Capítulo 4: Los días que llovía por dentro

☂️ Ella no detenía la tormenta… pero me enseñaba a no tenerle miedo.

No me gustaban los días nublados. Desde pequeño me daba tristeza que no sabia de donde venía. Era como si el cielo me hablara en un idioma que solo yo entendía. Uno lleno de pausas, de suspiros largos, de silencios.

A veces llovía fuerte. Otras veces, solo llovía por dentro.

Recuerdo una tarde. Había peleas en casa, otra vez. Los gritos de mi padre eran más fuertes que los truenos. Y yo, pequeño, con las manos en los oídos, deseando ser invisible. Me escondí debajo de mi cama, como si pudiera protegerme del ruido, del miedo, del temblor en el pecho.

Entonces llegó ella.

Mi mamá.

No dijo nada. Solo se agacho, me saco de ahi, me abrazo y me susurro:

—¿Quieres salir a ver la lluvia?

Yo asentí. Sin palabras, con la garganta hecha un nudo.

Me puso una sudadera grande, me tomó de la mano, y salimos. Tenía un paraguas azul. Estaba un poco roto, con una varilla chueca, pero era suficiente para los dos.

Nos sentamos en la banqueta. El agua caía con fuerza sobre la calle. Yo la miraba a ella. Y ella solo sonreía, como si no pasara nada, como si esa tormenta fuera otra, no la muestra.

—¿Sabes? —me dijo—. A veces la lluvia limpia lo que no podemos decir.

Yo no entendí muy bien, pero esas palabras se me quedaron pegadas en la piel.

Esa misma tarde no dejó de llover. Ni el cielo, ni en casa. Pero conmigo no llovió tanto. Porque ella estaba ahí. Porque su abrazo era techo. Porque su voz era manta.

Desde entonces, cada vez que llueve, no me escondo. Me acerco a la ventana. Cierro los ojos. Y recuerdo ese paraguas azul, esa banqueta mojada, mi madre que no podía evitar la tormenta… pero sí podía enseñarme a no temerle.