— No podemos tomar en el parque, si la policía nos ve…
— Tranquilízate — me interrumpió Nicholas, haciendo un gesto con su mano para restarle importancia — Ya está anocheciendo, y nadie viene a la noche aquí. Estaremos solos.
No soné muy convencida, pero al final, como nadie más que yo, no estaba de acuerdo con la idea, nos quedamos en la noche.
Debo decir que a mí me daba un poco de miedo la idea de quedarnos solos, en un enorme parque, a mitad de la noche. Podía aparecernos cualquier cosa, un violador, un fantasma, el Sasquatch. Y para poner las cosas aún más escalofriantes, Jeremy propuso jugar a las escondidas, y nadie, claro, además de mí, pareció estar en desacuerdo. ¡Acaso todos eran escépticos y no le temían a nada!
— ¿Quién será el primero? — preguntó Helen más entusiasmada de lo normal. No entendía que tenía de atractivo jugar a las escondidas en un parque a medianoche.
— Yo me encargo — Benjamín tomó el mando — De tin — y señaló a Nicholas — Marín — su dedo apuntó a Jeremy — de dos pingüé — esta vez le tocó a Marcus — Cúcara — me señaló a mí — mácara — a Helen — títere fue — Benjamín se señaló a sí mismo — Yo no fui — la ronda volvió a comenzar — fue Teté. Pégale, pégale, que ella fue — la canción terminó con el índice de Benjamín señalando a Jeremy.
— ¡No me tocaba a mí!, tendría que contar Diana — se quejó él.
— ¿Yo?, si el dedo te señaló a ti — protesté.
— Dividió mal la canción, es: De— hizo una pausa — tin — volvió a hacer pausa dramática— Marín — volvió a quedarse un segundo en silencio — y así sucesivamente con toda la canción.
— El dedo te eligió — dijo Benjamín mostrando su dedo como si fuera alguna especie de artilugio mágico — Además, tú querías jugar a las escondidas, ahora abstente a las consecuencias.
— Pero, yo quería esconderme, no contar — volvió a resistirse.
— Dije que el dedo te eligió — y lo señaló con su dedo de manera contundente.
— Vamos, en la próxima ronda te tocará esconderte — lo animó Helen.
— Bien — refunfuñó, y caminó hasta el más árbol cercano mientras protestaba entre dientes — ¡Y no pienso contar hasta más de veinte!, ¡Así que escóndanse rápido!, ¡No espero a nadie!
Todos salimos corriendo, con una lata de cerveza en la mano, cuando Jeremy comenzó a contar contra el árbol, o mejor dicho comenzó a cantar, porque decía cada nuevo número con una tonada bastante pegajosa y tropical.
Todos desaparecieron de mi vista, y yo me quedé sola, en medio de ese bosque sacado de película de terror. Incluso había hasta niebla a la altura de mis tobillos. ¡Esto debía ser una broma!
Me oculté detrás de unos arbustos. No me gustaba esto, me abracé a la lata de cerveza como si fuera algún escudo y a unos metros escuché que alguien pisaba una ramita seca.
— Por favor, Drácula, si estás ahí, no me hagas daño — dije mientras cerraba los ojos con fuerza. ¡Y sí!, ¡Dije Drácula, no Edward Cullen!, se supone que los vampiros no son hermosos bicentenarios con cuerpos de adolescentes salidos de Disney Channel, no, son feos, feísimos, con la piel tan podrida que se les cae a pedazos.
— ¿Drácula? — preguntó una voz conocida y sentí alivio de inmediato — No es divertido jugar contigo — se quejó Jeremy — se supone que tienes que permanecer en silencio — me miraba desde por encima del arbusto con los brazos en jarra.
Después de que Jeremy encontrara a todos, yo había sido la primera en perder, ya que había revelado mi ubicación al suplicarle clemencia a un vampiro inexistente. Ese incidente me hizo pensar en Lea, en cómo se habrá sentido cuando se perdió en el bosque, sola, con frío en la noche. Algo muy distinto a cuando yo me perdí de pequeña, si bien no era un recuerdo agradable, la presencia de Marcus, por más insoportable que fuera, era insuperablemente mejor que a la soledad.
Me detuve de súbito. ¿Qué estaba haciendo?, ¿Compadeciéndome de Lea?, ¿Acaso me había vuelto loca?, ¡Tal vez la cerveza estaba haciendo efecto!, la princesita era la culpable de que Nicholas estuviera sufriendo, no merecía mi lástima.
Miré la lata de cerveza que tenía en la mano, no había tomado más de la mitad, pero preferí dejarlo allí. No quería que el alcohol siguiera poniéndome ideas raras en la cabeza, sobre compasión y culpa.