Ésta historia comienza en el corazón de Londres. Por las épocas de Marzo era muy común que siempre lloviera en la mayor parte del día.
Londres siempre se ha caracterizado por ser lluvioso o tener climas no tan soleados. Las calles en su mayoría son estrechas, y fácilmente podría confundirse uno mismo sin tener alguna especie de mapa o quizá sin haberla recorrido anteriormente, contando con que la persona que lo hiciera tuviera buena memoria.
A lo lejos de la vereda de la calle Brooks, se encuentra la casa de los Bell. Es muy pequeña, podría decirse que no tiene muchas cosas lindas, en la entrada se podría ver todo lo que la casa contenía. Un pequeño comedor junto con su cocina, dicha cocina constaba de una estufa y un lavaplatos, a la izquierda se veía una mesa sencilla, junto con un viejo televisor. Sólo había una habitación y un baño.
- Querida he llegado.
- Oh Henry, bienvenido. ¿Cómo te ha ido hoy?
- Cansado, pero sabes que todo lo hago por nosotros.-Le dijo Henry acariciando la barriga que se comenzaba a ver en la amable señora Marian.
- Te serviré de cenar querido.
- Gracias, cielo.
La cena consistía en una crema de elote y unas cuantas tortillas, junto con un vaso de agua.
Como cualquier ciudadano podría deducir, la familia Bell no tenía mucho dinero, pero tenía un espíritu inquebrantable, siempre pensando que en algún momento todo podría mejorar.
Estaban seguros de que nada podría salir mal, ¿oh sí?