No sabe ni entiende lo que le pasa.
El viaje a Bahía Maracuyá tenía un único objetivo, pasar unas merecidas vacaciones junto a sus nietos.
Tan solo.
Pero ahora siente que vino a este lugar por otra razón.
Porque no se trata de ella, de los chicos, del fuego, del ogro ni de la playa. Se trata de curar una pena. Una pena de alguien que sufre.
Y Lorena nunca fue capaz de soportar que alguien sufra.
Ella sabe, aunque no tiene idea de cómo, que Guaracha está apenado. Que tras esa fachada de cinismo y travesuras, es un hombre profundamente triste. Y que la razón de esa pena tiene que ver con la dama de la medalla.
- Trigo…, ¡perro bandido!
Suspira y continúa caminando por la orilla del mar. Caminar hace que sus pensamientos fluyan y sus ideas se ordenen.
¿Qué papel juega Trigo en todo esto?
Es como si la hubiera buscado a través de sus nietos, como si se hubiera acercado para pedir ayuda para su amo, como si una mano lo fuera guiando hasta ellos.
Pero…, ¿la mano de quién?
Sabe que sus nietos están enojados con ella por intentar ayudar a quien consideran su enemigo.
Pero ella sabe. Intuye y presiente.
El corazón le late fuerte.
Quiere ayudar.
No sabe cómo.
De repente, detiene sus pasos. Alguien la sigue con sigilo, pero ella se da cuenta igual.
- Guaracha…, ¿sos vos?
No recibe respuesta.
- ¿Podemos hablar? ¿De la mujer que te trajo hasta mí?
Silencio.
- ¡Vamos, Guaracha! ¡Sé que estás ahí! Por favor…, ¡te quiero ayudar! - se da vuelta para mirarlo a la cara.
- ¡No necesito de tu ayuda! ¡Dejame en paz!
Frente a sus ojos, una sombra que se aleja.
Se llena de profunda lástima y enorme tristeza.
¿Por qué no puede? ¿Por qué tiene que ser tan difícil?
Una brisa fresca le hace mimo en la cara.
“No pierdas la fe. Yo te ayudo.”, parece decirle.
- Seas quien seas…, por favor, ayudame. – susurra al cielo – ¡Tengo que poder!