Alice
Me desperté con la extraña sensación de por primera vez en mi vida haber soñado plácidamente. No sabía por qué justo ahora me despertaba con aquella sensación, aunque muy probablemente tan solo fuera el hecho de haberme rendido por fin al cansancio que llevaba tanto tiempo intentando acabar con lo que quedaba de mí. Me sentí por un instante recuperada y con la mente despejada, pero muy pronto me sobrevino la realidad de nuevo.
Cuatro fríos, distintos a los que me habían acompañado durante una parte de mi viaje, me rodeaban y me observaban con detenimiento y con los ojos tan abiertos como búhos. En realidad, fue una imagen bastante terrorífica que hizo que me despertara completamente, pero intenté no parecer asustada a pesar de haberme llevado un susto de muerte. Por si aquello fuera poco, tampoco llevaban ropa y tuve que ahogar un grito, cerrar los ojos al instante e intentar olvidar lo que acababan de ver inevitablemente mis ojos.
- Alteza. – dijo uno de ellos.
- Tenemos órdenes directas de su padre, el rey Ageon, de llevarla con nosotros. – acabó de decir otro de los fríos presentes.
Dicho aquello, asentí con la cabeza y me levanté del suelo, comprendiendo que el dolor que tenía en todo el cuerpo seguía presente y tardaría muchos días en desvanecerse. A continuación, observé cómo los que serían mis nuevos acompañantes empezaron a caminar sin decir una sola palabra más, dejándome a una distancia atrás y haciendo que tuviera que avanzar a pasos rápidos para recuperar los metros que me llevaban de ventaja. ¿Acaso no iban a decirme nada más? No sé por qué me sorprendía, si los anteriores fríos que había conocido tampoco habían hecho esfuerzos en hablarme, eran dolorosamente silenciosos y el silencio era lo último que necesitaba en aquel momento. Quería respuestas, quería saber cómo eran realmente y comprobar que lo que me habían dicho los cálidos era una enorme mentira.
- ¿Cómo os llamáis? – pregunté, en un intento de establecer una conversación, pero no obtuve respuesta por su parte – ¿Tenéis nombre? – pregunté de nuevo, realmente asqueada por su silencio.
Ni siquiera podía ver sus rostros al hacerles aquellas preguntas tan simples, ya que me encontraba por detrás de ellos. Ya casi me había olvidado de aquello, cuando al cabo de unos diez minutos, uno de ellos respondió:
- No tenemos nombre.
Abrí los ojos como platos y fruncí el ceño, sorprendida. ¿Realmente nadie les había puesto un nombre?
- ¿Cómo dices? – pregunté, para comprobar que lo había escuchado bien, pero como de costumbre no obtuve ninguna respuesta, ni siquiera cuando ya llevábamos casi medio día caminando sin descanso.
De nuevo, creí que me moriría si no nos deteníamos pronto, ya que tenía sed, hambre, sueño y unas ganas terribles de ir al lavabo; necesitaba evacuar o acabaría teniendo hemorroides.
Sin previo aviso, me tiré al suelo entre arbustos y hierbas, haciendo algo de ruido para que mis silenciosos acompañantes se percataran de que me había detenido. ¿En serio era la única que tenía necesidades? ¿Es que no descansaban, ni bebían, ni comían? ¿Ni siquiera tenían necesidades urinarias o fecales? Para mi sorpresa, se detuvieron y se giraron para mirarme, completamente impasibles, como si el hecho de que me encontrara moribunda no les importara lo más mínimo.
No dije nada y me dirigí rápidamente hacia la parte trasera de un árbol, allí entre arbustos, me sentí completamente extraña, pero sentí un gran alivio al poder hacer por fin mis necesidades más humanas. Con un profundo suspiro al terminar, me encaminé de nuevo hacia donde se encontraba mi grupo, que al verme cogió de nuevo el rumbo, haciendo que me empezara a desesperarme.
- Vamos a descansar, mañana seguiremos. – espeté, prácticamente gritando por la angustia que sentía en aquel momento, provocando que se detuvieran de una vez por todas. ¿Pretendían matarme de agotamiento, de sed o de hambre? A su manera, jamás llegaría al reino de los fríos y fracasarían en su misión de llevarme hasta allí. ¿Tan complicado era de comprender?
Mi tono de voz no había dado lugar a excusas y para mi sorpresa, lo entendieron y se sentaron, dándome mi primer respiro en todo el día. Lancé un pequeño grito de victoria y me tiré al suelo, tumbándome con desesperación como si de una cama caliente y cómoda se tratase. A continuación, me dispuse a abrir la bolsa llena de comida y agua que había encontrado en la entrada de la cueva el día anterior e internamente di las gracias a quien fuera que me hubiese dejado aquello, ya que acababa de salvarme. No pude evitar esbozar una enorme sonrisa al encontrar varias porciones de pizza, una botella de agua, kiwis y mango, ni siquiera se me pasó por la cabeza en aquel momento que no había visto nada de esos alimentos en la bolsa el día anterior. Solo cuando hube comido pensé en ello y me sorprendí gratamente. ¿Sería aquella bolsa algo parecido al bolsillo mágico de Doraemon? Tenía la esperanza de que lo fuera, ya que me lo había comido todo sin ni siquiera enterarme.