Forjando un nuevo comienzo, Saga Imperitus I

CAPÍTULO 1

El hipermotor hacía temblar ligeramente la nave provocando el mismo efecto en el escritorio donde Eduardo intentaba escribir. Pese a que el  movimiento que generaba no era nada comparado con los primeros núcleos de hipermotores que su empresa desarrolló, no podía evitar que le molestara y que deseara que su ingeniero lo solventara. Un pitido interrumpió esos pensamientos y pulso el botón del comunicador.

—¿Sí, capitán? –preguntó.

—Acabamos de desconectar la hipervelocidad y nos aproximamos a Reguan-5 a velocidad normal, llegaremos aproximadamente en una hora —informó el hombre.

—Excelente noticia. Estoy harto de ese constante temblor —dijo aliviado.

—El ingeniero jefe aún trabaja en ello aunque ahora mismo es apenas perceptible —indicó el capitán.

—Soy consciente de ello. Avíseme cuando estemos a un cuarto de hora del planeta; estaré en el observatorio —informó antes de cortar la comunicación.

Eduardo se dirigió al ascensor que le llevó a la última planta de la gigantesca nave comercial. Era un hombre de sesenta y cinco años, con el pelo algo blanco y un bigote completamente de ese color. Su cara mostraba muy pocas arrugas y su mirada, con sus ojos marrones, transmitía confianza a los demás. Físicamente, se mantenía en forma, no aparentaba la edad que tenía a simple vista. Su empresa Restelar, era puntera en tecnología y materiales para astronaves. Hasta el punto de que su competencia terminó fabricando piezas, al ser la única manera de hacerle frente.

Le encantaba observar esos pequeños desplazamientos desde la frontera del sistema solar hasta el planeta de destino. Al alternarse la velocidad cercana a la de la luz, que requería de un piloto automático, con otra bastante inferior, permitía la amplia visión de esos mundos al pasar por sus proximidades. A veces envidiaba a la gente cuyo trabajo consistía en trabajar en naves espaciales, permanecían por meses en el espacio o incluso más como aquellos que lo hacían en los escasos vehículos exploradores que localizaban nuevos exoplanetas o aquellos adaptables mediante terraformación.

Observaba los planetas gaseosos con gran atención, estos eran inútiles para los seres humanos, pero le atraían por la belleza de sus atmósferas, esa combinación de colores debida a metales o gases que quemarían los pulmones de cualquier forma viviente basada en el carbono en menos de un segundo.

Casi ningún científico se interesaba por ellos una vez investigados y catalogados, a diferencia del pasado cuando eran objeto de estudios más amplios y extensos. Poco a poco fueron dejándolos atrás para concentrarse en la zona interior del sistema solar regulano, en donde era posible la vida humana.

Reguan-5 fue uno de los últimos planetas colonizados por la Tierra antes de detener su colonización de nuevos mundos. Debido a eso se encontraba aún en desarrollo en comparación con los primeros que fueron habitados por los terrestres.

El comunicador le devolvió a la realidad, al reclamar su atención.

—Señor, llegaremos en un cuarto de hora a nuestro destino. ¿Sus órdenes siguen siendo las mismas cuando estemos en órbita? —preguntó el capitán.

—¡Por supuesto! Y asegúrese de que nuestro invitado sea tratado con educación y cortesía. Están avisados de su carácter —avisó Eduardo.

—Así se hará. Si no tiene nada más que ordenar, seguiré con mi trabajo.

—Eso es todo, capitán.

 Eduardo cortó la comunicación y llamó al ascensor; debía asegurarse que la sala para recibir a su invitado tuviese las condiciones adecuadas. Su personal no solía fallarle en esas cuestiones, pero esta cita era muy importante y quería ver por sí mismo que seguían sus indicaciones. Se bajó en el nivel de pasajeros y caminó por el corredor hasta llegar a una puerta ubicada a la izquierda. Al abrirla vio a sus empleados terminando de preparar la bebida y comida que había ordenado.

—Parece que todo está en condiciones. Ahora vayan a recibirlo a la esclusa de entrada y asegúrense de ser corteses en todo momento —ordenó mientras se sentaba en una butaca.

—Descuide, señor, yo mismo me encargaré de esa tarea —contestó uno de los empleados.

Todos salieron dejando allí a su jefe.

Mientras tanto, la nave se colocó en la órbita asignada por la estación de tránsito, de la cual partió una pequeña lanzadera. A bordo iba el tan ansiado invitado de Eduardo. El vehículo no tardó en colocarse junto a la esclusa a través de la cual se unió a la nave comercial.

—Bienvenido a bordo, señor Spencer. El señor García le espera en el salón —informó el empleado al indicarle el camino.

Mark Spencer era un joven de veinte años y el nanovirólogo más prometedor de Reguan-5. Era un chico caucásico, de aspecto normal, de ojos marrones y cabello negro. Su mirada penetrante, unida a su carácter serio debido a su personalidad algo introvertida, a veces intimidaba a sus interlocutores.

—Bien, terminemos con esta formalidad lo antes posible. Le sigo —respondió el científico.

Fue conducido por los pasillos de la nave hasta la sala en la que, minutos antes, habían dejado al jefe.

Tan pronto la puerta se abrió para dar paso a su invitado, Eduardo se levantó de su asiento.




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