Alice
Volvía a estar sola, aunque no era ninguna novedad, estaba acostumbrada a sentirme siempre sola. Entonces... ¿Por qué ahora me dolía el corazón? Esbocé una pequeña sonrisa triste porque conocía la respuesta. Ahora creía tener alguien a quien le importaba: Diana y Skay. No olvidaba la labor que había desempeñado mi madre adoptiva, pero nunca me hizo sentir querida y me mintió durante toda mi vida, haciéndome creer que estaba terriblemente enferma y que nadie debía acercarse a mí, no fuera que pudiera herirle. Cuidar de mí para ella había sido una obligación no una decisión, la reina Opal no le había dado otra opción y le había hecho abandonar todo lo que conocía.
La cueva parecía más fría sin la presencia de Diana en ella y tenía miedo de lo que iba a pasar a partir de ese momento. Sin embargo, a pesar de todo, estaba decidida y me dispuse a salir de allí con la intención de ponerme en marcha y tal vez, encontrar a los dos fríos que iban a dirigirme hacia mi supuesto padre.
Para mi sorpresa, cuando salí de la cueva encontré una bolsa en el suelo, la abrí y comprobé que contenía bastante comida y agua para sobrevivir el resto de los días de viaje. ¿Habría sido Skay? Fuera quien fuera, acababa de hacerme un favor enorme, ya que aquello facilitaría gratamente el duro camino que tenía por delante.
En la Tierra siempre me había parecido horrible la idea de pasar unos días en la montaña acampando. Siempre había creído que debía ser muy incómodo y los insectos nunca habían atraído especialmente mi atención. La noche pasada había sido la primera que había pasado fuera de una cama caliente y cómoda, y me dolía todo el cuerpo, ya que por si tener que dormir en el suelo no era suficiente para mi dolor de espalda, tampoco podía olvidar que había estado cara a cara con la muerte, a punto de ahogarme y había corrido, caído y golpeado con numerosas ramas y árboles. El recuerdo de aquella pesadilla todavía estaba reciente y esperaba no tener que repetirla jamás.
El sol ya empezaba a caer cuando salí y sin ningún rumbo en mente, empecé a caminar hacia el interior del bosque, alejándome todo lo que fuera posible de aquel lago que había intentado acabar conmigo. No fue fácil en mi estado tener que subir la imponente rampa que me llevaba hacia los árboles, pero lo conseguí.
Estaba completamente perdida, todos los árboles me parecían iguales y no había nada que pudiera asegurarme que no estaba caminando en círculos de nuevo, pero intenté no desanimarme demasiado, ya que esperaba encontrar a alguien en algún punto que me pudiera llevar hasta el rey Ageon.
No me detuve de caminar ni siquiera cuando se hizo de noche, a pesar de no ver nada e imaginarme animales feroces entre las profunda oscuridad que me rodeaba. Lo peor era que no tenía ninguna certeza de que tan solo fueran imaginaciones mías, fruto de una infancia en la que me habían contado que en los bosques había lobos feroces que se comían a las niñas.
No fue hasta que caí al suelo de bruces, rendida por el agotamiento, que paré de andar y me incorporé tan bien como pude en el suelo. Poco a poco, mis ojos también se rindieron y me sumí en un sueño dulce y profundo que por desgracia, no recordaría al día siguiente.
***
Skay
La sangre me ardía sin control, mis puños se encontraban cerrados con fuerza y las venas de mis brazos se habían hinchado. Fruncí el ceño lleno de ira.
Teníamos justo delante de nosotros al futuro rey de los fríos y uno de los más peligrosos que existían en todo Origin, conocido principalmente por su extrema crueldad y frialdad. Él no conocía la piedad y nunca dejaba a nadie con vida si podía evitarlo, era un sádico, un monstruo. Gran parte de las pérdidas cálidas habían sido bajo sus manos y su poder era inimaginable, comparable con la propia línea ancestral. Odiaba tener que admitirlo, pero estábamos acabados. Fausto no dejaría que nos marcháramos tan fácilmente, ya había matado a uno de nosotros y estaba seguro de que no sería el último.
- Estáis muy lejos de palacio, alteza. – murmuró, repasándome con la mirada más vacía, fría y oscura que pudiera existir, mientras esbozaba una sonrisa que dejaba ver sus dientes limados de forma puntiaguda.
- Me temo que este territorio es tierra de nadie. ¿Qué puede traer al heredero del reino de los fríos hasta aquí? – pregunté, esquivando su pregunta e intentando hacer tiempo para que se nos ocurriera algo para salir de aquel aprieto en el que nos encontrábamos. Éramos seis contra uno, pero luchar contra él significaría que al menos la mitad de nosotros no saldríamos con vida.
- ¿Entretenimiento? Sabía que no podrías mantenerte alejado de mi hermanita por mucho tiempo, así que no es ninguna sorpresa encontrarte por aquí... y ¡fíjate! Has traído a más juguetes contigo. Estoy seguro de que lo pasáremos muy bien. – respondió riendo y abriendo los brazos dándonos la bienvenida.