.
— Eh, ¡B…Basta! — grité entre medio de un jadeo.
Nicholas por fin me soltó lanzando una carcajada divertida. Al momento que se separó de mí sentí el frio recorrer mi cuerpo, y como la soledad se apoderaba de mi interior. Sí, sé que le dije que me soltara, pero en el fondo de mi interior no quería que lo hiciera. Me gustaba jugar con él de esa manera. Me hacía sentir querida y especial, ya que no tenía la misma relación con ninguna otra mujer.
— ¿Qué haces aquí?, esta no es tu facultad — le pregunté al darme cuenta que Nicholas estaba en la facultad incorrecta.
¿Acaso vino a buscarme?, ¡Qué acción más linda! Y embarazosa debo aclarar. Mis mejillas se tiñeron nuevamente al pensar aquello y mi corazón se agitó como si tuviera alas.
— Vine por Lea.
Sentí como si me hubieran vaciado un balde de agua helada sobre la cabeza. ¡Qué ilusa de mi parte!
Intenté disimular mi dolor detrás de una sonrisa falsa. Nicholas me miró extraño, quedando unos segundos en shock, como si mi expresión le hubiera sorprendido. Abrió su boca balbuceando un poco, como si estuviera pensando que decir.
— ¿Diana…? — lo miré expectante, esperando su pregunta, ¿Acaso me había descubierto?, ¿Sabe qué lo amo secretamente?, ¡¿Va a rechazarme?! O tal vez, podría, no, es imposible que él también…
— ¡Nick! — una voz aguda interrumpió mis pensamientos y al mismo tiempo las palabras de Nicholas.
La pelinegra corrió hacia nosotros y pegando un saltito como si fuera una especie de saltamontes cayó sobre Nicholas envolviéndolo en un empalagoso abrazo. La escena me produjo nauseas de inmediato. Podía sentir la bilis amontonarse detrás de mi paladar peligrosamente. Me obligué a mi misma a apartar la vista, si no quería vomitar el estomago en medio del pasillo enfrente de todos y de Nicholas.