"Que tus decisiones reflejen tus esperanzas, no tus temores"
Grace estaba prendida y ofuscada y lo más sorprendente es que, a pesar de haber vivido hace un momento una desagradable discusión, se sentía mejor que nunca. Era un sentimiento nuevo y muy reconfortante. Creía que era el de haber decidido algo por su cuenta. No, estaba segura de que era por eso y quería mucho más.
Al decidir algo lo primero que se aprecia es miedo y de eso Grace iba servida. Pero ya temía lo suficiente a su futuro como para no buscar algo que le ayudara a dejar de dedicarle todo su tiempo y energía.
Además, ella veía algo más detrás de todo eso. Veía la confianza en la que se había atrevido a elegir algo. Por ella. Por la necesidad de tener poder sobre su vida y la esperanza de que todo fuera algo mejor.
La joven había huido nada más ver a su padre y Miles. La verdad era que Clark nunca la había visto enfadada.
Aunque, claro que Grace y sus padres habían discutido alguna vez. ¿Qué hija nunca ha discutido con sus padres? Sin embargo, siempre acababan venciendo ellos y ella terminaba como siempre; tragándose sus palabras y sus sentimientos. Bueno, al menos había soltado una pequeña parte de ambas cosas.
Miles decidió subir a verla poco después de oír de pasada como sus padres murmuraban nerviosos sobre su comportamiento. No se enteró muy bien pues ya iba escaleras arriba. Les dio la excusa de que iba a despedirse y no a indagar como podría parecer. Sólo quería asegurarse de que estaba bien.
Al llegar dio un par de toques en su puerta abierta. Cuando se metió en el cuarto, no la cerró. No lo hacía nunca. Era cuestión de lo raro que se sentiría si estaban los dos en un sitio cerrado. Podían estar a solas, pero únicamente de esa manera.
Al oírle ella se giró bruscamente, plantándole cara. Alzó un dedo hacia él.
—No se te ocurra decirme que he estado mal. Tenía que hacerlo. Tenía que decírselo. Tenía que soltarlo—suspiró agotada—. Además, tú... no lo entiendes. Son imposibles.
Miles apretó la boca y restregó sus ojos. No sólo porque no sabía que decirle esta vez ya que era un tema familiar, sino porque su reciente viaje había sido agotador.
Grace se acomodó en la cama y él, poco después, se sentó junto a ella. Los dos acabaron mirando hacia delante, como si la puerta de su habitación fuera lo más interesante del mundo. Callados siguieron hasta que Miles, por decir algo, comentó:
—Tu madre se ha quedado algo desecha ahí abajo.
—¿Y yo que? —replicó ferozmente. Fue entonces cuando Clark se arrepintió de haberle dicho eso. Él no sabía que cuando ella se quedaba como su madre, a nadie parecía importarle—. No pienso retirarlo. Y vale, lo confieso, me he quedado a gusto.
—¿Quieres hablar del tema? —preguntó rascando su nuca y rozando algunas de sus sedosas ondas color chocolate.
Ella le respondió negando con la cabeza. No iba a darle más vueltas. Había tomado una decisión y no tenía sentido decirle nada. No quería volver a hablar de cómo sus padres habían rechazado la idea. De cómo le demostraban cada día que no les interesaba que ella descubriese cosas nuevas. Cosas que, aunque ella no supiera con mucha certeza, podrían ayudarla más de lo que imaginaba.
—No importa. Lo importante es que... —tragó saliva— sé lo que tengo que hacer.
Los dos dejaron de prestar atención a sus respiraciones, que era lo único que se escuchaba en el ambiente, cuando Grace decidió murmurar una gran verdad:
—A veces todo es una mierda.
A veces lo era, pensó él.
—A veces lo es —secundó en voz alta sabiendo que así no la animaría mucho. Pero no iba a mentirle. La vida podía ser una gran mierda en muchas ocasiones si se lo proponía.
La joven aprovechó aquel momento de pensamiento y cansancio para descansar la cabeza en el hombro derecho de Miles. Eso lo pilló por sorpresa, pero no hizo nada para detenerla. Dejó que se apoyase mientras juntaba las manos y escrutaba cada esquina de la habitación. Era extraño que todavía le sorprendiese tener esa relación con ella.
Por muchos abrazos que se hubieran dado siempre se ponía alerta en este tipo de situaciones. Y no le molestaban. De hecho, le costaba horrores admitir que le trasmitían mucha paz porque a pesar de conocerla y llevarse bien con ella, no olvidaba que fuera la hija de sus jefes.
Sin duda el plan de mantener distancia con la familia Rivers había acabado en el fracaso.
Tras esos instantes en los que la calma los atrapó, Grace se alejó decidida a mirarle. Recorrió con sus ojos todo lo que le permitían ver de su perfil. Empezó por aquellas pestañas tan largas y acabó en su cuello presenciando como su nuez se movía cada vez que tragaba. Siempre le había gustado verle, curiosa por saber lo que estaría pensando.
Miles siempre le había resultado en muchos aspectos muy curioso y enigmático. De vez en cuando, Rivers podía leer lo que había detrás de sus acciones, pero no lo que circulaba por esa cabecita suya. Era difícil y aprendió que no era algo que debiese ir preguntando.
Una idea fugaz atravesó su mente y no se paró a discurrirla. Se fue acercando pausadamente, aun con un poco de dudas, antes de posar sus labios en su mejilla. Una muy suave... ya que nunca se dejaba barba. En lugar de hacerlo rápido, tardó en retirarse dejando el sonido del beso en el aire.