El día 29 de Marzo fue el día en que les cambió la vida a los señores Bell.
Eran exactamente las 14:12, Henry Bell estaba preparando la comida para su esposa, habían puesto un disco de música clásica, a la señora Bell le encantaba el sonido de la flauta de pan, y del violín.
Marian se encontraba en el sofá recostada leyendo una de las más aclamadas historias de Shakespeare, cuando empezó a sentir demasiado dolor en su vientre, sin pensarlo dos veces llamó a su esposo. Éste de inmediato fue por las llaves del auto de su vecino, se lo había pedido prestado dos días antes, ya que dicha semana era la importante, y había pedido unos cuantos días en su trabajo.
Al llegar al hospital, llegaron los paramédicos y recostaron a Marian en la camilla. Dichos hombres se encontraban tomando sus signos vitales.
Habían pasado cerca de 3 horas desde que se llevaron a la señora Bell y Henry se encontraba sentado impaciente en la sala de espera. De pronto un hombre vestido de blanco salió.
- ¿Henry Bell?
- Soy yo.
El hombre le sonrió.
- ¡Felicidades! Ha nacido su hijo. Puede pasar.
Henry fue corriendo a donde se encontraba su familia. Al ver la imagen de su esposa con su hijo en brazos no logró contener las lágrimas. Había estado esperando por mucho tiempo éste momento.
Se acercó a donde se encontraban. Su esposa estaba con una bata de color azul y su pequeño envuelto en una manta del color de los ojos de su madre y un pequeño gorro del mismo color.
- Hola pequeño.
Marian le extendió en brazos al bebé para que Henry pudiera tomarlo. Éste lo tomó como si fuese de cristal, con una gran delicadeza.
El pequeño sonrío sin abrir los ojos.
Sin duda alguna la vida de los Bell ahora sí estaba completa. No podía pasar nada malo. Ellos serían de las familias más bondadosas y amables de la calle Brooks, y posiblemente de todo Londres.