Katherine Donfort.
Mis pies se deslizaban por los pasillos de la tienda, observaba cada uno de los trajes que colgaban en los estantes. La fiesta anual de Halloween era una tradición en la familias que habitaban la ciudad.
A decir verdad, yo no era muy fanática de estas fiestas, al menos no desde hace cinco años.
Mi madre me trajo obligada a comprar un disfraz que me gustará, mi hermana menor estaba muy emocionada por la fiesta, pero yo ya no estaba para esas cosas. Y si las personas de la ciudad me miraban disfrazada, era por obligación no por gusto.
—Kate, hija. Elige rápido un disfraz, la fiesta está por comenzar.
Sin ánimos, tomo lo primero que se me atraviesa. Una camisa con manchas de sangre falsa y unos jeans negros un poco rasgados. Lo básico.
—¿No prefieres comprar un disfraz más moderno?— pregunta mi madre.
—En realidad, prefiero no elegir disfraz—. Contesto un poco agresiva.
Mi madre roda los ojos y suelta un suspiro poniendo el traje en la canasta.
—Deberías superar lo de Frey de una buena vez.
Eso me dolió, pero también me enfureció.
—¿Y dejar de preguntarme el por qué dejo de hablarme? Creí que entendías.
—Y lo hacía hija, pero ya pasaron cinco años desde que ese niño no habla ni contigo ni con nadie del instituto. Superalo, vuelve a la realidad—, mira uno de los disfraces colgados y lo mete al carrito— No puedes ponerte de mal humor cada que halloween te recuerda a ese chico — se detuvo y me miró de arriba a abajo—. Acepta que nunca fuiste importante para él.
Y eso me detonó. La forma en la que él me miraba y en como me hablaba decía lo contrario. Él me quería, y lo hacía de verdad.
—¿Sabes algo mamá? Vete al carajo, tú y tu estúpida fiesta pueden irse al demonio. No cuentes conmigo para fingir que somos la familia perfecta.
Decidía y molesta salí de la tienda sin tener dirección alguna. No tenía amigos en esta ciudad, mi único amigo era Fey, y no había hablado con él desde hace cinco años.
Pasaron las horas, me sentía mal por las palabras que le había dicho a mi madre en la tienda. Quería disculparme, solo esperaba que no fuera tarde y siguiera aún en la casa.
Regrese a la casa, estaba hecha un desastre, mis dos hermanas menores corrían y saltaban de un sofá al otro. Mi hermana mayor estaba en la cocina ya con su disfraz amarillo de la película Kill Bill. Subí las escaleras para llegar al cuarto de mi madre. Sólo esperaba que no estuviera molesta.
Abrí la puerta y ella se encontraba sentada frente al espejo pintando sus labios.
—¿Se terminó tu momento de rebeldía?
Me adentre al cuarto y me senté sobre la cama.
—Lo siento, no quería explotar que esa manera.
—No te sientas culpable, cariño— ella se volteó y planto un beso en mi mejilla—. Ve a tu cuarto, compre tu traje y esta en tu armario.
No tenía ganas de ir a la fiesta, pero me había comportado como una completa zorra en la tienda. Así que no tenía opción.
Doy una sonrisa y salgo de su habitación para dirigirme a la mía. Tome una ducha rápida y me vestí con velocidad para no llegar tarde y que mi madre se estuviera quejando en el camino.
Ya todas estábamos listas. Salimos de la casa y nos adentramos al auto, no se cual era la necesidad de irnos en automóvil cuando la fiesta queda a solo dos calles de nuestra casa.
Al llegar, la fiesta estaba repleta de personas de la ciudad. Y aunque era solo una fiesta para las personas de los suburbios. Está estaba llena de desconocidos.
Entramos al gran palacio de la familia Janssen, la familia más prestigiosa de este estado. Y aunque yo no me llevaba muy bien con el unigénito de la pareja perfecta. Tenía que poner una sonrisa y fingir que todo estaba bien.
—¡La familia Donfort! Es un enorme placer tenerlas en nuestro hogar—. Saluda la señora Janssen.
—También me alegra verte, Sophia. ¿Donde está tu esposo?
—Alex esta en el patio con Daniel. Ese chico esta muy rebelde últimamente.
Mi madre sonríe falsamente y toma una copa de vino.
—Dímelo a mí, Kate esta igual. De hecho, he pensado en mandarla a California con su padre.
Tenía que estar de joda. ¿Me había traído a esta estúpida fiesta para humillarme con la madre de Daniel.
Salí de la casa muy furiosa, quería irme y dormir hasta que cumpliera los dieciocho y me valiera por mi misma. Sin depender de una mujer que se avergonzaba de que fuera su hija.
Mis pasos eran demasiado rápidos, mi vista iba en el suelo y sin darme cuenta, impacte con el pecho de un chico. Caí abruptamente al suelo golpeando mi cabeza con el pavimento. Y luego, todo fue oscuridad.
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Mis ojos se abrieron poco a poco. Mi cabeza palpitaba tal y como si tuviera el corazón en ella. No recordaba muy bien que había pasado, pero ahora me encontraba en una cama que no era la mía, en una habitación que no conocía y con.....
¿Frey?
Rápidamente me levanto de la cama asustada. Mi respiración era agitada y Frey simplemente estaba en sofá observándome.
¿Como había llegado hasta aquí?
¿Por qué Frey estaba conmigo?
Eran muchas preguntas que mi cabeza formulaba, pero ninguna tenia respuesta.
—¿Qué haces aquí?— pregunte con voz temblorosa.
Él no respondió, simplemente me observaba. Era algo extraño y un poco perturbador.
¿Tenía que gritar ayuda? ¿O realmente estaba a salvo?
Me acerqué lentamente a la ventana, y pude darme cuenta que me encontraba en la fiesta. Observé la habitación, y era la recamara de Daniel Janssen.
—Déjame ir—. Supliqué.
Las lágrimas estaban por salir de mis ojos azules. Mi corazón palpitaba rápidamente, y sentía que cualquier momento Frey me haría algo.
Era irreconocible. Su piel era pálida, demasiado a como la recordaba, era aún más alto y sus ojos oscuros tenían más oscuridad de lo normal.