— No me hables, no me mires — comencé a enumerar las reglas como si se trataran de órdenes — no respires mi mismo aire, mejor no respires y ya muérete.
— ¡Qué violenta! — exclamó Marcus divertido, mirándome con un brillo extraño en los ojos.
— Diana, no estás obligada a sentarte con el idiota — agregó de inmediato Nicholas, quien nos miraba por el espejo retrovisor con el ceño fruncido — Lea, cámbiale de asiento.
Aquellas últimas palabras hicieron que mi corazón se avivara con emoción. Mis mejillas se encendieron como faroles y sólo pude mantenerme en silencio, deleitándome de la idea que Nicholas me quería a su lado.
Lea miró de Nicholas a mí repetidas veces, realmente no quería cambiar de asiento conmigo. Y lo peor entonces sucedió, Marcus se puso del lado de Lea. Parecía que hoy todos estaban conspirando en mi contra.
— ¿Qué dices?, ella es tu novia, tiene que estar sentada a tu lado — refutó Marcus con una sonrisa triunfante.
— ¡Es verdad, Nicholas! — agregó la princesita — Además no hagas a Diana cambiar de lugar conmigo, podrías hacer que se sienta incomoda por sacarme el lugar — no tenía idea de cuánto estaba equivocada, anhelaba su lugar loca y descaradamente.
— Es cierto — meditó Nicholas — Bueno, entonces vuelve a tu lugar, Marcus.
— No, no quiero ser violado nuevamente por un hombre — aclaró Marcus firmemente, mientras en el fondo se reían disimuladamente.
— Jeremy, promete que no volverás a hacer nada — dijo casi como una orden, Nicholas.
— No puedo prometer eso— decía Jeremy mientras se abrazaba a sí mismo con las mejillas sonrojadas— Cuando estoy sentado junto al amor de mi vida no puedo contenerme.
— ¡Entonces siéntate con Diana!
— Siempre viajo en el asiento trasero — se excusó, como si esa fuera razón suficiente para no cambiar de asiento.
— Bueno, entonces que Diana cambie de asiento con Helen.
— No puede — contestó Marcus.
— ¿Por qué no puede? — quiso saber Nicholas exasperado.
— Porque está dormida — volvió a contestar.
Me giré levemente y vi que era cierto, Helen estaba durmiendo como un bebé, toda revuelta y con una sonrisa plasmada en su rostro. ¿En qué momento se durmió?
Nicholas resopló molesto y derrotado.
— Será mejor que te comportes — lo amenazó a través del espejo retrovisor, enviándole una mirada asesina — y a la primera te abandono en medio de la ruta.
Marcus rió levemente y llevando la palma de su mano al corazón como si estuviera jurando en un tribunal agregó:
— Prometo ser un caballero.
Me reí con sorna a su comentario. ¿Marcus un caballero?, no me hagan reír.
Los próximos treinta minutos consistieron en una Helen durmiente que sin vergüenza alguna, cada tanto, dejaba escapar un ronquido, un Jeremy enfrascado en su celular, un Nicholas que no despegaba la vista del camino, pero que al mismo tiempo mantenía una conversación algo privada, debo decir, con su novia. La verdad es que ignoré su conversación porque no hacía más que dolor a mi corazón. Y por último había un Marcus que cada varios segundos lanzaba una mirada en mi dirección, movía los labios intentando decir algo, pero arrepentido volvía a cerrar la boca y a mirar por la ventanilla. Varias veces en esos treinta minutos me miró e intentó hablarme, pero no decía nada.
— Nunca te creí un cobarde — le dije de inmediato rompiendo con el silencio que se había instaurado desde que se había sentado a mi lado.
— Ser cuidadoso no es lo mismo que cobarde. Es difícil hablarte, ya que cada vez que lo hago te enojas conmigo— Marcus sonó dolido al decir esas palabras y por un segundo creí sentir pena por él, pero no, falsa alarma.
— Sí, lo entiendo — dije — Es que siempre haces cosas que me enfadan. Pero si tienes que decir algo, dilo. Es tu oportunidad, voy a intentar no enfadarme.
Marcus sonrió ligeramente ante mis palabras y se giró en su asiento, hasta recostarse sobre el hombro, para encararme de frente, y me dijo:
—No voy a rendirme, ¿Lo sabes, no?
— En eso te pareces a mí — dije mirando a Nicholas de manera anhelante.
— Entonces demos lo mejor de nosotros — dijo y me extendió su mano como si fuéramos a cerrar un trato.
Le di mi mano y él la estrechó durante varios segundos. Su gesto me causó una pequeña carcajada.
— ¿Decir eso no te pone en desventaja?, después de todo yo soy quien tú…
— Sí, lo eres — dijo entre melancólico y expectante — por eso mismo te deseo suerte — luego se acercó a mi rostro y habló en voz baja para que solo yo pueda oírlo — si logras ser correspondida, no dejaré de amarte, pero sí de intentarlo— y luego de decir eso volvió a su asiento — si veo que eres feliz, dejaré de insistir.