Footprints

Capítulo 4

"La ansiedad no esta aquí, esta en el futuro"

Nunca supe con claridad cuando fue la primera vez.

Tal vez a los doce años cuando empecé secundaria. O a los catorce cuando mis notas cayeron en picado y jamás retomaron su camino con destino al notable. Se estancaron en el suficiente.

O incluso ahora mismo, encogida en mi cama, con las cortinas corridas, la oscuridad rodeándome y las manos enganchadas con vitalidad a mi vientre tratando de aliviar aquel agujero interior. Y todo debido a otra tarde de estudio acabada en fracaso.

Cuando lo exámenes llegaran, ¿qué haría entonces? Sabía que aún faltaban meses para eso, pero no estaba aprovechando el tiempo. Sentía que no lo estaba aprovechando nada. Además, los proyectos estaban comenzando a llegar y ya sentía que no me daba la vida.

Estos últimos años me las había apañado para conseguir aprobar todo. Para conseguir pasar de curso. Pero este último año no me veía con la suficientes fuerzas o ganas como para conseguirlo. Era el último esfuerzo, sí, pero este podría destrozarme.

Todo se trataba de eso. De cómo uno se para a recordar lo terriblemente lento que puede llegar a ser el tiempo cuando se sufre.

Como cuando tienes la vista fija en un reloj de arena y esperas y esperas a que el ultimo grano caiga. Y puede que ni, aunque lo tengas vigilado, logres presenciarlo. Puede que nunca sepamos cuando ese grano caerá. Puede que en mi vida aún faltase mucho para que cayese.

Este bucle me estaba consumiendo y estaba al corriente de que no era la única en esta vida que lo sentía. Que esa ansiedad de que todo se fuera al garete, de que no se pudiera seguir adelante, acabara con un ser humano que tan solo busca, o, mejor dicho, necesita paz.

Podía sonar como algo sencillo, ¿verdad? Buscar paz…

Bien, aquel que dijera que es fácil le pegaría una bofetada. Una bien fuerte. ¿Por qué? Pues por la frustración de oír a una persona tomándose a la ligera ese gran esfuerzo que en mi vida tanto me costaba cumplir.

Y lo peor de esa lucha… me estaba ocurriendo ahora mismo.

Mi corazón continuaba bombeando con tanta fuerza que creí que en cualquier momento dejaría de latir. Mis dedos acabaron agarrotados de tanto tensarlos contra las sábanas y mi hiperventilación tenía como objetivo no cesar pronto. Y las lágrimas, sí…, esa era la peor parte. Me derretían la piel al caer y caer con soltura.

Era demasiada… presión. Demasiada para que mi cuerpo y mi mente pudiese soportar.

Cambié de postura al colocarme boca arriba en busca de aire. Aquel nudo había vuelto a aparecer y más asfixiante que el anterior. 

¿Por qué tenía que jugarme tan mala pasada mi vida académica? ¿O tal vez solo era una vez más la sensación de no saber qué hacer con mi enredada vida? Por no decir anodina y guiada por terceros.

Daba igual. De todos modos, desconocía la respuesta.

Esas ganas de dejar de preocuparme por aquello estaban, las percibía, las tenía en las puntas de los dedos. Cosquilleándome, incitándome a que lo hiciese. No obstante, eso no era suficiente como para llevarlo a cabo y creérmelo. Mi conciencia siempre me perseguía. Mas bien, me castigaba.

¿A que le temía tanto? La respuesta era bien sencilla.

A mi futuro.

Aquel detestable futuro con el que todo el mundo aconsejaba no estresarse. Ese consejo me lo sabía de memoria. Lo soltaban sin más, dejando en el aire lo sencillo que podía llegar a ser, mientras que podía costar más que cualquier otra cosa real y pesada. Ya no podía soportarlo sobre mi cuerpo.

Con dureza y profundidad se ceñía a mí día a día. Y la única manera de asegurarme un futuro- palabras exactas de mis padres-: era tratar de que esto me saliese bien. Pero era tan fácil. No era buena en aquello.

Es más, cerraba los ojos para calmar mis pensamientos y aun así no dejaba de pensar en que opciones que tenía. Aunque eso podía ser otra de las causas de mi angustia porque no había ninguna. Me hacía aquella pregunta que todo el mundo enunciaba y no sabía que responderme.

«¿Qué me gustaba? ¿Qué quería ser?»

En este caso no podía mentirme o excusarme como solía hacer con los que me lo preguntaban con tanto interés. O, mejor dicho, carcomidos por el aburrimiento y la necesidad de que mostrar una importancia inexistente en la vida de una adolescente que pronto abandonará el instituto.

Un ruido me alertó desechando aquellas condenadas y repetitivas preguntas. Fue alguien llamando a mi puerta.

Con cara horrorizada me incorporé, escuchando el común crujido de las hojas que tenía cerca, y me aseguré de que el pestillo estaba puesto. La puerta no se abrió a pesar de los muchos manotazos a la manivela que le dieron al otro lado.

Suspiré ayudando a mi pecho descansar.

— ¡Grace, a cenar! —chilló mi inoportuno hermano pequeño de once años.

Dios… ¿Por qué justo ahora? Agarré mi garganta y calmé mis nervios.

—¿Grace?

Acomodé mi tono de voz.

— Voy…Voy.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.