El reloj en la cueva anunciaba el inicio del Liberi, y nadie estaba en la cocina preparando el desayuno. Los pequeños demonios entraron a la cueva con la comida, y lo pusieron sobre la mesa. Se veían nerviosos, confiaban en Asmael pero tenían miedo de lo que le pasaría a Lucero si Rafael no la rescataba a tiempo. La pequeña Ángel de la Muerte estaba duchándose en el baño, estaba tranquila, al igual que los niños confiaba en el Ángel Caído, y más en el agente que sin duda alcanzaría la puerta del Infierno. Los pequeños demonios se sentaron a la mesa, balanceando sus piernas en la silla, esperando que el resto se sentara con ellos a comer. En la habitación de los hombres, la luz de la habitación ya se había encendido, y Rafael seguía acostado con los brazos detrás de la cabeza pensando en cómo rescatar a la pequeña niña de alas negras. Repasaba y repasaba en su mente el plan que seguiría, ya tenía los disfraces que usaría, no se pondría uno solo, se los iría cambiando a medida que avanzara en el camino. Flavio apenas había podido dormido, los sollozos del agente lo mantuvieron despierto, y a diferencia del resto, estaba seguro que Rafael llegaría a tiempo y no encontraría a Lucero, mucho peor, mataría al agente. Se levantó de la cama, se puso el pantalón y la camisa, y le pidió a Rafael que se vistiera, debía desayunar antes de enfrentar los peligros en la calle del Ante Infierno. De mala gana el agente se levantó de la cama y se puso su ropa.
La pequeña Ángel de la Muerte estaba saliendo del baño, fresca y lozana, le dio un beso a su padre y fue a sentarse a la mesa. Flavio fue un momento al baño, y al salir, Rafael hizo lo mismo. Con todos en la mesa, se sirvieron los platos fríos que los niños habían traído, excepto el café que humeaba de caliente. El agente a duras penas comió una loncha de pan tostado con mantequilla con una taza de café con leche. Sus ojos veían al vació, seguía repasando el plan que había diseñado, conocía toda la calle del Ante Infierno y sabía dónde se encontraban los principales peligros. Un momento antes de que terminara el desayuno, in joven ángel de alas negras apareció envuelto en sus alas en el medio de la sala. Rafael se limpió la boca con la servilleta, se levantó de la silla y caminó con calma hacia el ángel, y sin mediar palabra con él, lo tomó de un brazo, se envolvieron con sus alas y desapareció con él.
En un lugar de la calle del Ante Infierno, un lugar donde jamás Lucero había llevado al agente, en el lugar más alejado de la puerta del Infierno apareció el Ángel del Infierno envuelto en sus alas. Al abrirlas, Rafael salió de ellas y antes de darse cuenta del lugar a donde lo habían llevado, el joven ángel desapareció. Maldijo una y otra vez, y las venas de su cuello empezaron a sobresalir, dejando ver los latidos de su corazón, quería gritar, quería golpear al Ángel Caído hasta acabar con su existencia, quería poner sus manos en su garganta hasta hacerlo desfallecer, estaba más que seguro que todo había sido una trampa, y que a esa hora ya había vendido a la niña de alas negras a los demonios. No podía abrir los puños, la rabia y la impotencia lo consumían, las manos comenzaron a palidecer por la presión con la formaba sus puños, y las venas de sus manos parecía que iban a romperse. No podía dejar de sudar, se puso en cuclillas y se haló el cabello con fuerza, sus ojos brotados de rabia iban a salir de sus cuencas. Se dio cuenta que de esa manera no lograría nada, que era posible que fuese una prueba más y que Lucero si estaba todavía en la jaula, no puso en duda que Asmael quería verlo fracasar, y se dijo a sí mismo que no le daría el gusto. Se irguió, se peinó el cabello con las manos y lanzó el hechizo de evasión.
El primer disfraz no era la copia de algún demonio que hubiese visto, en su mente había combinado partes de cada uno de ellos, y esa manera pasar desapercibido. De la misma forma había diseñado el resto de los disfraces. Miró a todos lados, y vio que sólo habían personas normales a su alrededor, personas de muy mal aspecto, como las que estaba acostumbrado a ver en su trabajo. Lanzó el hechizo de detección de demonios, y ninguna de las personas a su alrededor tenía el aura azul que los distinguía como demonios. Se asustó por un momento, y lanzó el hechizo de detección de ángeles. Abrió los ojos al ver que todas las personas eran ángeles, unos con aura verde, otros con aura gris y otros con aura roja. Recordó el significado de cada color, el verde era de los ángeles nacidos en el infierno, el gris era de los ángeles caídos perdonados por el creador, al que se le había devuelto sus alas negras, y el rojo era de los ángeles que traicionaron al Creador, ángeles de alas blancas que fueron expulsados del plano espiritual, y que los demonios les cortaban la alas para que nunca pudieran salir del infierno, convirtiéndose así en Ángeles Caídos.
Los ángeles que más le preocupaban a Rafael eran los de aura roja, eran traicioneros y embaucadores, eran peores que los demonios, pero tenían un defecto, no podían ver a través del disfraz, a no ser que se acercaran mucho. El objetivo era, entonces, sortear a estos ángeles para que no se percataran de su presencia. Estos mismos ángeles comenzaron a verlo con interés, y al principio el agente no entendía que estaba sucediendo, hasta que se dio cuenta que él era el único demonio en esa parte de la calle. No sabía si el interés era porque veían un demonio para sus traicioneros planes, o que por el contrario sabían que él no era un Ser del infierno. Rafael no podía permitir que se le acercaran, ni podía cambiar de disfraz delante de ellos, para eso necesitaba a Lucero y no estaba con él en ese momento. Miró hacia atrás y vio la entrada a una calleja, giró su cuerpo sin levantar sospechas y fue en dirección de lo que resultó ser un callejón. Al entrar a la calleja se disfrazó de Ángel del Infierno y retrocedió sobre sus pasos. Al volver a salir a la calle del Ante Infierno se encontró con los demonios de aura roja que lo estaban siguiendo con cautela, al ver que casi podían sentirlo, se alejó hacía el otro extremo de la calle, y al ver que todos habían entrado al callejón, con paso apresurado camino en dirección opuesta.