En esa nube de Bavia, se encontraba Cachito , hasta que el atronador chillido de su madre, rompió el espejo de tan preciosas divagaciones.
_ ¡ Cachito, ven a tomar el desayuno, hace una hora que te estoy llamando ¡ _ rompió el silencio , su madre.
_ ¡Ya voy! _ exclamó el niño , y como una flecha envenenada, salió disparado hacia la sala comedor. Su padre, se hallaba leyendo un artículo, al parecer, de carácter científico. En tanto Muriel, su madre, se hallaba mirando lo que parecía ser una telecomedia, mientras untaba con salsa de chocolate, unos tentadores panquecitos recubiertos de vainilla y ralladura de limón .
¡Qué delicia!_ murmuré. Hipotizado ante aquél exótico manjar, le pedí media docena de panquecitos, alegando, que, solamente eran para probar. Fue etonces cuando mi madre, con una generosidad nunca antes vista, sacó aquellas tortitas de la enorme fuente enmantecada, y repartió los panquecitos en una infinidad de recipientes, cuál suerte de Jescristo, convirtiendo seis insignificantes confituras, en un ejército de sabores.
_ Come hijito, no te preocupes, solo come.
_ Yo me encargaré de limpiar los platos cuando termines.
_ No te preocupes por nada, amorcito, sólo goza de este momento como si fuera el último ... _ expresó su madre, con una cálida sonrisa.
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