JOHN
Llevaba varias noches sin dormir.
Cada vez que llegaba a casa después de un encargo, me quedaba tumbado boca arriba mirando hacia el techo.
Todo se resumía en que tenía miedo. Y era horrible.
Miedo porque trabajaba en algo muy peligroso.
Miedo porque cualquier día podía ser el último.
Miedo porque cualquiera que estuviera a mi alrededor podía sufrir.
Miedo porque tenía que decirle a la persona que más amaba, que lo nuestro tenía que terminar definitivamente.
Mientras esperaba a Nadya, seguía pensando en cómo decírselo.
Lo cierto era que Nadya y yo no podíamos estar juntos.
A ver, ¿dos mercenarios pareja? Era una locura.
Tiré el cigarro encendido de la rabia contra el pavimento. Pude ver cómo se iba consumiendo.
Aunque nos hubiéramos conocido hace muchos años, y aunque nuestra relación intermitente hubiera durado todo ese tiempo, era insostenible.
Si los dos queríamos prosperar en nuestra carrera, era inevitable nuestra ruptura.
No se puede matar si tienes algo que perder, es una debilidad.
>>-Sabes tan bien como yo que es imposible-me dijo Markus.
Retomé mi vaso de bourbon, saboreando la última copa que me tomaría aquel día.
-Vuestra relación se sale de lo común. Ya sabes lo difícil que es una relación de amistad -continuó él sin darme tregua-, pues una de amor es imposible. Y lo peor es que ya lo sabes.<<
Markus llevaba razón.
Había hablado miles de veces con Nadya, y ella no parecía entenderlo.
Yo no podía ir a matar a cualquiera, sabiendo que alguien a mi alrededor podía ser usado como extorsión hacia mí o como el pago de una deuda.
Yo no quería que nadie sufriera por mi trabajo, exceptuando a las víctimas por las que cobraba por matar.
Lo mío con Nadya tenía que acabar, y definitivamente. No como las tropecientas veces que habíamos cortado y vuelto anteriormente.
-Hola -me dijo acercándose a mí-.
-Hola nena -le dije dándole un beso.
Olía a Armani Privé (1), y ese perfume me traía recuerdos de nuestros entrenamientos.
Las duras clases de boxeo, las pruebas de tiro, las clases de ballet...
Si, si. De ballet.
Nunca creerías las habilidades y capacidades que desarrollas al tener un control total sobre tu cuerpo y sobre el espacio practicando ballet.
También eran parte de la disciplina el dolor al arrancarte tus propias uñas de los pies, así como volver a abrir las mismas heridas del día anterior, y volverlas a abrir al día siguiente, producto del ensayo y la repetición.
Por eso, La Directora era la mejor para entrenar a sicarios.
Cogía a chicos y chicas de la calle, y durante años de sufrimiento, nos proporcionaba una profesión.
Así es cómo conocí este mundo.
Había sido un chico que había saltado de casa en casa de acogida. De muy pequeño y ya metiéndome en peleas, hasta que La Directora apareció.
Me llevó hasta su centro de entrenamiento, me dio comida, ropa, alojamiento y un propósito.
Aprendí muchas cosas ahí, lo primero de todo es que no puedes tener amigos, puede que en el futuro sean un encargo.
De entre todas las formas de lucha, me hice experto en kung-fu, muay thai, taekwondo, jiu-jitsu... Cada vez fui mejorando más y más mi técnica, mi fuerza y mi disciplina.
Cuando cumplí los veinte años, La Directora me llevó a trabajos de campo, "recolección de nuevos talentos" lo llamaba ella. Recorríamos varias ciudades de todo el mundo dándole una nueva vida a niños y niñas sin familia.
No fue hasta un año después, en Moscú, que conocí a Nadya.
Era invierno y hacia un frío insoportable.
Hacía días que se nos escapaba por minutos, y había errado varias veces al intentar atraparla.
No fue hasta que acudí al Kremlin, rodeado por cientos de personas, que ella apareció.
Se escurría por entre la gente. Su delgadez extrema ayudaba en su misión de no ser vista ni hacerse notar. Pero su siguiente víctima era yo, y me puse alerta.
Cuando la sentí cerca, la agarré por un brazo para retenerla. Se intentó resistir, pero yo no afloje mi agarré.
Me miró, y no pude evitar una media sonrisa.
Era un pobre saco de huesos.
Me vi reflejado en ella. Su pobreza, su delgadez, su mirada perdida, su soledad...
-¡Suéltame! -me escupió en ruso.
Pero no le hice ni caso, y la arrastré por la plaza hasta el callejón norte, desde donde tendría que callejear hasta subirla en el coche de La Directora.
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Editado: 16.08.2021