18 de agosto del 2016
Han pasado dos meses que mi madre se casó con el idiota de Adam Sullivan, lo odio tan solo por ver también su apariencia de fracasado, mi madre se ha vuelto loca, ella piensa que ese inútil sería un apropiado esposo para ella y un buen padre para mí, en realidad me da pena.
Mamá hizo que a partir de hoy mi papá ya no se acercara a mí, podía hablar conmigo por teléfono, pero lo mantenían vigilado de no hacer algún truco para violar la orden de restricción.
Bueno, hoy he estado siendo casi arrastrada por mi madre de un lado a otro comprando y arreglando cosas para la nueva casa. De regreso a la vieja casa, me he pasado el día guardado recuerdos a mi baúl, miré el sillón donde papá y yo solíamos sentarnos a ver series en Netflix o jugar algún juego de mesa.
Di un viaje turístico por la casa, ésta parecía como si nadie se hiciera cargo de darle mantenimiento, todo está polvoriento y con un olor extraño, miré por última vez las paredes y todas poseen fotografías colgadas, algunas son de los tres juntos, otras de la escuela y de otros eventos. Algunos porta-retratos estaban rotos los cristales y algunas cosas tiradas en el suelo a causa de las peleas que han tenido mis progenitores, mamá suele arrojar y romper cosas cuando se enoja, sí, con el tiempo ya he aprendido a sobrellevar este ejército.
Finalmente quedé frente al gran ventanal que llega hasta el suelo, miré a través de ella y me quedo perdida observando que el día de hoy llueve a cántaros, parece que el cielo entiende muy bien como me siento psicológicamente; triste y de rogar que todo esto que estoy pasando no fuera real.
Flash Back.
―Papi ¿me cuentas un cuento? —pedí y seguí comiendo de mi hermoso y colorido helado de chocolate con chispas.
―Está bien —mi padre sonrió y me abrazó―. Había una vez un esclavo al servicio de Roma, que escapó de su amo para refugiarse en el bosque. Su nombre era Androcles.
―¿Y qué pasó después?
―Una vez que escapó decidió ocultarse de los guardias en una cueva. Aún en la tenebrosa oscuridad, Androcles pudo notar la parecencia de imponente león. La fiera se encontraba tumbada en el suelo con una pata herida y ante la mirada del esclavo lazó un rugido de dolor. “No temas, amigo león, te ayudaré para que te recuperes pronto” le dijo Androcles conforme se iba acercando poco a poco al animal…
Continuaba el cuento mientras me imaginaba cada escenario, suspiré profundamente porque amaba todas las historias que me contaba, aunque ya me las sabía al derecho y al revés. Papá había ido por mí a la primaria y fuimos por un helado para luego sentarnos en el parque. Con él me sentía muy feliz, es mi papá, mi mejor amigo y mi todo, adoraba todas las tardes que pasaba con él después del trabajo y la escuela.
―Papi —pronuncié.
―¿Qué pasa? Cariño —responde con la misma sonrisa que lo caracteriza.
―¿Mamá y tú ya van a dejar de pelear? No me gusta nada que peleen —dije un poco triste, papá guardó silencio por un momento y luego me da un beso en la frente.
―Mi niña, te prometo que las cosas se solucionarán, y viviremos felices por siempre, como en los cuentos que tanto te encantan —volvió a sonreír y lo abracé fuerte.
―Te amo papi.
―Yo también te amo, princesa —correspondió a mi abrazo.
Fin Flash Back.
Sonreí al ver muchas fotos en el álbum y ante los recuerdos que llegaban a mi mente, papá y yo solíamos ir a tomar un helado desde que estaba pequeña y hasta la fecha me sigue contando cuentos, todos tenían finales felices, sentía ganas de llorar. En realidad no quería irme con mi madre pero “mientras viva bajo este techo ella manda”.
En estos momentos miraba desde afuera de la habitación donde se encuentran mis papás, discutiendo por última vez antes de separarse para siempre, me duele y me parte el alma ver a mi padre agobiado y sus lindos ojos que están a punto de llorar. Mi madre tomó su última maleta y enroscó su mano con mi muñeca para jalarme con ella y salir de aquí.
“Mi niña, te prometo que todo estará bien”. Sigo teniendo algo de esperanzas de que eso pase.
La lluvia cesó un poco, montamos en el auto para irnos a nuestro destino, en todo el camino permanecí callada y con brazos cruzados, mamá no dejaba de hablar de planes y sus expectativas de la vida con su nuevo marido, y odiaba con todo mi ser de que empezara a hablar pestes de mi padre sin pensar en todas las cosas que él ha hecho por ella.
―¿Estás bien? —me hizo una pregunta estúpida. Asentí con la cabeza―. Angie, alégrate, al fin viviremos en una hermosa casa de dos pisos, hermoso jardín con alberca y con biblioteca tal y como has deseado tener una —dijo emocionada sin despegar la vista de enfrente.
―El dinero y los lujos no compran la felicidad —fue lo único que salió de mi boca ante su susodicho, chasqueó.
―No empieces a hablar incoherencias, Angie, vamos a vivir bien. Te lo aseguro —afirmó.
Dos horas y media de viaje, llegamos a la prestigiosa ciudad de Manhattan y finalmente llegar a una fina casa tal y como la describía mi madre. No estaba nada mal, pero me costará un riñón, un páncreas y un ojo de la cara, es decir mucho trabajo para adaptarme; entramos y ella me daba un recorrido por la casa, hasta que mostró la habitación donde dormiría, consistía en una cama matrimonial, paredes color verde pastel, un escritorio, clóset, cuarto de baño y algunos muebles ya incluidos.
―En uno rato te llamo para que bajes a comer, ¿vale? —informó y cierra la puerta dejándome sola.
Volteé a la derecha enfrentándome al espejo del tocador, puedo verme que ya estoy comenzando a tener ojeras, ojos que reflejan tristeza y mi tez ya está perdiendo brillo