Skay
Sus palabras impactaron en mí como nunca ningunas otras lo habían hecho y cuando Alice se apartó de mí sentí una punzada de dolor irrefrenable. Sin embargo, por mucho que me costara asimilarlo, aquello no hacía otra cosa que demostrarme que igual que ella estaba en mis pensamientos, yo estaba en los suyos, aunque todavía no sabía si eso era bueno o malo. ¿Le habría explicado Diana que nos habíamos besado? De ser así, tampoco entendía el motivo por el cual eso le molestaba. Ella no era nadie para decir qué podía hacer y qué no podía hacer.
“No seré una más”. Por supuesto que no, Alice no sería jamás nadie más para mí que la usurpadora del trono que me había esforzado tanto por merecer. Sin embargo, a pesar de que quisiera pensar en eso, cada vez se me hacía más difícil ver a aquella chica como alguien que había venido inesperadamente a robarme el reino que por un momento había creído que me pertenecía. ¡Qué iluso había sido! Nunca había sido ni sería jamás mío.
Observé al cielo por un momento, pensando en los Dioses y en cómo debían de estar regocijándose de mí en ese momento. Ellos lo sabían todo y aun así habían dejado que me hiciera ilusiones.
Observé a Alice que se encontraba de forma impasible junto a Diana. Ella era un misterio y la curiosidad que sentía por ella crecía cada vez más. Quería saber cómo podía haber sido posible que Alice tuviera la apariencia de una fría normal y corriente cuando en realidad se decía que era la heredera de un reino que le era hostil. Y en ese momento, tampoco lograba entender cómo Alice podía ser tan hábil con el arco cuando juraba que nunca había recibido ningún entrenamiento. ¿Qué más sería capaz de hacer sin ser consciente?
- Diana, gracias por empezar con la instrucción de Alice por mí… Aunque creo que seré capaz de seguir a partir de aquí. – dije intentando ignorar la manera en cómo mi supuesta prometida me miraba, en una mezcla de sorpresa e indignación.
- Pero no es ninguna molestia para mí ayudarte en todo lo que necesites… - respondió en modo de protesta, frunciendo el ceño y mirándonos a Alice y a mí como si sospechara que algo extraño acababa de pasar entre nosotros dos.
Le dediqué a Diana una mirada que expresaba perfectamente que era el momento de irse para ella y a esta se le entristeció la mirada tras observarnos a Alice y a mí con detenimiento y sin comprender qué estaba ocurriendo. Fue en ese momento que me di cuenta de lo egoísta que había sido con ella al devolverle el beso. Para mí no había significado nada porque no sentía nada por Diana, pero al ver la mirada que esta puso al decirle que quería quedarme con Alice a solas, logró partirme el corazón y eso junto con las palabras que Alice me había dicho antes de que yo saliera indignado del comedor, hicieron que me diera cuenta de lo mucho que Diana me quería en realidad.
Sin embargo, cada vez que miraba a Alice me olvidaba todavía más de mi verdadera prometida. No me gustaba sentirme de esa manera, como si el misterio que caía sobre aquella chica fuera todo lo que tenía en ese momento.
- ¿Y bien? ¿Me vas a pedir que haga flexiones? – dijo Alice llamando mi atención y me quedé mirándola unos segundos de más, como si cada vez que la viera pudiera sorprenderme o admirarme más.
Negué con la cabeza rotundamente.
- No es ese el tipo de entrenamiento que quiero hacer contigo. – dije sin pensar dos veces en que podía malinterpretarse lo que acababa de decir.
De repente, por mi sorpresa, las mejillas de Alice se encendieron, dando un poco de color a su rostro.
Abrí los ojos como platos al ver su expresión y entonces moví los brazos frenéticamente, como si quisiera borrar del aire las palabras que acababan de salir de mi boca.
- ¡No me refiero a lo que sea que estés pensando!
- No… no estoy pensando en nada en especial. – respondió Alice en un tono de voz tan bajo que se asemejaba a un susurro.
Sin poder evitarlo, la imagen de la chica en ropa interior me vino a la mente y sentí cómo la temperatura de mi cuerpo subía ligeramente. Grité interiormente, disipando mis pervertidos pensamientos, pues no era el momento de pensar en esas cosas.
- Lo que quiero decir es que el entrenamiento al que te voy a someter es muy distinto al de Diana. – aclaré sin poder dejar de sonreír socarronamente.
- ¿En qué sentido? – preguntó confundida, arqueando una ceja y colocándose las manos en ambos lados de su cadera.
- Vamos a descubrirte a ti misma. – confesé finalmente.