Teníamos catorce años, y era verano, eso significaba que pasaríamos las vacaciones en la casa de la abuela de Helen. O por lo menos eso había propuesto mi amiga.
Mi mamá al principio se opuso.
— ¡No!, ¡No irás! — me miraba de brazos cruzados, estaba totalmente resulta a no dejarme ir — Te quiero donde pueda verte… — ella se había vuelto demasiado sobreprotectora después de lo que había pasado en las últimas vacaciones. Temía que me volviera a perder o lastimar gravemente.
— Cariño — ese era mi padre — Déjala ir con sus amigos — y luego se acercó al oído de su esposa para susurrarle, creyendo que yo no lo oiría, gran error — Necesita divertirse un poco para olvidarse de su amigo.
— ¡No es mi amigo! — contraataqué ofendida.
— ¿Eran novios? — preguntó más que interesado.
— ¡Nunca!
— Sí, como digas — dijo de manera irónica como si no creyera en mis palabras.
Había estado algo deprimida este último año, y mis papás lo adjudicaron a la partida de Marcus. La verdad es que no sabía bien cuál era la causa, pero me negaba a que fuera la partida de Marcus, no podía ser eso, no podía ¿Verdad?
Al final mi madre terminó accediendo, al parecer la urgencia de mi depresión postpartida del patán, era más importante que su temor a que yo volviera a poner en peligro otra pierna.
— ¡No salgas sola de la casa!, ¡No te metas en lo hondo!, ¡No te olvides del protector solar!, ¡No hables con extraños ni recibas caramelos!, ¡No vayas al bosque!, ¡Cuidado con los arbustos, puede haber alacranes! ¡No…!
— ¡Ya entendí mamá! — la quiero mucho a mi madre, es más, la amo, pero ya no la soportaba. Había estado todo el camino a la casa de la abuela de Helen diciéndome que tenga cuidado con esto, cuidado con lo otro. ¡Había colmado mi paciencia! — ¡Ya soy lo suficientemente grande para saber qué cosa es peligrosa y que no!
— Si fuera así, el año pasado no te hubieras perdido en el bosque — refutó ella, y como tenía razón y no podía negarlo, me hundí en mi asiento cruzándome de brazos, mientras refunfuñaba con molestia.
— Tienes suerte, cariño. Tu madre no quería dejarte ir, tuve que amenazarla para que cediera un poco— dijo mi papá sonriendo mientras conducía, pero sin apartar la vista del camino.
— ¿Con qué la amenazaste? — pregunté curiosa. Yo también quería saber su debilidad para usarla en su contra cuando lo necesitara.
— Todavía eres una niña para saberlo.
— ¡¿Qué le estás diciendo a Diana?! — mi madre enrojeció, pero no estaba segura si era por la furia o la vergüenza — No lo escuches, cariño — dijo esta vez para mí.
Mi padre rio a carcajadas mientras mi mamá lo regañaba.
Cuando me dejaron en la casa de la abuela, mi mamá me apretó con fuerza en un abrazo, incluso había lanzado unas lágrimas.
— ¡En serio, ten cuidado!, ¡¡POR EL AMOR DE DIOS, TEN CUIDADO!!
— Sí, mamá. Prometo portarme bien.
— No se preocupe, señora Bonho. Tendré un ojo sobre ella todo el tiempo — esa era la abuela de Helen, quien se había sentido sumamente culpable por lo que había sucedido, tanto, que ya había perdido la cuenta de las veces que le había pedido perdón a mis papás.
Cuando vi partir el auto de mis papás, y saludar con la mano a mi madre, quien me miraba por la ventanilla con un pañuelo debajo del ojo, como si así pudiera detener las lágrimas y la angustia por dejarme sola. Cada día estaba más pesada. Bueno, es entendible después del susto que pasó cuando me perdí en el bosque, pero había momentos que exageraba y a mí eso me ponía de mal humor.
Suspiré con algo de fastidio, pero al mismo tiempo con un deje de alivio. Me había librado de la avasalladora protección de mi madre por unos días.
Cuando entré a la casa, la primera en recibirme fue Helen, quien me abrazó con fuerza, seguida de Corbata, quien saltó a nuestro alrededor con entusiasmo loco. Luego, se acercó Nicholas, quien tenía una sonrisa tan grande, como nunca había tenido.
— Por fin somos sólo nosotros tres — no hizo falta que dijera a quien se refería, su ausencia se hacía notar. Sin él, todo era más tranquilo y aburrido.
— Sí, que bueno. Ya no tendremos que aguantar las bromas del patán — sonreí, y por alguna razón que no conocía, mi sonrisa no había salido sincera, es más, me había costado curvar los labios, era como si mi boca ya no recordara esa forma. Mi sonrisa había sido efímera, menos de un segundo la pude sostener, ya que sentía que me pesaban las comisuras, obligándome a deshacer aquella sonrisa forzada. ¡No podía sonreír por la partida de Marcus!, y ese conocimiento que llenaba de enojo contra mí misma. ¡¿Por qué es tan difícil controlar los sentimientos de uno?!