Skay
Apenas me quedaban fuerzas y no quería ni imaginar el estado de Diana. ¿Estaría muerta? No era capaz ni de comprobarlo, ya que con los grilletes mágicos, ni Akihiko ni yo podíamos movernos un solo centímetro sin que nos electrocutáramos y si queríamos salir de esta con vida debíamos mantener al máximo nuestras fuerzas. El curso de la guerra nunca había estado más en nuestra contra, nosotros éramos el futuro de nuestra nación, si moríamos estaban perdidos.
Quería gritar, pero no me veía capaz y sabía que debía permanecer en silencio.
La celda era oscura, cada vez más porque la luz de nuestros cuerpos iba disminuyendo por segundos, estaba repleta de moho y goteras. Ya hacía un buen rato que una gota de agua llevaba cayendo sobre mi cabeza de forma molesta, pero no podía apartarme.
Pasamos tantas horas en aquel lugar que llegué a pensar que tal vez la intención que tenían con nosotros no era la que pensábamos, sino que preferían dejarnos morir de hambre y sed, dando hasta la última gota de energía de nuestro cuerpo a iluminar su ciudad. ¿Había forma más triste de morir? Sin embargo, aquello parecía demasiado sencillo para ser cierto y cuando se empezaron a escuchar unos pasos hacia nuestra posición, desvié aquellos pensamientos por completo.
Un frío apareció en el lindar de la puerta de la celda y con su correspondiente llave, entró con una sonrisa de oreja a oreja, característica de todos los fríos con los que me había cruzado hasta el momento.
- Mi nombre es Trevor, segundo hijo de su majestad el rey. – explicó y me sorprendió que no hubiera sido Fausto quien se hubiera dirigido a nosotros en aquel momento. ¿Estaría ocupado torturando a otros?
No quise agotar las pocas fuerzas que me quedaban preguntándole nada, ya que lo más probable era que no respondiera o que mintiera para hacernos sufrir. Sin embargo, Akihiko no pareció tener en cuenta aquel hecho:
- Necesito saber si está viva. – murmulló débilmente.
El frío, que hasta ese momento sólo había dirigido su mirada hacia mi persona, desvió la cabeza para poder observar a un Akihiko débil y temeroso, pero lo único que hizo fue observarlo de forma sádica y con superioridad, como si mi amigo fuera algo parecido a un insecto que se había cruzado en su camino. Aquel simple hecho hizo que quisiera lanzarme sobre él y rajarle el cuello, pero a pesar de que mi ira no hacía más que aumentar con cada segundo que el frío pasaba delante de nosotros no me convenía malgastar las pocas fuerzas que me quedaban.
Akihiko al ver que no le respondía y volvía a dirigirse hacia mí, lanzó un grito que seguro que hizo reducir su energía considerablemente. Eso bastó para llamar de nuevo la atención de Trevor, que tras una estridente carcajada, espetó:
- No te creía tan iluso.
- Por favor... dejad que viva. Haced lo que queráis conmigo, pero soltadla. - consiguió articular con extrema dificultad y a punto de desmayarse.
Sus palabras me dejaron de piedra. ¿Tanto admiraba a Diana como para arriesgar su propia vida en vano? No, aquello no era admiración. Abrí los ojos como platos al comprender la inmensidad de los sentimientos de Akihiko. ¿Desde cuándo había estado enamorado de mi todavía supuesta prometida? ¿Había sido aquel el motivo por el que no había venido a palacio en dos años y por una causa ni más ni menos que relacionada con Diana?
Como era de suponer, el príncipe de los fríos se regocijó en su miseria, aunque al menos las súplicas de mi amigo consiguieron que desprendiera los grilletes mágicos de Diana, pero no para otra cosa que para golpearla contra el muchacho como si fuera un trapo y como si su cuerpo, falto de energía, ya no tuviera ninguna utilidad.
- Compruébalo tú mismo. - escandió al tirar a la chica contra él, haciendo que este pudiera sujetarla, pero agotándolo todavía más, a la vez que recibía descargas eléctricas. Pero aquello no hizo que soltara a Diana en ningún momento.
Una lágrima corrió por la mejilla de Akihiko al sentir el débil pulso de la chica contra su pecho y sonrió tristemente, sin saber muy bien si el hecho de que estuviera viva era algo bueno o malo. Sin embargo, ambos sabíamos que no tardaría mucho en irse de este mundo si las infecciones se extendían o si la fiebre persistía durante las siguientes horas. A pesar de todo esto, por un segundo me sentí aliviado, pero aquella sensación no duró mucho, ya que mi compañero tras dedicarme una mirada que no logré comprender, empezó a hacer lo que yo habría sido incapaz de hacer. Prácticamente no le quedaban fuerzas, pero no lo pensó dos veces. Abrazó a Diana tan bien como pudo e ignorando los grilletes que lo retenían enganchado a la mohosa pared, empezó a hacer uso de la poca energía mágica que le quedaba para dársela a la chica. Tuve que ahogar un grito al ver hasta dónde era capaz de llegar por ella. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Akihiko había perdido la razón y estaba dispuesto a sacrificarse por un amor no correspondido, incluso no confesado. Quise evitar aquello, pero ¿quién era yo para juzgar aquel acto tan heroico? Tal vez para mi amigo aquella fuera la mejor forma de morir y yo quería respetar sus deseos.