Dejo caer la cucharilla azul cuando el techo de la cocina comienza a moverse frenéticamente. Miro a mi hija quien no llora aún con el ruido de las ventanas. Sacude las manitas buscando el resto de su almuerzo, pero no se lo doy. La levanto de su silla e intento invocar un hechizo de escape. Me es imposible aún con la luz rosada saliendo de mis dedos. Un ruido aún más intenso hace que la cocina caiga y que yo salga corriendo lo más rápido posible.
Las calles empedradas brillan del mismo tono rosado y es cuando levanto la mirada y todo es humo verde. Las risas podridas me son sencillas de reconocer; así como los gritos de ayuda. Las brujas de la calle de enfrente arden en fuego verde y tres encapuchados miran la escena como una obra de arte.
Me congelo por segundos, pero cuando uno de ellos se gira a verme, con sus cuencas vacías de donde más humo verdoso se hace ver. Su rostro cadavérico y su sonrisa de muerto me hacen correr sin vacilar. Me aproximo hasta el refugio donde intento no temblar para poder abrirlo. Se abre cuando mi hija comienza a llorar y sin dudar brinco dentro. Esta oscuro y hay más polvo que de costumbre. Dejo en el piso a la niña y reviso que no haya manera de entrar. Cierro incluso el armario y me arrincono junto a la niña. Enciendo una ligera llama para que ella no llore y veo que eso le agrada.
Pisadas agudas me hacen apagar la vela improvisada. Sostengo con fuerza a la niña mientras saco una daga azul del estante. El ser se va acercando y yo aprieto con más fuerza la daga. Emana luz verde y eso me permite poder observarlo bien. Es una mujer. Ojos morados y el cabello amarrado a una rama. Tiene uñas largas y oscuras. Su mirada me resulta familiar, pero no espero ni un poco y demando saber quien es y como entró. Ella solo sonríe y pasa ambas manos por su rostro.
— Rose Mary.
Ella asiente y bajo la daga involuntariamente. Miro a mi esposa sonreírle a la pequeña y extiende los brazos para que ella vaya a abrazarla. Pero no lo hace. Se esconde detrás mío y se sujeta de mi pantalón. Entonces algo no cuadra. Algo no está en su lugar. Rose Mary tenía al menos cinco años de haberse ido a las montañas con la intención de seguir estudiando técnicas mágicas. ¿Por qué iba a saber dónde encontrarnos cuando el refugio tan solo tenía dos años de haber sido construido?
— ¿Cómo supiste donde encontrarnos?
— No me mires como si fuera una desconocida, Ricardo. ¿Cómo no iba saber donde estarían mi hija y mi marido?
— El refugio es desconocido para todos y no tu no sabías de él.
— Ricardo, vamos. No te pongas tan pesado.
Levanto la daga de nuevo y veo que no esta contenta. Sus ojos brillan como una esmeralda. Ella sabe que lo he notado y comienza a reír. Da pasos muy lentos hasta nosotros, pero se detiene cuando la daga esta presionada contra su abdomen.
— Dame a la niña, Ricardo.
— ¿Qué fue lo que te paso, Rose Mary?
— Ellos nos darán una mejor vida, Ricardo. Podemos ser felices, seremos poderosos y tendremos todo. Solo debemos entregar a la niña.
— ¡Estás hablando de tu propia hija!
— Es una bruja. Morirá a manos humanas, o podrá ser de ayuda para nosotros. Piénsalo, Ricardo. Podemos tener más niños. No notarás su ausencia.
La daga se mueve sola y ya mira el otro extremo de ella. La sangre oscura comienza a brotar y humo verde se mete entre mis ojos. Intenta sostenerse de mis hombros, pero comienza a romperse en millones de pedacitos. Intento no pensar demasiado y tomo de nuevo en brazos a mi hija. Salgo corriendo y regreso al bosque. Veo más humo verde acercándose y decido desaparecer.
Las calles están heladas y la música resuena por cada esquina. Los colores gobiernan en la zona. Las familias bailan y gritan con emoción. Y la mía aparece al final de la calle. Son numerosos y lucen simples como deben ser.
Dejo en la puerta a la niña. Coloco mi mano sobre su frente e intento bloquear cualquier recuerdo. Abro la puerta y la hago entrar. Coloco una raíz con la intención de que todos en esa casa la pudieran ver como parte de su familia.
Regreso y ya no hay nada. Solo cenizas y cuerpos irreconocibles. Uno de ellos me logra ver.