Fría como el hielo

Capítulo 68

Alice

Reconocía esas sensaciones: soledad, desesperación, lujuria, alivio, miedo... Todas estas podían llegar a sentir las personas al morir, y el ambiente estaba cargado de cada una de ellas.

Yo, en cambio, no sabía cómo sentirme. ¿Frustrada por haber esperado más de mí? ¿Inútil por haber acabado de la misma forma que hacía 2000 años? ¿Triste por haber fallado a Skay de nuevo?

Lancé un grito de rabia que retumbó y retumbó entre las infinitas paredes de piedra del inframundo. Golpeé el frío suelo con fuerza, haciendo saltar algunas piedrecitas.

Estaba muerta. Otra vez.

Y nada me aseguraba que no fuera a vagar por el infierno por el resto de la eternidad como algunos Dioses pretendían. Ese había sido mi castigo y aunque hubiera conseguido desafiarlo una vez, nada me aseguraba que pudiera volver a hacerlo.

Volví a gritar, esta vez de desesperación.

Me encontraba aparentemente sola, pero en el metamundo nunca se sabía. Siempre podía haber algún monstruo escondido tras una esquina o tener algún alma perdida siguiendo cada uno de mis pasos.

El infierno era infinitamente grande, era imposible orientarse en él y podías pasarte la eternidad vagando sin llegar a ningún sitio. Era oscuro y frío, pero en ocasiones sentías que te quemabas. Por si esto fuera poco, te pasabas la mayor parte del tiempo en silencio, pero había momentos en los que escuchabas el sufrimiento de algunas almas infelices y este se internaba en tu cabeza, volviéndote loca.

Por si esto fuera poco, el tiempo en el infierno también daba la sensación de que era eterno y un minuto en él podría traducirse perfectamente a una hora en el mundo terrenal.

El cuerpo, a pesar de que podía parecer que aún disponía de él, ya no formaba parte de mí, sino que era una ilusión. Mi verdadero cuerpo se había quedado en aquel coliseo, sin vida.

Quise llorar, pero no se puede llorar cuando una no dispone de un cuerpo físico con sus lagrimales correspondientes. Sentía un remolino de emociones, entre ellas destacaba una tristeza enorme, seguida de frustración e ira, pero no podía desahogarme.

Así me encontraba cuando de repente, como si hubiera estado ignorándolo todo este tiempo, escuché el ligero sonido del agua. Giré la cabeza instantáneamente, intentando ubicar de dónde procedía lo que bien podría considerarse una hermosa melodía en medio del inframundo. No tenía ningún recuerdo de que hubiera agua en este lugar.

Antes de que me diera cuenta, había empezado a caminar a paso ligero en dirección a ese sonido. Era como si me hubiera hipnotizado, como si me estuviera llamando a gritos.

Tuve que andar varios metros hasta llegar a mi destino. Ahogué una exclamación cuando vi que este se trataba, no de uno, sino de dos ríos, de un tamaño y profundidad considerable. Estaba asombrada. Fue entonces, cuando escuché en un susurro una suave voz femenina:

"Sophie"

- ¿Quién me llama? – pregunté sorprendida, mirando a un lado y a otro frenéticamente, en busca de la voz.

Un escalofrío me recorrió la nuca y, de detrás de mí, apareció de la nada una mujer de aspecto fantasmal. Se movía con una rapidez inhumana y flotaba en el aire a su antojo. Su piel era tan blanca, que parecía transparente, su cabello era de un color rubio apagado, y llevaba una túnica larga y desgastada propia de la época de los griegos o los romanos.

- Soy Leteo - respondió solemnemente, pero no recordaba conocer a nadie que se hiciera llamar por ese nombre, por lo que me dediqué a fruncir el ceño. - Veo que no te acuerdas de mí, pero no esperaba menos. Al fin y al cabo, soy la Diosa del olvido. Nadie se acuerda de mí.

No pude hacer otra cosa que observar a la deidad detenidamente y sin entender nada.

- ¿Qué quieres de mí? - exigí saber, harta ya de los Dioses, sus caprichos y sus incoherencias.

- Las almas al morir beben de mis aguas... y tú no eres una excepción, Sophie. Hace unos 2000 años, moriste y suplicaste beber. Querías olvidarlo todo y no sufrir más. - murmuró la Diosa, sin apartar sus ojos completamente blancos y vacíos de pupilas e iris.

La Alice de hacía unas semanas habría retrocedido con miedo, puede que hubiera llorado por milésima vez y se hubiera lanzado sin pensarlo dos veces al río de Leteo. Seguidamente, habría tragado y tragado su agua sin importar las consecuencias, solo por olvidar la miserable vida que llevaba.

Sin embargo, parecía que ya no reconociera a esa niña de quince años y que poco tuviera que ver conmigo.

¿Pero acaso no había hecho eso mismo la Sophie de hacía 2000 años? Beber para olvidarlo todo. Puede que Alice y Sophie no fueran tan distintas, al fin y al cabo.

- No quiero olvidar nada de lo que me ha pasado, aunque haya resultado ser una pesadilla. – dije finalmente y con voz firme.

Leteo esbozó una sonrisa al escuchar mis palabras.

- En ese caso, ¿estás dispuesta a vagar por el inframundo como un alma sin destino? Jamás podrás volver a reencarnarte y los pocos recuerdos que tienes te torturarán por la eternidad...

Sentí una punzada de dolor al recordar a Skay en la arena, débil, y a punto de ser asesinado por capricho de Hades. El reino de los fríos estaba también en el infierno, pero no sabía si el tiempo allí corría de la misma forma que en esta zona en la que los vivos no podían entrar. ¿Estaría Skay ya muerto? ¿O seguiría debatiéndose entre la vida y la muerte?




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