El silencio entre Biel y Fernt fue tan denso como el cielo previo a una tormenta, apenas roto por las explosiones que estallaban a lo lejos como ecos de un mundo en llamas.
—¿Qué estará pasando por allá...? —musitó Biel, frunciendo el ceño mientras sus ojos se perdían en el horizonte rasgado por la guerra.
Fernt, con las manos aún bajas tras el duelo que habían librado, respondió con tranquilidad, pero sin quitar la vista del campo de batalla distante:
—Ha de ser mi hija… y mis subordinados. Están enfrentando a esos chicos… los que llaman "los Santos".
Biel dio un paso hacia adelante, sorprendido.
—¿Los Santos? Entonces… ¿ellos también están luchando?
Fernt asintió, con una calma que contrastaba con la violencia que los rodeaba.
—Pero no te preocupes. Ya di la orden de que no los maten. Después de todo, el conflicto era solo contigo, mi señor.
Biel frunció el ceño al escuchar ese título que aún le incomodaba. Antes de poder replicar, Fernt continuó:
—En cuanto a nuestro combate… debo decir que eres extremadamente fuerte. Pero aún no estás a la altura de ellos.
—¿"Ellos"? —repitió Biel, confundido.
Fernt cruzó los brazos, su tono teñido de una honestidad que parecía pesarle.
—Aunque seas nuestro creador, tu poder sigue sellado. Aún así… ellos son más poderosos. Me cuesta admitirlo, pero son la raza más fuerte después de nosotros y los Celestborn.
Biel giró la cabeza lentamente hacia él, sus ojos cargados de desconcierto.
—¿La raza más poderosa? ¿No eran ustedes los más fuertes?
Fernt suspiró. Su mirada no era arrogante, sino melancólica.
—Al principio, sí. Pero con el paso de los años… ellos llevaron sus cuerpos al límite, trascendiendo lo conocido. Alcanzaron un nuevo estado. Son los Archadeamon. Renacieron en el nuevo mundo que tú creaste, mi señor.
Un escalofrío recorrió la espalda de Biel.
—¿Un nuevo estado de fuerza…?
—No es magia común, ni siquiera magia prohibida —dijo Fernt—. Es un estado de conciencia. Un regalo del cielo. Una evolución natural. Una respuesta del mundo a sus espíritus inquebrantables.
Biel escuchaba como quien oye una melodía que jamás había sido compuesta.
—Lo llaman el Instinto de Conciencia Fortalecida... o ICF.
Fernt alzó su mano y la cerró lentamente en el aire, como si atrapara algo invisible.
—El ICF combina tres fuerzas: el instinto puro, la conciencia energética y la sincronización dimensional. El portador no piensa… simplemente reacciona. Pero lo hace con una precisión que parece divina.
—¿Reacción sin pensamiento...? —repitió Biel, entre curioso y perturbado.
—Exacto —dijo Fernt—. Perciben el maná, la intención, las emociones… incluso las alteraciones del espacio. Cada movimiento se alinea con el flujo del mundo. Es como si bailaran con la realidad misma.
Una pausa cargada de significado los envolvió. Luego Fernt prosiguió:
—Ese estado se alcanza por etapas. Primero, el despertar, cuando el usuario siente el hilo del mundo. Luego, la resonancia, donde expande su conciencia sin perder su identidad. Y por último, la fusión… cuando su instinto y la realidad se mueven como uno solo.
—¿Y hay algo más allá…? —preguntó Biel, su voz baja, casi temblorosa.
—Sí —respondió Fernt, bajando la mirada—. El Eco del Infinito. Cuando el portador se convierte en un punto de convergencia. El mundo... responde a su voluntad.
Biel dio un paso atrás, con la respiración agitada.
—Eso… no existía hace dos mil años.
—Nació después de tu reconstrucción del mundo —afirmó Fernt—. Y no fue exclusivo. Los Archadeamon compartieron su conocimiento con otras razas. Querían que la armonía entre pueblos se sostuviera también en igualdad de poder.
Biel recordó entonces los rostros de Palser y Calupsu, sus sacrificios, su lealtad ciega… su destino truncado por Khios en el Inframundo. ¿Qué habría sido de ellos si hubieran tenido acceso a esa fuerza?
Pero Fernt interrumpió su cadena de pensamientos.
—Y eso no es todo.
Biel lo miró, aún con el corazón enredado en memorias y futuros posibles.
—¿A qué te refieres?
—El ICF no puede despertarse tan fácilmente en cualquier especie. Exige una adaptación biológica para soportar la sobrecarga sensorial… y una voluntad inquebrantable para mantener la identidad en medio del caos de la expansión.
Fernt hizo una pausa, como quien escoge cuidadosamente la siguiente revelación.
—Hasta hoy… solo diez personas en todo el mundo han alcanzado el ICF. Entre ellas, una joven espadachina… cuya precisión es considerada la más letal de su generación.
Biel parpadeó.
—¿Una espadachina? ¿Sabes quién es?
—No. Desconozco su nombre. Pero sé lo que hizo.
El aire se volvió pesado, como si las palabras que seguían contuvieran el peso de una historia olvidada.
—Hace un año, esa joven sola… derrocó un régimen entero. Salvó una ciudad aislada en los confines del continente. Miles de soldados no pudieron detenerla. Cortó con su espada la bandera que representaba la opresión, y la hizo caer como si fuera papel.
Biel sintió un estremecimiento profundo. La imagen se clavó en su mente como un presagio.
—Y desde entonces… nadie sabe dónde está —concluyó Fernt.
El viento sopló con una cadencia extraña, como si el mundo entero hubiera contenido la respiración. Biel apretó los puños, su mirada fija en las sombras del horizonte.
La guerra seguía sonando a lo lejos.
Pero en el corazón de Biel, algo más acababa de despertarse.
Fernt se giró hacia Biel, con una media sonrisa que no lograba ocultar el peso de los siglos en sus ojos.
—A lo largo de estos dos mil años, todo ha cambiado —dijo, su voz grave resonando como un tambor lejano—. Incluso muchas cosas que conocías en aquella época han quedado atrás. Pero no te preocupes, mi señor… aún eres joven. Tienes tiempo de sobra para aprender lo nuevo de este mundo que recreaste.
Editado: 28.08.2025